El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía.
Poética
Lo que me llevó a escribir creo que fue un impulso que tenemos todos: el afán de expresar nuestras difusas sensaciones, de ponerlas en el papel para verlas frente a nosotros dotadas de alguna forma, examinarlas y creer que, así, comprenderemos algo de eso que somos; una idea errónea, sin duda, ya que las palabras transforman las sensaciones… en palabras. En otra cosa que aquello que en realidad son y que nunca comprenderemos cabalmente. Además, si es que uno va progresando un poco, llega el momento en que se da cuenta de que aquello que escribe le pertenece menos una vez que está escrito; se ha vuelto algo objetivo, externo, algo que puede compartir con los demás –cree uno- cuando en realidad los demás lo leerán desde sus propias ópticas, que difieren de la nuestra, desde luego y es bueno que así sea. Además, conspira contra esta idea primitiva de la “expresión del yo” el hecho de que descubrimos que lo escrito tiene sus propias reglas y su propio mundo, insertado en una tradición de 6.000 años de antigüedad. Eso es mucho tiempo y marca a lo escrito, lo quiera uno o no. Para la poesía lo importante no es el hombre que la escribe; a ella sólo le importa ella misma. Lo que nos suceda a nosotros sirve apenas —y en el mejor de los casos— como disparador del texto.
Tanto de la poesía argentina como del resto de la poesía latinoamericana, mi poesía intenta absorber el mayor número de influencias; no sólo de esos segmentos, sino también de los propios de la poesía occidental en general, y devolver en obra una adecuada digestión de esos principios y esas prácticas poéticas, con una voz que le sea propia. Hace unos años —en un recital de poesía que di en la Córdoba americana— un asistente a la reunión me regaló una interesante definición de lo que hago: me dijo que mi poesía es “cosmopolita”, y las implicancias del término me resultaron esclarecedoras. No busco una voz local, sino una voz coral, donde lo local también esté implicado, desde luego, pero sin restarle importancia ni brindársela en exceso. Es la imagen poética de occidente lo que me interesa burilar en mis versos, no una pertenencia exclusiva, una nacionalidad limitante. En la globalización, resulta fascinante intentar abarcar las diferentes tonalidades, buscar una poesía que pueda ser referencial para hombres bien distintos, lectores de orígenes diferentes, de tradiciones diversas; que algo o mucho del original escrito en castellano llegue a quien me lee en su lengua natal, al incursionar en las traducciones que se realizan de mis poemarios a idiomas extranjeros. No creo que, en la posmodernidad, el poeta deba circunscribirse a un solo ámbito; creo que en nuestro tiempo el poeta será internacional o no será.
Luis Benítez
MUESTRARIO MÍNIMO
Uno siempre se enamora de janis joplin
uno siempre se enamora de janis joplin
vive buscándola y encontrándola
antes de que ella cumpla los 27
cualquiera sea la edad que tenga
de verdad sea cierto o mentira
y siempre hay pedacitos de ella
algo de llora nena está allí
del otro lado de la mesa
o murmurando para sí
sentada al borde de la cama
janis te contempla
y te preguntas a quién
estará buscando janis
y si dará con él algún día
uno siempre se enamora de janis joplin
porque siempre le estuvo destinado
como si con eso alcanzara
habida cuenta de todas
por las que ella y vos han pasado
por cómo ven ambos el mundo
descomponerse furiosamente
detrás de las ventanas
como si eso solo fuera suficiente
porque la tierra gira siempre en dirección a ustedes
una y otra vez aunque posiblemente
nunca jamás se encuentren
uno se enamora siempre de janis joplin
Etiqueta y ceremonial del olvido
lo primero que se olvida es la voz.
como una serie de grabaciones
que van gastando sus cintas
y que esa misteriosa entidad
borra definitivamente un día
por protegernos de nuestros propios gritos
o sin otra intención que obedecer
ciegamente a un protocolo
cuya necesidad ella misma desconoce.
luego se desvanecen unos tras otros
los momentos de alegría o desdicha
y también los que al vivirlos juntos
parecían un instante más de todo
lo nebuloso y cotidiano después lo invalorable.
intentar aferrarlos es aferrar el aire
el mar la arena el tiempo que huye
entre los dedos sin prisa seguro de sí mismo.
cuanto es para uno imperdonable
para él resulta su rutina.
después el mismo nombre
aparece y desaparece
como un niño que juega riendo
entre la arboleda de la mente
a estar y no estar cuando llamado.
las normas de etiqueta del olvido
le indican que el rostro sea lo último en irse
y él lo obliga a retirarse en silencio
a paso quedo advirtiéndole
que cierre con cuidado esa puerta.
que ya no debe volver
al salón donde quedamos
de pie sobre el vacío.
La maldad de lo inanimado
El dios escondido en el objeto
ya no responde. No se ilumina
la pantalla no se encienden las luces
de la casa. Todo nos devuelve
a la cueva la miseria del ánimo
cuando era el ocaso.
Es la intemperie del mundo
y el terror a lo desconocido
-aquel, el más sabido,
de todos el más temido-
que retornan sonriendo.
Nunca se han ido:
sólo esperaban el desperfecto
la impericia y que ningún ingeniero
(el chamán de las cosas)
hubiese a nuestro lado:
no funciona el teléfono.
Volvemos una y otra vez a intentarlo
sabiendo que es inútil y un rito desolado.
Somos el que reza
ante lo inanimado
pidiéndole perdón
por haberlo despertado.
Lo que para estar, no está
Poesía no eres tú,
no lo es nadie.
Lo que el verso
atrapa de lo inefable
apenas sombra es,
asomo, rasguño, aire.
No está aquí, sin duda,
ni lo estará cuando
estos trazos envejezcan,
porque el tiempo no agrega,
sólo quita lo que el presente
creyó que era inmutable.
No se puede decir poesía
porque es lo impronunciable:
su lengua balbucea, a veces,
en la sospecha de una frase
que, al volver, buscándola,
resulta inencontrable.
Última frontera, confín
de un mundo que no conoce
las palabras, pero que gusta
de montarse en ellas
y pasar al nuestro
por hacer fulgurar, sólo un instante,
su relámpago en la mano,
mientras su rayo lo descarga lejos
y de aquel trueno, en el papel,
burlón, apenas su silencio queda.