Para el joven Ko, el futuro estaba en Japón. Aunque el destino le preparaba un giro inesperado. Con vientos de primavera, llegó el amor a su vida y también la primera pena para su corazón: se enamoró de la nieta de quien, como presidente del Ferrocarril Nacional, construyó la nueva línea del Tren Bala. “Era una familia muy aristocrática y yo de familia común, la unión iba a resultar imposible”, se convenció.
“Decidí viajar lo más lejos posible del Japón, la distancia me haría olvidar a la chica que amaba. Pensé en Canadá, pero no tenía título. Argentina era entonces un paraíso, verde de pampa, comida abundante, estaba reconocido como un país de Europa más que de Sudamérica por su alta cultura. Leía muchos libros, me gustaba el pensamiento del Che Guevara. Mis maestros son (Karl) Marx, (Jean Jacques) Rousseau y el inglés (Bertrand) Russell. Tenía la ilusión de conocer al Che”, recuerda con los ojos entrecerrados, como si su mirada interior lo dejara de vuelta en aquellos días.
“Vine en el barco ‘Argentina Maru’, 48 días de viaje junto a otros inmigrantes. Estaba lejos al fin, a casi 20 mil kilómetros de mi hogar. Traía 450 dólares en el bolsillo y el pasaje me lo pagó el gobierno japonés, que había hecho convenio con la Argentina para que los emigrantes pudieran trabajar pero únicamente como floricultores. Esa era la condición y uno debía contar con una familia que lo acepte para obtener ese beneficio y no abonar boleto. Había un paisano en Urquiza, una colonia nueva cerca de La Plata. Me dio una piecita en su casa y comencé como empleado en el vivero de su propiedad. Seis meses estuve”.
La intención de Ko era salir del vivero y montar su propio negocio. “Banco no presta nada y yo quería independizarme”, dice moviendo las manos. “En Buenos Aires se empezaba a difundir el kendo, los diplomáticos lo practicaban y me reconocieron por mis conocimientos. Trabajé en una fábrica de porcelana tsuji y a los 3 años de llegar, nuevamente con ayuda de paisanos, puse mi primera tintorería “Samurai”, en Beccar. Fue en 1970, época dorada para las tintorerías, el alquiler era accesible, había muchas fábricas en la zona. Dormía 4 horas por día, todo era trabajo y más trabajo, sin vida social por recompensa”.
Nuevamente el amor tentó a su corazón, dejó un encargado por un año en su negocio y viajó a Japón con la intención de traer mujer que lo acompañe. “Pero si a mí me había resultado difícil el arraigo, temía comprometerme y que mi pareja no se integre a las nuevas costumbres. La carta de una mujer que decía ‘te extraño’, me apuró a volver”. De esta historia quedan dos hijas y un nieto que Ko menciona con gran cariño en sus palabras.
“En 1975 llegué a Corrientes. Mi cuñado tenía un vivero en Riachuelo y me entusiasmó con la oferta de poner acá una tintorería. Nos instalamos en Rivadavia, entre San Juan y La Rioja, y 3 años más tarde pude comprar mi propio terreno y abrir la Tintorería ‘Nippon’ que está en San Martín 1420 y luego la que está ubicada en Santa Fe 1149.
Antes la tintorería era un negocio familiar, hasta que Italia, Francia y Norteamérica ingresaron al mercado con el nuevo sistema de limpieza automática. La cantidad superó a la calidad”, observa algo abatido.
“Cuando era joven me encantaba el comunismo. Como idea es muy buena, pero el ser humano es egoísta. Aunque acá tengo muchos amigos, sigo pensando que el argentino tiene un pensamiento muy individualista. Me duele ver cómo lastimaron al país, esto era la gloria, es hora de curar sus heridas”, agrega muy conmovido.
Ko practica y enseña kendo en un gimnasio del centro. Tiene un velero al que puso por nombre “Ingeniero Rousseau”, pero no encuentra aún tiempo para navegar como quisiera. Volvió al Japón unas cinco veces a visitar a familiares. Sonríe, pero tiene la mirada triste. Todo comenzó y termina para Ko, en el sentimiento de amor que a veces las personas no pueden o no saben o no quieren comprender.
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