Por Rubén Sebastián Melero
Especial para El Litoral
Juan José Folguerá, mi hermano poeta”. Este libro está escrito con el saber hacer de Stella Maris Folguerá y, desde lo afectivo, con los condimentos del amor fraternal. La narradora ordena documentos y recuerdos, mientras Juan José la espía y se emociona, se enoja o la censura por el uso de gerundios. Ella le pide permiso para leer sus cartas e incursionar en cuestiones de su vida amorosa o hablar de su militancia política. Aporta información de cierta intimidad sobre la familia, la niñez, la juventud, que ayudan a entender algunos aspectos de la personalidad del poeta, su manera de hablar, de sentir, la razón de sus exilios.
1 – El poeta y su padre
Juan José no escuchaba casi nada. Su padre le hablaba en voz alta y esa era la única voz que oía. Durante años Stella Maris despertó con el ruido de esas conversaciones que venían desde el dormitorio de Juan José. Su padre sostenía que “a los sordos hay que hablarles para que no los encierre el silencio, también hay que darles de qué hablar”.
“Aquellas largas charlas con nuestro padre —cuenta la autora— dejaron en Juan José una manera de hablar con ligero acento valenciano español”. (Pág. 19)
En su empeño por ampliar el mundo de su hijo, el señor Folguerá inventó un “artefacto estrafalario”, la Peabody blanca, con enormes auriculares, gracias a la cual Juan José estaba al tanto de todo: noticias, temas y ritmos de moda.
A los catorce años comenzó a usar audífonos.
Citaré a continuación a Stella Maris, en un comentario que me parece oportuno para luego introducir uno de los poemas de Juan José que más me emociona.
“Aun cuando en sus poemas haga hablar a otros, generalmente guerreros, filósofos o poetas que lo antecedieron en siglos, pasadas sus voces por el proceso de transformación y filtro del arte, siempre el trasfondo es el de su propia experiencia vital. Percibimos la fusión íntima entre su vida y su poesía”. (Pág. 118)
Messire Joachim Du Bellay nos habla del silencio
“Du Bellay regresó de Roma a Francia completamente sordo (como Ronsard) y enfermo. Murió cuatro años después”. Giuseppe Tomassi di Lampedusa. Conversaciones Literarias, IX.
Imaginad por un momento que
[ennegreciera el sol
que su cálido oro fuese ya
[para siempre
[viscosa plata fría:
¿No se os erizarían los cabellos?
(…)
sin sabor los manjares, sin aroma [los vinos.
Y, sin tacto los dedos,
[¿Cómo distinguiríais
la redondez de un pecho
de la pulida hoja de una espada?
Ahora, amordazadme con
[mordaza invisible:
veis moverse mis labios,
[veis que me desgañito
y no existe mi voz, como no existe
voz ninguna que diga mi nombre [en este mundo.
Si imagináis todo esto de
[manera perfecta
tendréis, acaso, un imperfecto atisbo
de la odiosa penumbra
[en que me muevo
como pez en el agua.
“Las Espuelas”, Premio Ángaro de Poesía, Sevilla, 1994. Colección Ángaro año XXVI, número 114/. (Pág. 54)
La conversación entre el poeta y su padre duró años y solo terminó, a decir de la autora, “cuando Juan José se fue sin despedirse, huyendo de los libros de derecho impuestos por el sentido práctico paterno que, en su propia opinión, le quitaban tiempo a su poesía”.
2 – El Odiseo
La palabra exilio insiste cuando Stella Maris Folguerá cuenta la historia de su hermano.
Dice: “Pienso que en la profundidad de las palabras con las que escribe su música, está siempre la angustia de sentirse extraño, ajeno, exiliado en el país del silencio.
Exiliado de España. Hijo y nieto de inmigrantes, nuestra raíz española era muy vigorosa. La nostalgia de la tierra fue cultura familiar. Exiliado de Corrientes y otra vez de España.
Exiliado de su país de infancia, paraíso al que regresa constantemente con la memoria. En él busca y rebusca en sus espacios la sombra de un niño poeta al que cree perdido”. (Págs. 17, 18)
Juan José Folguerá viajó a Buenos Aires. Fernando Ortiz cuenta en una carta: “Él sabía que no era fácil el ‘camino de intemperie’ que emprendió a los 25 años, con cuatro monedas en el bolsillo y una carpeta de poemas como equipaje.
Y más difícil porque sabía que iba a contracorriente. En aquel momento, todo cristo escribía en verso libre, menos unos cuantos provincianos que insistíamos en el endecasílabo, la rima y demás zarandajas”. (Pág. 78)
En 1970 viajó a la tierra de su padre y sus abuelos. Recuerda Stella Maris: “Y se fue. Y anduvo España. Y vivió a fondo, ‘con el pecho abierto’, su historia de amor y desamor con España. Se entreveró en política, hizo radio política y literaria. Trabajó en lo que había y no trabajó cuando no había, y estuvo mal y estuvo bien, y estuvo peor, comió muchas latitas de atún, pero no cedió. Siguió afilando su cuchillo. Siguió dando su batalla”. (Pág. 87)
En 1984, Juan José volvió a Corrientes. Regresó a España y en 1995 volvió a Buenos Aires.
3 – Una carta a la madre
Hacia el final del libro, Stella Maris incluye una carta que Juan José escribe a su madre desde Sevilla, fechada el 29 de septiembre de 1993, un año y algo antes de su regreso definitivo a la Argentina.
Habían tenido una conversación telefónica y la escuchó “cerquita y clara”.
Es el anochecer de un día espléndido. Anuncia que serán unas líneas “estrictamente literarias”.
A poco de empezar la carta, algunas palabras comienzan a cambiar el tono de la misma: “Pero la culpa es tuya, Madre, por elogiar con tantísimo entusiasmo mis sonetos sin (creo yo, opino, me parece, barrunto, intuyo, sospecho) conceder a todo lo demás que he escrito fuera de aquella forma el mismo valor…”.
La forma de la carta me remite al monólogo interior joyceano, aunque pretende ser un diálogo imaginario en el que la voz de la madre interviene cada tanto para acotar cierto desborde, para que el río de las palabras vuelva a su cauce.
Juan José continúa su escritura metonímica en la que hace alarde de temas que domina: Petrarca y los primeros sonetos magistrales; “il concetto” o lo que los sonetos dicen; “en la obra de arte no hay separación entre fondo y forma”; habla de Las meninas y el Guernica; las palabras, el canto del ruiseñor, la mística, la filosofía, la poesía…
“—¿Y dónde quedaron tus sonetos en medio de tanta conceptualización?”.
La madre interviene cada vez que el poeta se desborda en lo que es casi un monólogo interior.
Aconsejo leer esta “joyita” epistolar en la que las palabras a cielo abierto y en primera persona permiten conocer algunas intimidades del poeta.
Juan José Folguerá murió el 1 de diciembre de 2004. Darwi Berti adelanta la publicación de una nota en la que afirma que Juan José es el poeta de Corrientes. “Si alguien lo dudara —dice— le bastaría leer los últimos versos de esa joyita literaria universal que es el poema “Saberse río”. Sigo su consejo. (Pág. 61)
(…) ¿Qué victoria
mayor sobre la carne habrá posible?
Saberse río,
río mortal, apenas un momento
testigo del instante, riente mártir,
mi barco es tuyo Paraná.
Y es mía
La carcajada.