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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Este tribunal es tuyo, tuyo, tuyo

El discurso de apertura de las sesiones legislativas del Congreso tuvo, como pudo verse, sólo dos protagonistas: él y ella. Lo había redactado personalmente y, en detrimento de  los escasos legisladores presentes, el primer mandatario se dirigió sólo a quien tenía a su lado, con las buenas nuevas que creyó haber pergeñado para ella.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

 

“En la vida real, la farsa existe únicamente para los espectadores, nunca para los actores”.

Aldous Huxley 

Escritor británico

En la asamblea legislativa del lunes pasado, para la inauguración del período de sesiones ordinarias del Congreso, nunca se vio tan pocas personas en el recinto (producto de la pandemia), pero paradójicamente nunca sobraron tantas.

¿Cómo es esto? Simple. De los 329 legisladores que integran ambas cámaras (72 senadores y 257 diputados), sólo estuvieron presentes 98, pero la escenografía estuvo montada para que los reflectores dieran visibilidad sólo a dos actores: Alberto y Cristina, el resto parecía cartón pintado a pesar de los gritos de Waldo Wolf, de Fernando Iglesias, de Mario Negri.

Alberto, el presidente, lo venía pensando desde comienzos de año. La inauguración del período de sesiones, en la propia casa institucional de Cristina, iba a ser diferente en esta oportunidad. Lo planificó cuidadosamente, tuvo tiempo para ello.

Por primera vez en la historia argentina, una asamblea legislativa iba a tener sólo dos protagonistas: él y ella, nadie más, no hacía falta nadie más. Alberto, como presidente, iba a pronunciar su mensaje, pero no dirigido al pueblo como se acostumbra en estas ceremonias, sino a quien tenía al lado.

Él mismo lo redactó, no necesitaba colaboradores para ello, quería mantenerlo en secreto, porque en su contenido estaba escondido un regalo para la vicepresidenta, uno que empaquetó cuidadosamente la noche anterior con papel celofán celeste con una franja blanca y un moño delicado en su frente.

Tal vez habían pasado algunos días desde el cumpleaños de Cristina, precisamente diez a la fecha de la asamblea, pero era una buena oportunidad para un obsequio que la iba a dejar boquiabierta y agradecida hasta el fin de sus días.

Nunca, en sus días como presidente, se sintió tan bien. Apenas podía contener el fuerte dolor de pecho que pugnaba por abrirse paso entre los botones de su camisa. Siguió dando los últimos retoques a su discurso, ya no importaba tanto lo que siguiera, apenas eran accesorios para adornar el objeto principal.

Ese día, el 1° de marzo, llegó temprano al palacio legislativo. Antes de la ceremonia oficial, quería entregarle el paquetito con el regalo a Cristina que luego anunciaría oficialmente en el recinto.

Luego de agradecer, ella abrió el obsequio presidencial y no supo que era aquello. Tres muñequitos enfundados en sus togas negras impecables, unidos por un reluciente estrado, hacían el conjunto, con un pequeño cartelito identificatorio: “T.D.S.”. Por separado, un aparatito plano con muchos botones.

Boquiabierta, antes de que pudiera cerrarla Alberto le dijo: “-Te explico. Este portento de la tecnología fue creado directamente para vos, es tuyo, tuyo, tuyo. Se trata de un tribunal, que yo he denominado ‘Tribunal de Superhéroes’ que te permitirá manejar las decisiones judiciales a tu antojo”.

Sintiendo la mirada incrédula de su interlocutora, Alberto siguió: “-Como verás, es un tribunal moderno, de superhéroes que lo pueden todo, funciona a control remoto, lo podrás manejar desde Juncal y Uruguay, desde Río Gallegos, desde El Calafate, desde donde quieras. Cada uno de los botones que ves aquí tiene su función: este es el botón ‘lawfare’ que con sólo apretarlo se anulan las condenas, dejando fuera de juego a fiscales, jueces, tribunales orales, cámara de casación y, aunque no lo creas, también a la corte suprema”.

Antes de que ella pudiera preguntar, el Presidente continuó: 

“-Este otro botón es el de las ‘pruebas’. Con una simple presión sobre el mismo, se borra la memoria de los testigos, se arruina la legibilidad de los documentos y expedientes, se alteran los cálculos periciales, los informes desaparecen. El verde oliva es un botón importante, porque es el ‘botón de los botones’, que detecta y elimina arrepentidos”.

“-Por último”, agregó Alberto, “está el botón rojo, al que yo llamo el botón ‘big bang’ para el caso de una falla generalizada del sistema, lo apretás y todo salta por el aire”.

“-Pero escuchame…” (agregando un adjetivo calificativo utilizado para Parrilli), dijo Cristina,  “¿esto va a funcionar? ¡Vamos a probarlo ya, no quiero sorpresas!” Antes de que pudiera intentarlo, Alberto remató: “-No podemos probarlo ahora, porque carece todavía de las pilas legislativas. Entramos al recinto, lo anunciamos y luego nuestros legisladores le colocan las pilas”.

Ya en el estrado para la ceremonia, el Presidente quiso comenzar su mensaje de modo heroico y contundente: “-Llego a este Honorable Congreso con mis convicciones intactas”, dijo con voz estridente. Todos se miraron: ¿Con cuáles convicciones? ¿con las de antes o con las de ahora? No fue un buen comienzo para Cristina, que recordó las “convicciones” de antes, cuando era uno de sus furibundos críticos.

Luego de colocar en cabeza de la justicia todo el descalabro institucional y moral de la república, como si quienes ocuparon el poder ejecutivo no tuvieran nada que ver y los legisladores fueran santos, hizo el anuncio portentoso de su genial invención: la remisión de un proyecto de ley creando el Tribunal de Superhéroes, que se encargará de hacer lo que hay que hacer en el ámbito judicial.

Fue el momento que Cristina, mirándolo, sonrió satisfecha. Sintió que por fin lo tenía totalmente definido a su “Parrilli” en el poder ejecutivo, en tanto que su Parrilli senador hacía ampulosos gestos de aprobación para vista y satisfacción de ella.

Objetivo cumplido. La creación del Tribunal de Superhéroes es la concreción de la promesa por la candidatura. Falta únicamente el detalle de la aprobación legislativa. Tendría que presionar fuertemente a los tres gobernadores no peronistas. “-Si no aportan sus legisladores- pensó- les voy a cerrar totalmente el grifo económico”.

Pero pensó: “-¿Y si aun así no consigo los votos en diputados? ¿Si los gobernadores no ceden a las presiones del toma y daca? ¿Si los legisladores hacen prevalecer los principios? ¿Si la corte lo declara inconstitucional? Bueno, en ese caso -se consoló Alberto- habré cumplido y no será mi culpa el fracaso de la estrategia de cargar sobre el poder judicial el costo político de la impunidad”.

Sería el momento, luego de las próximas elecciones legislativas, de intentar la segunda etapa con la ley de amnistía en el Congreso, o, finalmente, el indulto en su propia pluma.

Estimado lector: siempre resulta difícil escribir sobre aquello groseramente obvio, porque se supone que se ofrece expuesto en su crudeza con sólo mirarlo, no necesita análisis. Sin embargo, puesto a escribir mi columna, he descubierto que, para comentar el último mensaje presidencial, puede resultar buena receta mezclar los hechos con algo de ficción y de realismo mágico, en dosis adecuadas, agregando una pizca de humor. Sólo así, me parece, es posible conectar al lector con la dimensión de lo inconcebible e intentar explicar lo inexplicable.

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