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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

A Margarita Barreto de Piragine Niveyro

Por el Dr. Romilio Bruzzo

Especial para El Litoral

Se cumple el primer aniversario de la desaparición física de una gran dama de nuestra ciudad, que amerita la evocación de este ser tan único y consustancial con nuestra tierra, encarnación fiel de la mujer correntina, expresión de sus sentimientos, devociones y valores, al punto de que ni en sus últimos años claudicó en sus luchas en busca de metas autoimpuestas, en pos de forjar un mundo mejor. Su espíritu aguerrido la llevó a mantenerse siempre activa, coherente y firme, bregando por convertir en realidad sus más grandes ideales, sobre la base de una entrega sin par, ya sea como madre, esposa o mujer comprometida con su comunidad, a la que brindó sin retaceos sus mejores afanes, sirviéndola; asistiendo a los más necesitados con desprendimiento y caridad, como digna y pura cristiana que era.

En efecto, tras el fallecimiento prematuro de su esposo, el exgobernador Fernando Piragine Niveyro, y con dos hijas a cargo, María Fernanda y Elvira Rosalía, dedicó su tiempo al cuidado en soledad de las pequeñas, acompañando su crecimiento y educación con el celo de madre siempre presente, lo que no le impidió compartir la vida en sociedad, siempre rodeada de gente que quería y que la querían, sociable como era; sin descuidar las facetas de su personalidad que más la distinguieron, la vida familiar como madre responsable y ejemplar, la apertura a sus innumerables amistades y afectos, agregado a su inseparable afición por paliar necesidades y sufrimientos de los más desprotegidos, que encontraban en ella el amparo del que carecían.

Y por sobre todo esto, la devoción por el hombre de su vida y la compulsión que siempre sintió por perpetuar su memoria. Hay que decir que este objetivo lo consiguió con creces, porque hasta hoy, y merced a ella en gran medida, aquella gestión de su marido, si bien breve porque fue menor de cuatro años, es recordada como uno de los períodos más fructíferos en la historia de la provincia.

Cabe recalcar respecto a su preocupación y ocupación de lo social, que esta fue incesante, porque más allá de sus servicios a título personal, y con centro en su propia casa, la de calle San Martín, frente al Correo, el tiempo y esfuerzo que siempre desplegó, asistiendo a los más necesitados, se extendió a favor de instituciones abocadas a problemas de la ancianidad y la salud, como el Hogar de Ancianos, la Liga Argentina de Lucha contra el Cáncer, el Hospital José R. Vidal, la Fundación Cardiológica de Corrientes, entre otras. Su accionar fue de fecundo e inestimable valor, al punto de que son inseparables de su recuerdo.

No estaría completa esta semblanza si no se destacara también su figura, que sobresalía en nuestras calles, cuando ya entrada en años -que los llevaba con prestancia y altivez- concurría a estas instituciones. Su andar distinguido llamaba la atención, siempre sonriente, afable con el paseante que la saludaba. Impecable en su arreglo, sobria en el vestir, con sus grandes ojos negros en un rostro armonioso, que se iluminaba al menor amague de sonrisa. Así era nuestra querida Ñata, como se la llamaba en la intimidad, humilde y buena tanto de alma como de corazón. Pero voy a añadir también, como dato anecdótico, que a sus grandes dotes como mujer sumaba su fibra artística: tocaba maravillosamente el piano, interpretando temas clásicos y modernos; con el teclado hacía las delicias de sus invitados, que complacidos escuchábamos en arrobada atención los elegantes arabescos chispeando entre sus dedos; era capaz de arrancar el más estentóreo de los aplausos a cada culminación de aquellos, cautivados por la sorpresa y admiración.

Ella como cristiana creía ferviente y sinceramente en Dios, teniendo siempre presente a su querida Iglesia católica, a la que tampoco le faltó tiempo para dedicarle, haciéndola objeto de su más esmerada atención.

Es que creer en Dios, en personas de su sensibilidad, remite a la idea de inmortalidad, porque resulta de otro modo insoportable la marginación y la injusticia en el mundo sin esa recompensa. Ansiaba una convivencia mejor, con más equidad y donde reine la justicia, y este sueño buscó materializarlo acá pero, consciente de sus límites, conservó la confianza en  verlo concretado en el más allá, como buena cristiana que era. Ella seguramente desde un lugar privilegiado lo estará gozando.

Unamos todos cuantos la conocimos y apreciamos nuestras manos en el recuerdo, tributo más que merecido a quien fue en vida manantial de virtud y modelo de entrega, amor, lealtad y servicio.

 

Ñata Barreto de Piragine Niveyro fue una gran colaboradora del Hogar de Ancianos y del Hospital Vidal, pionera en la organización de entidades de prevención para la salud de las mujeres, maestra, profesora de música, mujer solidaria y comprometida, madre joven que desde el 14 de agosto de 1964 tuvo que criar sola a sus hijas de 3 años y de once meses porque el padre de ambas ha sido ofrendado a la política.

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