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El tesoro anunciado y no obtenido

Sabado, 09 de noviembre de 2024 a las 18:15

Esta historia leyenda nos ubica en el Departamento de San José de las Lagunas Saladas, que por rara paradoja del destino ninguna laguna es salada.
Las maestras que concurrían a la Escuela 533 de Colonia Cabral, que se hallaba ubicada entre esa Colonia y Pago de los deseos, algunos la llamaban Escuela Portalea, no eran muchas, casi todas vivían en la ciudad capital del departamento. Éste, nacido en su primer asentamiento el fortín de Santo Domingo, actual Colonia Anguá, cerca de San Roque, oficiaba de cárcel a la cual eran remitidos los reos, con la finalidad de luchar contra las incursiones de los malones, habitantes originarios de Corrientes o los que se introducían desde el Chaco, a quienes se atribuyen la destrucción de la Reducción de Santiago Sánchez y la Reducción de Santa Lucía, ambas manejadas por los sacerdotes franciscanos. En la misma zona nació el Sargento Juan Bautista Cabral héroe nacional correntino.
La Escuela era como las que abundaban en la provincia, de construcción precaria, techo de zinc, piso de tierra apisonada. La tierra era gredosa, colorada por la cantidad de hierro que contenía, denominada ferruginosa. Constaba de tres aulas, además por su importancia tenía un portero.
Un día perdido en los confines del tiempo, fines del siglo XX, el portero se dirigió a la directora con el objeto de solicitarle permiso para excavar en las aulas, argumentando que había un tesoro, la buena mujer se resistió hasta que la insistencia de su empleado logró vencer su resistencia: -bueno -expresó- pero el lunes quiero los pisos bien arreglados, firmes, ¿de acuerdo? El interpelado respondió: 
-sí, señora, bien aplanado. 
En las aulas laterales, con dos amigos buscadores de tesoros se presentaron el sábado temprano en el establecimiento, con una máquina de buscar metales y un par de varillas que uno de ellos manejaba con destreza, salvo el inconveniente que le vibraba como si una fuerza extraña la desviara. No obstante el extraño suceso, continuaba la búsqueda. El fin de semana pasó sin novedades, sabían que algo andaba enterrado, pero no tuvieron éxito.
El segundo fin de semana el portero se adelantó a sus amigos, pues el día viernes se quedó en la Escuela, comenzó a cavar en el aula del medio, la tarde fue cayendo ocultando las luces para que las penumbras ocuparan su lugar, encendió un farol a kerosene, al igual que varias velas para tener mejor visión. En cierto momento las velas se fueron apagando como si alguien las soplara, el farol comenzó a balancearse sin viento alguno que lo impulsara, ante tal situación salió al patio del establecimiento a limpiar la pala, a la cual se le había pegado el barro excesivamente, de pronto una mano se posó sobre su hombro, un corpulento hombre de casi dos metros, con sotana y capucha, con voz de ultratumba le espetó: -lo que buscas no es para vos y no es para este tiempo. Quedarse helado, blanco, atravesado por miedo profundo fue sólo un segundo, cayó desmayado.
Los compañeros de aventura al observar que su socio no volvió de la Escuela, decidieron ir a buscarlo, no vaya a ser que les birle el tesoro. 
Transitando los kilómetros que separan el lugar de la ciudad, arribaron al establecimiento escolar, munidos de linternas, armados con revólveres, desconfiando de su socio desaparecido. Alumbraron el lugar observando con miedo que el portero yacía en el suelo, con la pala en una mano, la cara contraída por el espanto, lo revisaron y respiraba. Trataron de reanimarlo, usaron para ello el agua de la caramañola. 
Mientras estaban en la tarea de revivir al compañero de andanzas, de pronto en la puerta del aula apareció el farol de luz luctuosa, llevado por la extraña figura descripta anteriormente, el que con voz de ultratumba les hizo la misma advertencia, agregando que si seguían con sus intentos, se atuvieran a las consecuencias que no son del todo halagüeñas, ratificó, haciendo un gesto de bendición a las dos estatuas congeladas por el desasosiego. Las linternas empezaron a bailar en las manos de los hombres, el miedo se apoderó de ellos, dispararon como vinieron, abandonando a su compinche caído. 
El portero al recuperarse observó estático y medroso a su alrededor, el sol asomaba entre los árboles cercanos, había dormido un largo sueño durante su desmayo.
Se levantó lentamente, tapó el pozo, apisonó la tierra mientras rezaba a todos los santos, juraba a la vez que nunca más buscaría en el lugar, ni en ningún otro nada, nada de nada.
El guardián del tesoro cumplió su cometido, espantó a los buscadores de fortunas para su bien, de otro modo tendría más trabajo, destruirlos en vida.
Ninguno de los tres dijo esta palabra es mía, el caído en la búsqueda por vergüenza, los otros dos para ocultar su cobardía, al abandonar en el campo de batalla al amigo desfallecido. El espíritu cuidador del tesoro agradecido, por ahorrarles el trabajo de aplicar las horribles penas que 
suele inferir a los sacrílegos que violentan sus secretos, al 
fin y al cabo es un guardián de otro portal. 

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