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Vino para quedarse

Por Carol Bensignor (*)

Especial 

Cada tanto vuelvo a leer algunos cuentos infantiles, no sólo por el gusto que me da la ficción, sino porque encuentro la vigencia de ciertas preguntas que retornan, eso irreductible ahí. Juego con los personajes hasta que de pronto precipita algo esencial, antes insignificante. Los esenciales también están en los cuentos. Y como en ellos, las pandemias vienen a recordarnos que vida y muerte se enlazan en una intimidad que toca nuestro cuerpo, tomando diversas formas y presentificaciones en las cuales este queda comprometido. Sucede, ocurre, y ha acontecido ya, que una peste se nos mete y ya no sabemos ni cómo, ni por qué. ¿Qué ha pasado? Aún intentando cerrar todos los agujeros del cuerpo y con vestimentas protectoras de extraterrestres, esta...la peste, se ha entrometido en nuestras vidas. ¡Y ni siquiera pidió permiso, qué intrusa! ¿Quién habría supuesto semejante y globalizada situación? ¿Será que vino para quedarse?

Cuando la ficción puede convertirse en un lugar habitable, podemos, por ejemplo, meternos en un profundo agujero como “Alicia en el País de las Maravillas” y caer tan lentamente como ningún científico podría verificar. O podría pasar que nuestro cuerpo, como el de la niña se distorsionara de tal modo que la curiosidad y la búsqueda se despertaran con increíbles efectos. O imaginar al personaje apestoso de nuestra pandemia que se le ha ocurrido no irse luego de haber irrumpido en nuestras vidas...

Una pandemia, cuando toca y “nos” toca, ya será la nuestra, y la de cada uno en lo singular, habremos de poner el cuerpo. Sostener los lazos sociales, afectivos, laborales, a remotas distancias, protegiendo y cuidando nuestra salud, viene siendo un gran desafío. Hoy en día contamos con dispositivos tecnológicos tan variados y de tanto alcance... al alcance de la mano y dispuestos a darnos una mano. Ellos son también esenciales, tanto como las lentes para un miope. Jóvenes expertos, niños precoces, adultos de otras generaciones quienes no pertenecen al conjunto denominado “nativo digital”; todos ellos de red en red. Todos ellos se acercan y se alejan, dispositivos tecnológicos mediante, en un juego donde el cuerpo está ausente, no así los efectos y padecimientos que se registran: restan off line.

¿Podría venir para quedarse una vida que no enlace y a su vez vele lo más íntimo de cada uno en el encuentro con otros? ¿Realidad artificial? Esa que ya está a un paso de la realidad virtual.

“Nativos digitales” los jóvenes de hoy ... Y ¿cómo llamaremos a los que están naciendo en este tiempo? ¿Y a los que se están muriendo ahora en soledad, o sin ritos funerarios? La peste, ¡¿otra vez!?

Si algo vino a recordarnos esta, nuestra pandemia, es que la presencia del otro, lo real del cuerpo, aquel que resguarda lo más íntimo... el deseo, es el alma de nuestra humanidad. Un límite al que quizás no convenga renunciar.

Tiempo no sólo de reflexión, sino una oportunidad para que aquello que vino para quedarse sea otra vez el encuentro real y verdadero, enlazado a lo vital de un cuerpo apetitoso aunque también “apestoso”, imperfecto y humano, que pueda hacer pasar lo singular de cada uno.

¿Y la pandemia? Eso no se quedará.

(*) Psicoanalista, integrante de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y supervisora del Instituto Fernando Ulloa.

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