Tan o más apasionada Federal y anti unitaria que su hermana Encarnación Ezcurra, la esposa del dictador. María Josefa fue amante secreta de Manuel Belgrano, a quien lo conoció cuando ella contaba con 17 años y el doctor, por entonces encargado del consulado de Buenos Aires, tenía 32 años.
Junto al político, militar, periodista, escritor, diplomático, defensor de minorías y creador de la bandera nacional hubo parejas y amantes y también, una madre. Se enamoraron y ella en marzo de 1812 tomo la "mensajería de Tucumán", una diligencia que tardaba 30 días en llegar a la ciudad norteña. Cuando llegó a San Miguel de Tucumán, el general estaba en Jujuy y hacia allí fue la joven porteña. A fines de abril llegó a San Salvador, donde pudo reencontrarse con su amado Manuel y acompañarlo en el frente de batalla.
Tuvieron en 1813 un hijo llamado Pedro al cual ninguno de los dos padres reconoció. Fue adoptado por su hermana Encarnación Ezcurra, con el consentimiento de su marido Juan Manuel de Rosas y criado en una de las estancias del matrimonio. Recibió el nombre de Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
María Josefa Ezcurra se puso al servicio del proyecto político de su cuñado. El odio a los unitarios era tan grande como el de su cuñado. El unitario que la describe con severidad fue José Mármol, en su novela Amalia. Ella manejaba gran parte del poder rosista y era coautora de las atrocidades del tirano. Ya Manuel Belgrano no existía en este Mundo, además no lo conoció a Rosas, porque el futuro Tirano, ni siquiera participaba en acontecimientos que no fueran, “hacer plata”, vivir incultamente y ocultarse en “sus locuras”.
Los años 1833 y 1835 no pueden ser explicados en nuestra historia sin el auxilio de la esposa de don Juan Manuel de Rosas, que sin ser malo su corazón, tenía sin embargo, una grande actividad y valor de espíritu para la intriga política; y los años 1839, 1840 y 1842 no se entenderían bien si faltase en la escena histórica la acción de doña María Josefa Ezcurra. Esas dos hermanas son verdaderos personajes políticos de nuestra historia, de los que no son posible prescindir, porque ellas mismas no han querido que se prescinda; y porque además, las acciones que hacen relación con los sucesos públicos no tienen sexo.
La naturaleza no predispuso la organización de la hermana política de Rosas para las impresiones especiales de la mujer. La actividad y el fuego violento de pasiones políticas debían ser el alimento diario del alma de esa señora. Circunstancias especiales de su vida habían contribuido a desenvolver esos gérmenes de su naturaleza. Y la posición de su hermano político y las convulsiones sangrientas de la sociedad argentina, le abrían un escenario vasto, tumultuoso y terrible, tal cual su organización lo requería. Sin vistas y sin talento, jamás un ser oscuro en la vida del espíritu ha prestado servicios más importantes a un tirano que los que a Rosas le brindo María Josefa Ezcurra; por cuanto la importancia de los servicios para con Rosas estaban en relación con el mal que podía inferir a sus semejantes; y su cuñada con un tesón, una perseverancia y una actividad inauditos le facilitaba las ocasiones en que saciar su sed abrasadora de hacer el mal. Esta señora, sin embargo, no obraba por cálculo, no; obraba por pasión sincera, por verdadero fanatismo por la Federación y por su hermana; y ciega, ardiente, tenaz en su odio a los unitarios, era la personificación más perfecta de esa época de subversiones individuales y sociales, que había creado la dictadura de aquél.” José Mármol.
María Josefa Ezcurra era una jovencita de apenas 16 años, gozosa de una buena posición económica y social, cuando conoció a Manuel Belgrano. Se enamoraron profundamente y mantuvieron una intensa relación entre 1802 y 1803. Se veían en las dependencias del Consulado a escondidas de su padre Juan Esteban de Ezcurra, que finalmente al estilo de la época, le tenía un esposo reservado y la casó con un primo de Pamplona de Navarra, (España). Después de nueve años de matrimonio, sin hijos, y disconforme con la Revolución de Mayo, Ezcurra se exilió en su patria. María se negó a acompañarlo y aunque nunca más volvió a verlo, él la nombró su heredera.
Guiada por sus impulsos amorosos, cuando Belgrano fue nombrado General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú, María Josefa partió a buscarlo. San Salvador de Jujuy fue el sitio donde se produjo el anhelado reencuentro en los primeros días de mayo de 1811. Allí permanecieron juntos tres meses.
Posteriormente, María Josefa decidió seguirlo en el Éxodo Jujeño y hasta en la batalla de Tucumán. Sin embargo, la historia de los amantes dio un drástico giro. En octubre concibieron un hijo en San Miguel de Tucumán, donde residieron hasta finales de enero de 1813. Ella tuvo que cambiar su rumbo y abandonar a Belgrano, pues con su avanzado embarazo le resultaba imposible continuar viajando con el agobiante clima norteño.
El niño nació en una estancia de Santa Fe el 29 de julio de 1813 y fue bautizado en la Iglesia Matriz de Santa Fe de la Veracruz. Para evitar la deshonra de María Josefa, que aún se hallaba casada con su primo que residía en Cádiz, su hermana Encarnación Ezcurra y su cuñado, Juan Manuel de Rosas, inscribieron al bebé en el Libro de Bautismos como huérfano bajo el nombre de Pedro Pablo Rosas.
Recién al cumplir los 20 años de edad, Pedro fue informado por Rosas sobre su verdadero origen. Desde entonces incorporó su apellido biológico, pasando a llamarse Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
Durante el año 1837 Pedro Pablo Rosas y Belgrano se trasladó a Azul y ejerció como Juez de Paz y Comandante del Fuerte San Serapio Mártir, con el grado de Mayor. En 1841 comenzó una relación sentimental con una joven de Azul llamada Juana Rodríguez, con quien se casó en 1851 en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario. Aquí en Azul nacería buena parte de los dieciséis hijos que tuvo la pareja, de los cuales la mitad fallecieron siendo niños.
Después de Caseros y la caída de su padre adoptivo, Pedro Rosas y Belgrano fue trasladado como prisionero al Cabildo de Luján, y quiso el destino que fuera alojado en la misma celda donde permaneció su padre a fines de 1813, cuando fue procesado por las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. A pesar de que algunos oficiales pidieron que fuera ejecutado, su vida fue respetada por órdenes del General Bartolomé Mitre. Finalmente Pedro Pablo Rosas y Belgrano falleció en Buenos Aires el día 27 de septiembre de 1863.
Por Juan Carlos Raffo
Especial para El Litoral