Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
“El vino como tópico en la literatura universal” (segunda parte).
En la nota anterior nos acercábamos someramente al tópico del vino en la tradición literaria occidental señalando al menos dos direcciones: “quitador de penas” y “surtidor de la alegría”.
En las letras de tango son muchas las alusiones a bebidas alcohólicas (no siempre a la palabra “vino” específicamente) como ron, whisky, champán, licor, etc.; o bien su traslación metonímica: vaso, copa, trago. La lista de títulos es ardua: “La copa del olvido” (1921), “La última copa” (1926), “El tabernero” (1927), “El vino triste” (1939), “Bien frappé” (1941), “Los mareados” (1942), “Che bandoneón” (1950), “La última curda” (1956), etc.
El vino como “quitador de pena” se manifiesta en muchas letras, un vino que en principio genera alivio a través de una confesión a otro de la barra o a un instrumento. La confesión sirve de catarsis pero en cierto momento se vuelve negativa, sacude al que pena, en este sentido recordemos “Malena”, el célebre tango de Homero Manzi en el que homenajea a la cantante Nelly Omar así: “Malena canta el tango como ninguna / Y en cada verso pone su corazón / A yuyo del suburbio su voz perfuma / Malena tiene pena de bandoneón / Tal vez allá en la infancia su voz de alondra / Tomó ese tono triste de la canción / O acaso aquél romance que solo nombra / Cuando se pone triste con el alcohol”. En “El vino triste” (Manuel Romero) el narrador confiesa: “Dicen los amigos que mi vino es triste, / que no tengo aguante ya para el licor, que soy un maleta que ya no resiste” (…) “Siempre estoy borracho desde que te fuiste, /siempre estoy borracho... pero es de dolor...”. Nótese que unos años antes de esta composición el poeta italiano Cesar Pavese publicó un poema con este título y en cuya confesión se relata: “Lo curioso es que el hombre lloraba al contarlo, / como llora un borracho, con todo su cuerpo”.
En “La última curda”, una de las más emblemáticas letras de Cátulo Castillo, llena de hondonadas poéticas metafísicas (“la vida es una herida absurda”) que reflexiona sobre el ser humano y el dolor de vivir (“pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente” nos recordaba R. Darío en “Lo fatal”), el ron y el vino abren puertas, la realidad misma al desnudo: “Tu lágrima de ron me lleva / Hacia el hondo bajo fondo / Donde el barro se subleva /”. En este caso la confesión es hacia el bandoneón, acaso un espejo, donde decirse en una verdad definitiva: “Corriéndole un telón / Al corazón”.
A finales de los sesenta, irrumpen con música de Piazzolla las letras del uruguayo Horacio Ferrer, que marcan una renovación lírica tras el agotamiento de las propuestas nacidas en los años 30 y 40. “Balada para un loco” o “La última grela” adquieren notoriedad rápidamente. Años más tarde Ferrer escribe “El vino enamorado” (1980), letra en la que aborda el tópico con aires renovados pero desde una simiente clásica que lo emparentan lejanamente con su tocayo Horacio o el “Arte de amar” de Ovidio: el vino desata las delicias amorosas y a través de él puede cantar la eternidad.
En el chamamé el vino aparece también en las direcciones indicadas. Empezaremos citando una composición tan antigua como popular: “La caú”. ¿Quién no la ha escuchado alguna vez o al menos oído? Su popularidad es indiscutible, las numerosas versiones grabadas así lo demuestran, tal como su reiterada presencia en los bailes y fiestas. En guaraní “caú” significa “ebriedad”, y bien vale recordar también que el “caú” es la chicha ritual que utilizan (preferimos poner en presente) los chamanes (payé) en las ceremonias. En cuanto a la composición, aunque algunos le atribuyen autoría a Rogelio Capurro (Monte Caseros 1906-1984), la mayoría la señala como motivo popular recopilado por el imprescindible Mauricio Valenzuela que, junto a Emilio Chamorro y Porfirio Zappa (como glosador), contribuyeron en el rescate de innumerables compuestos transmitidos de “oído” llevados por ellos a los estudios de grabación. Inicialmente “La caú” iba mediada por una glosa de carácter anónimo que decía lo siguiente: “Era ella la guainita enamorada / Que al perder su adorado mboraihú / Vivió siempre borracha y peregrina / Por eso la llamaban la caú / En largas correrías por la selva / Tarareaba entre dientes un cantar / Que se adentró en el alma de los mozos / Haciéndose tonada popular”. Lo curioso es que esta glosa se fue perdiendo y hoy en día prácticamente ya no se la conoce, sin embargo la fuerza expresiva del chamamé estimula la imaginación del escucha.
¡Salud, poesía y libaciones!
Muestrario mínimo
La última curda
Lástima bandoneón, mi corazón
Tu ronca maldición maleva
Tu lagrima de ron me lleva
Hacia el hondo bajo fondo
Donde el barro se subleva
Ya sé, no me digas tenés razón
La vida es una herida absurda
Y es todo, todo tan fugaz
Que es una curda, nada más
Mi confesión
Contame tu condena
Decime tu fracaso
No ves la pena que me ha herido?
Y háblame simplemente
De aquel amor ausente
Tras un retazo del olvido
Ya sé que me hace daño
Yo sé que te lastimó
Llorando mi sermón de vino
Pero es el viejo amor
Que tiembla, bandoneón
Y busca en el licor que aturda
La curda que al final
Termine la función
Corriéndole un telón
Al corazón
Un poco de recuerdo y sinsabor
Gotea tu rezongo lerdo
Marea tu licor y arrea
La tropilla de la zurda
Al volcar la última curda
Cerrame el ventanal,
[que arrastra el sol
Su lento caracol de sueño
No ves que vengo de un país
Que esta de olvido siempre gris
Tras el alcohol
Contame tu condena
Decime tu fracaso
No ves la pena que me ha herido?
Y háblame simplemente
De aquel amor ausente
Tras un retazo del olvido
Ya sé que me hace daño
Yo sé que te lastimó
Llorando mi sermón de vino
Pero es el viejo amor
Que tiembla, bandoneón
Y busca en el licor que aturda
La curda que al final
Termine la función
Corriéndole un telón
Al corazón
Cátulo Castillo
El vino enamorado
He muerto, amor, y muerto me reencarné en tu vino.
Bebete vos mi cuerpo, renaceré en tu aorta.
Qué sobrehumanamente, por Dios, ya muerto y vivo
te esperará mi espectro caliente en cada copa.
Regreso de la nada trajeado de racimos,
tangueando entre los duendes de la bodega absorta,
allí donde los dioses lo encurdan al destino
y aprendo a ser tu vino, de pie sobre tu boca.
No me llorés, no ves que voy contigo?
varón de alcohol disuelto tras tu piel,
fiebre en tus éxtasis y mismo en tus desvelos
no llorés, que así te quiero
como nadie quiso antes.
No me llorés, bebeme!, soy tu vino
y con mi cuerpo innumerable te amaré,
pájaro líquido en la cumbre de tu carne,
ya somos uno, mi amor, besame.
De vino soy, de vino fanático de vida,
revivo por la hermosa catástrofe de amarte,
ya muerto y muerto te amo chorreando amor, querida,
qué escándalo de labios que voy a provocarte.
Nos barajó el misterio la dicha que no había
de fermentarme entero y ser tu mar de amantes,
desciendo a tus aljibes incógnitos de mina
y embriago, una por una, las bocas de tu sangre.
Ay, amor,
renazco en vino enamorado
y, alma mía, te emborracho
de alegría.
Horacio Ferrer
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