Esa impronta latina, casi deportiva, suele estar orientada a poner el foco en los resultados de corto plazo eludiendo deliberadamente lo realmente importante. Todas las expectativas están cifradas en identificar al potencial ganador como si ese dato modificara las condiciones estructurales o los desafíos que quedan por delante.
Es obvio que saber el perfil del triunfador de los comicios es relevante. Nadie en su sano juicio restaría importancia a ese elemento, pero no menos cierto es que el panorama que se avecina tiene ingredientes que no dependerán del domingo por la noche, sino más bien de la actitud política de muchos de los protagonistas al día siguiente del desenlace.
Es que a pesar de la incertidumbre inercial con la que la mayoría ya se ha acostumbrado a convivir algunos componentes de este coctel deberían ser asimilados como parte del paisaje y tenerlos muy en cuenta ya que tendrán que ser abordados con urgencia si se quiere encaminar el complejo escenario que tocará en suerte a los mandatarios que asumirán el próximo 10 de diciembre.
Tanto a nivel provincial como municipal, los responsables de la cosa pública, es decir no solo el gobernador y los intendentes, sino también los legisladores provinciales y comunales, tendrán que cambiar el chip rápidamente.
Hasta ahora no se había logrado comprender con claridad las nuevas reglas de juego. Los administradores de turno intentaron prolongar sus dinámicas haciendo oídos sordos reiteradamente, a lo que muchos interlocutores de buena fe sostienen a viva voz hace años sin éxito alguno.
Las advertencias fueron planteadas oportunamente por expertos y observadores, por analistas y meros espectadores, pero en un acto de necedad intelectual, ceguera ideológica o de simple tozudez los que tuvieron la posibilidad de hacer algo al respecto se negaron enérgicamente a girar en el sentido adecuado y hasta justificaron su accionar con argumentos tan infantiles como insustentables.
El mundo está cambiando, no solo en términos políticos, sino también en lo económico y en lo social. Seguir haciendo lo mismo sin registrar esos giros no parece muy inteligente. A pesar de esa obviedad los más experimentados han preferido insistir con sus fórmulas obsoletas y sucedió lo evidente.
Las recetas del pasado no funcionaron y ahora la realidad emerge sin piedad obligando a dar volantazos, a improvisar, sin margen de maniobra para llevar a cabo prolongadas deliberaciones. Algunos dirán que esto que ahora ocurre era predecible. Otros afirmarán que las decisiones extremas se toman cuando ya no queda hilo en el carretel. Es una cuestión filosófica pero también exhibe los estándares de responsabilidad con la que cada uno gobierna.
Independientemente de todas las elucubraciones que puedan hacerse desde ahora para explicar las motivaciones por las cuales los ciudadanos optaron por un camino y no por las distintas alternativas disponibles, o los planteos que se apalanquen en los porcentajes de participación cívica, lo concreto es que va siendo hora de dar vuelta la página y detenerse a pensar en lo que viene que tiene aristas sofisticadas que merecen especial dedicación.
La nómina de aspectos que requieren singular atención va desde el modelo de gobernabilidad, pasando por lo económico y lo financiero hasta alcanzar lo social. Las asignaturas pendientes son muchas y las reformas imprescindibles también. Cada renglón debe tener su plan de acción y convocar a los jugadores claves para implementar lo que ahora resulta vital para emprender un recorrido razonable, que no está libre de escollos.
Es altamente probable que conformar una mayoría en la Cámara de diputados no sea tan lineal como fue en otras épocas. La dispersión de alianzas, la cantidad de socios de cada frente y la versatilidad de muchos de esos espacios abre interrogantes no solo para establecer autoridades parlamentarias, sino que adicionalmente genera dudas sobre la conformación de comisiones claves.
La necesidad de consensos para avanzar con cambios imprescindibles terminará sentando a la ronda a personajes que durante lo electoral tuvieron una distancia inusitada y enfrentamientos repletos de ataques verbales y discrepancias conceptuales. Llegará la instancia en la que tendrá que reinar la conversación fluida si se quiere dar pasos firmes.
Los vaivenes internacionales, las perspectivas macroeconómicas nacionales, y una delicada situación de las finanzas locales deberían dar lugar a una profunda revisión del gasto estatal, de cada partida, del envío de un presupuesto 2026 a la legislatura que prevea esta nueva lógica y contemple las debilidades del sistema local, sin disimularlo con alquimias discursivas.
No menos trascendente es tomar nota de las demandas sociales que incluyen la urgencia de reformar las normas electorales, mejorar la educación sin minimizar el desastre actual, federalizar el sistema de salud, agilizar la justicia y garantizar la seguridad con mayúsculas.
La gente tiene una paciencia casi infinita pero no hay que abusar de esa aparente docilidad. Hay ciclos agotados y sería sensato al menos registrar que no se debe confundir templanza con mansedumbre. Hay mucho por hacer, lo que viene no es fácil y requerirá de una madurez, profesionalidad y visión que al menos por ahora no se visualiza con precisión.