Las cifras del nivel de conocimientos en materias básicas de los adolescentes argentinos son, desde hace años, más que alarmantes. En las últimas mediciones Pisa, realizadas por una entidad internacional tan irreprochable como la Ocde sobre 77 países, nuestros chicos ocuparon el lugar 65 en ciencias, el 63 en comprensión de lectura y el 71 en matemática. Detrás de ellos, solo quedaron, entre los países latinoamericanos, Panamá y la República Dominicana.
Los datos conocidos recientemente del Observatorio Argentinos por la Educación han confirmado el grado de declinación educativa en la Argentina que se viene expresando a lo largo del siglo XXI. Y cuando parecía que el Estado, encogido de hombros, reaccionaba con el anuncio de que se agregaría una hora de clases en las escuelas de jornada simple a fin de recuperar algo del terreno perdido, reaparecieron, cuándo no, las figuras nefastas de sindicalistas como Roberto Baradel para manifestar serias objeciones. Nos hubiéramos sorprendido si no lo hubiera hecho.
Aquel observatorio ha informado que de cada 100 chicos que ingresan en la escuela primaria solo 53 terminan en tiempo regular ese ciclo, pero apenas 16 lo hacen con una comprensión razonable de lo que leen y de las operaciones simples de matemática que se les indica realizar. De cada 100 chicos que ingresan en la escuela primaria, solo 53 terminan en tiempo regular ese ciclo.
Parecen más bien condenados a integrar las filas de piqueteros pedigüeños que nada quieren saber con asumir tareas laborales e insisten en recibir prebendas dinerarias de escasa monta, a cambio de ninguna contraprestación, que reparten gobiernos a cambio de votos diligenciados por dirigentes que han hecho de las movilizaciones callejeras un redituable modo de vida, pero para ellos. Nadie en ese mundo parece haberse enterado, después de más de diez años de difundido, del documento por el cual el Banco Mundial sentenció que el capital humano equivale a cuatro veces el valor del capital físico de un país, o sea la suma de maquinarias, fábricas, puertos, pozos petroleros, cultivos o lo que fuere. Cada día que se pierde de clases al año es un retroceso comparativo de la Argentina con un gran número de países. Si esto se tradujese en días por año y por ciclo escolar, significa que nuestro país no pasa de las 720 horas reales de clase al año, mientras Chile está en 1.026 horas y los Estados Unidos, en 973. Un informe de jerarquía internacional hizo saber en 2018 que mientras en Japón el 91% de los estudiantes universitarios se graduaba dentro de los términos normales de un ciclo lectivo, en Dinamarca lo hacía el 81% de los alumnos, en Brasil el 49% y en la Argentina, solo el 31,3%. De modo que las cosas no están mejor para nuestro país en el nivel de estudios superiores y, a pesar de ello, hay una cultura populista de cerrar las fronteras aún más de lo que ya están a fin de “librarnos” de la libre competencia con los bienes y servicios procedentes de otras partes del mundo. La Argentina es el país de los slogans vacíos de contenido y de ruinosos resultados para el fisco. Ningún país latinoamericano tiene una aerolínea “de bandera” como Aerolíneas Argentinas, falso mérito y orgullo que cuesta al Estado la friolera de 800 millones de dólares de pérdida al año, agravados por las trabas al libre desenvolvimiento de empresas privadas aéreas dispuestas a reducir costos a los viajeros.
Un país que no toma conciencia de la gravedad de su déficit educativo no tiene en cuenta el presente, y mucho menos, se interesa por el porvenir. No hay una sola definición en serio sobre la más delicada de las cuestiones concernientes al desarrollo nacional, pero sí hay una abrumadora catarata de opiniones diarias desde el oficialismo tendientes a cooptar la Justicia para lograr la impunidad en delitos por corrupción por los que se persigue a algunos de sus más gravitantes dirigentes o para deshonrar la deuda argentina con el mundo.
En este estado de cosas es imposible plantear políticas tendientes a modificar el número de profesionales en favor de las disciplinas que más lo requieren para cubrir carencias esenciales. En 2019, el total de graduados de universidades públicas y privadas en las carreras de ciencias sociales fue de 60.485, pero en ciencias básicas de solo 2.362, con apenas 243 egresados en matemática. Si el Gobierno mira hacia otro lado en materia tan crucial para el interés de la Nación, urge que al menos la oposición sepa ilusionar a la sociedad con que hará innovaciones drásticas en lo que no es sino el punto de partida para el cumplimiento del precepto constitucional de igualdad de oportunidades para todos: educación de calidad desde la más temprana edad asegurada para todos sus habitantes y libre de patoteros a los que pareciera que se les paga para que la impidan.