El fútbol, como todo deporte, es más que un juego. Es una escuela de vida donde se forjan valores, se enfrentan adversidades y se aprende a ganar y a perder con la misma dignidad. En ese ambiente hay dos personas que encarnan esos valores y que, con roles distintos, pero con la misma esencia, han demostrado que la verdadera grandeza no necesita estridencias, que el liderazgo no se impone con palabras grandilocuentes, sino con hechos, con trabajo y con un respeto profundo por lo que se hace.
Messi y Scaloni representan la humildad en su forma más pura. No son los que hablan más fuerte, ni los que buscan protagonismo fuera de la cancha. Son los que dejan que su trabajo hable por ellos. Messi, con cada pase, con cada gambeta o cada vez que se levanta después de una patada sin quejarse ni reclamar. Scaloni, con cada decisión tomada desde la reflexión, con cada rueda de prensa donde nunca se pone por encima del equipo, con cada gesto de calma en medio de la adrenalina del juego.
El deporte, como la vida, es una prueba constante de carácter, a veces los atajos pueden traer triunfos efímeros, pero solo el esfuerzo sostenido, la humildad y la convicción profunda dan resultados que perduran.
Como argentino siento la necesidad de agradecerles por cómo nos dejan ante el mundo y por lo que nos dejan.
Messi y Scaloni nos enseñan, porque ellos así lo entienden, que la gloria, la verdadera, no está en los trofeos, sino en la manera en que se llega a ellos, el éxito sin valores es solo una victoria vacía. Pero cuando es la consecuencia del sacrificio, del respeto y de la humildad, entonces deja de ser solo un título: se convierte en un legado.