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“El chamamé está tan vivo que crece a borbotones”

“Ser chamamecero hoy, para mí, es ser como un cultivador”, dice Luis Moulin, músico, productor y referente indiscutido de la cultura correntina. En una charla profunda, repasa su trayectoria, su presente creativo y el enorme desafío de sostener una identidad viva en el Litoral.
 

Por El Litoral

Domingo, 23 de noviembre de 2025 a las 10:00

Por Eduardo Ledesma

Versión gráfica: Belén Da Costa

En el episodio 36 de Eduardo Ledesma Pregunta hablé con Luis Moulin. Músico, productor, gestor cultural y comunicador. Lleva más de tres décadas dedicadas a difundir el chamamé y la identidad del Litoral argentino. Fundador e integrante histórico de Los Alonsitos, con quienes recorrió escenarios de todo el país y alcanzó distinciones como Consagración Cosquín y Disco de Oro, Moulin supo luego ampliar su campo hacia la gestión cultural, la producción audiovisual y la comunicación pública.

En este episodio hablamos de todo eso: de música, de la gestión cultural, de los proyectos propios y conjuntos con Belén (su dúo y compañera), sus planes presentes y futuros y de nuestra cultura patrimonial chamamecera. Un recorrido que nos llevó hasta una pregunta existencial: ¿Qué es el “ser chamamecero” hoy?

Una charla sobre nuestra forma de ser y estar, de decir y de sentir una identidad propia muy profunda.

Pasaron más de tres décadas de aquella formación de Los Alonsitos. ¿Extrañás algo?

Sin dudas, Pepe. Si yo puedo estar hablando hoy con vos acá, se lo debo a una bendición que ha sido encontrarme con Marco, Ariel y Marcelo cuando teníamos diez, doce años. Todo ese aprendizaje desde lo artístico y profesional me permitió iniciar mi nuevo camino con un bagaje para ver un campo artístico y gestionarlo.

A ustedes les tocó también la profesionalización de la música chamamecera en los noventa.

Yo a los noventa los tomo mucho. Nos han pasado cosas impresionantes, como ser el top cinco de los artistas de EMI en Argentina. Estamos hablando de una propuesta de chamamé que arrancó a jugar en primera, en términos del mainstream y la difusión.
¿Y pensaron en ese momento la tradición y la innovación?

Creo que no. Uno va para adelante siempre. Estar en esa carrera implicaba sonar de igual a igual con todos los grupos argentinos. Desde lo técnico se buscaba esa potencia. Pero con el paso de los años empecé a preferir la sutileza, volver a la fibra. Necesitaba volver a cantar y a contar algo que me emocione. Una vez lo escuché a Mario Bofil, emocionando al público, y dije: “Esto quiero yo. Ver cómo alguien con una guitarra, con la potencia de una historia, te emociona”. Quería cantar algo que te llegue y te transforme. Y estamos en eso. 

 ¿Qué es el Instituto de Investigación y Desarrollo Cultural del NEA?

Es una institución recientemente creada por la Fundación Jean Piaget, que creó la Universidad de la Cuenca del Plata con el objetivo de desarrollar la educación y la cultura de la región. Somos el órgano de extensión cultural de la universidad, vinculados a talleres, convocatorias e investigación.

¿Y qué te deja ese cruce entre la creación, la gestión y la institucionalidad?

Yo creo que todo va componiendo de a poquito y lo voy viendo. Este rol de la gestión cultural, me dio un orden. Vos ves mi hoja profesional y es como que me fui preparando por etapas, muy intensamente, por etapas.

Para mí, la institucionalidad me brinda herramientas de profesionalización del campo artístico. Y ya no lo pienso tanto en términos propios. Es cierto que al principio estudié la licenciatura porque sentía que era ponerle profesionalismo a algo que ya era profesional, pero con más herramientas, técnicas y fundamentos.

Después, al entrar a estudiar la carrera, se me abrió la cabeza. Si antes tenía un concepto de cultura así, después veía cultura en todos lados. Y eso me enriquece también en términos compositivos y artísticos, porque cuando vuelvo a mis letras, cuando vuelvo al escenario, vuelvo con la capacidad de volcar toda esa vivencia.

Hay mucha gente que trabajó para la declaración del chamamé como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad. Lo vivimos como un partido de fútbol en el teatro. Y vos también participaste muy activamente. Mi pregunta es más personal: ¿qué fue para vos eso y en qué te cambió?

A mí fue mundial también, Pepe, posta. Fue como llevar a Mandiyú a ganar la Champions, ¿entendés? Porque el proceso de patrimonialización es un proceso de descubrir nuestro propio valor, de sistematizarlo, de registrarlo. Y acompañar como parte de ese grupo de entusiastas me hizo tomar real dimensión de lo que era el chamamé.

Ya no era solo mi amor por el chamamé. El chamamé era una forma de vida, una manera de ver las cosas. Era un elemento portador de paz, de comunicación, de valores. Me transformó porque me expandió la mirada y me formó mucho también, porque me hizo estudiar mucho.

Hay muchas cosas que nos dan miedo “de oído”, y eso te obliga a estudiar. Y justo yo estaba cursando, por ejemplo, Patrimonio. Era maravilloso estar haciendo los talleres como comunidad portadora, y a la vez ir a la ley, a los conceptos de UNESCO, a la evolución de las políticas de conservación patrimonial: cuándo arrancan, por qué se empieza a cuidar el patrimonio. Todo eso lo iba estudiando en la universidad mientras transcurría lo otro. Fue una cosa maravillosa.

¿Vos creés que, más allá del título de UNESCO, todavía hay cuestiones del chamamé que puedan estar en riesgo?

Tengo una cuestión con la palabra “riesgo”, porque me remite a una época en la que se decía que había que defender el chamamé. Yo vengo de esa etapa, pero la pregunta es: ¿defenderlo de quién? Cuando uno mira, el chamamé es uno de los fenómenos culturales más dinámicos de la Argentina. No sé si hay otro género folclórico que hoy tenga la diversidad sonora que tiene el chamamé ni la cantidad de artistas y actores participantes.

Cuando hablamos de chamamé hablamos de Misiones, Entre Ríos, el sur de Brasil, Mato Grosso do Sul, Paraguay… Cada uno con su propio sonido. 

No es exagerado decir que podemos tener diez noches de chamamé y cada noche con un estilo diferente.

Totalmente. El riesgo al que apunta UNESCO es a que se pierda la transmisión, el por qué uno hace chamamé, lo que significa para la persona. Y yo creo que no: nuestra gente lo tiene clarísimo. Ellos fueron quienes nos contaron en los talleres que “el chamamé es mi vida”. Y las generaciones que siguen lo viven igual.

Lo que pasa es que el chamamé está tan vivo que crece a borbotones. Aparecen propuestas, estéticas y sonidos, y algunas nos pueden gustar más o menos. Pero lo que es innegable es que el género está vivo, y eso salta a la vista.

Después de todo lo que viviste, estudiaste y escuchaste, si tuvieras que definir qué es ser chamamecero hoy, ¿qué es?

Ser chamamecero hoy, para mí, es ser como un cultivador. Alguien que tiene un espacio propio en su corazón y lo va alimentando con esa semilla de música y de poesía. Ser chamamecero es una persona receptiva, abierta, que vive la vida a través de la música y que encuentra su modo de andar en la vida a través de esta música que lo representa.

Me hace acordar a esos personajes que te responden una conversación con un pedazo de canción, ¿no? Volvemos a eso: al chamamé como elemento que representa valores, modos de comunicarse con la tierra, con el hombre y con Dios. Ser chamamecero es ser una persona íntegra e integral.


 

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