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Coparticipación familiar

Por Dr. Daniel Grassi

Publicado en Télam        

Supongamos que tengo dos hijos jóvenes. Viene el mayor y me dice: “Pá, quiero comprarme un autito usado que vale $100. Con mi trabajo pude ahorrar $70. ¿Vos me prestarías lo que me falta? Puedo devolvértelo en un año, más o menos, con lo que ahorro de mi sueldo”. Como es un pibe trabajador y responsable, estoy dispuesto a ayudarlo. Lo merece.

Al día siguiente viene mi otro hijo, el menor, y me dice: “Viejo (nótese la diferencia de trato, desde el principio), quiero comprarme un auto 0 km que vale $300. ¡Dame los 300!”. Como lo conozco bien, sé que lo poco que gana trabajando lo malgasta, y pronto va a venir a pedirme que le pague la nafta, el seguro y el taller. Entonces le digo que no es posible pagarle todo el auto. 

Que ahorre parte de lo que gana y aporte por lo menos un 70%. Que puede empezar por un auto más económico. Entonces se enoja, dice que no entiendo sus necesidades y que va a hablar con la madre.

Esa noche, en la mesa familiar, el menor pide poner a votación su propuesta. Y como la madre lo apaña, se confabulan para ganarme. Tengo que poner los $300 y prepararme para pagar la nafta y todo lo demás. Como si eso fuera poco, ahora todos quedaron ofendidos conmigo. Yo sólo intenté ser justo y valorar a cada uno según su mérito.

¿Con qué argumento puedo pedirle ahora al mayor que me devuelva lo que le presté? ¿Qué incentivo tendrá para esforzarse?

Esta simple anécdota familiar apócrifa, lo aclaro para que mi esposa y mis hijas no se sientan aludidas, es una parábola de la coparticipación federal entre la Nación y las provincias. 

Obviamente se trata de una gran simplificación, porque el tema tiene un montón de aristas.

La coparticipación federal de impuestos nació como un régimen provisorio que se fue consolidando con el tiempo. 

Distintos gobiernos fueron dictando normas y sancionando leyes que terminaron creando un verdadero laberinto, del que ahora es muy difícil salir. Hay toda una biblioteca al respecto y destacados autores han tratado el tema en profundidad.

La Constitución nacional de 1994 estableció que debía sancionarse una “Ley-Convenio”, cuya Cámara iniciadora debía ser el Senado. Surgió el principio del “federalismo de concertación”. Esa Ley-Convenio nunca llegó siquiera a plantearse como borrador.

El principio de “recaudar primero, gastar después y como máximo lo que se recauda”, quedó totalmente descartado, en aras de una retorcida y tergiversada “solidaridad”. 

Hoy la realidad es que las provincias, o al menos la mayoría de ellas, gastan y luego piden ayuda, más impuestos, más aportes de la Nación.

Qué bueno sería que las provincias sigan el ejemplo de mi hijo mayor y no el del menor. Pero parece que el camino del menor esfuerzo es el que da mejores resultados. 

Y gastar lo que otros tienen que esforzarse por recaudar no trae ninguna consecuencia. O sí, la consecuencia es que encima todos terminan enojados con el que paga.

La Nación debe tratar a las provincias como hijos: mantenerlos mientras son niños, ayudarlos a crecer y que en la llegada de la mayoría de edad se sostengan solos. Eventualmente estar disponible para dar una mano en tiempo de crisis o de crecimiento y, sobre todo, saber diferenciar entre vagos y esforzados, para tratarlos como merecen.

*El autor es socio del Club Político Argentino e integrante de la Red Ser Fiscal.

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