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El periodismo frente a un nuevo ecosistema mediático: discurso de Rosental Alves

Por El Litoral

Martes, 24 de junio de 2025 a las 13:38

El periodismo frente a un nuevo ecosistema mediático: después de la web, la IA vuelve a cambiarlo todo

Por Rosental Calmon Alves

VER MÁS EN: El investigador Rosental Alves reflexionó sobre el periodismo y la revolución de la IA en las noticia

Muchas gracias a Telecom Argentina y al equipo de Redacciones 5G por la invitación. El apoyo que este programa proporciona al periodismo es un ejemplo que otras compañías deberían seguir especialmente en estos tiempos de dificultades para los medios. El periodismo es y seguirá siendo un bien público indispensable en nuestras sociedades.

Es un placer estar de vuelta en Buenos Aires o, como siempre digo a mis amigos, en Mi Buenos Aires Querido.

Tuve la suerte de vivir aquí por cinco años en dos épocas, como corresponsal de un gran diario brasileño, en los años 70 y 80. Volver siempre trae recuerdos y me alegra mucho.

Antes de la parte más interesante de nuestro encuentro, que será la conversa con Hernán y Gonzalo y con ustedes, voy a presentarles unas reflexiones iniciales sobre los profundos cambios que la era de la inteligencia artificial tendrá en el mundo en general y en el ecosistema mediático en particular. Cambio que ya empezaron y que seguramente muchos de ustedes ya están involucrados.

La idea es tratar de entender, a través de una visión panorámica, cómo esos cambios van a afectar al mejor oficio del mundo, como cariñosamente Gabriel García Márquez se refería al periodismo.

Antes de mirar hacia adelante, permítanme contarles que, como decimos allá en Texas: This is not my first rodeo. No, no es mi primer rodeo en esa tarea de tratar de llamar la atención de mis colegas sobre la inminencia de cambios radicales en el ambiente de los medios.

Hace casi cuatro décadas tuve mi “aha moment”, mi momento Eureka, cuando estudiaba en la Universidad de Harvard en 1987. Participé en un seminario con uno de los fundadores del MIT Media Lab y sobre la revolución digital que más parecía ficción científica pero que vendría inexorablemente y cambiaría el mundo en las próximas décadas.

Desde entonces, nunca dejé de pensar en eso.

De regreso a Río de Janeiro, sentí que necesitaba hacer algo concreto. En 1991 lancé el primer servicio de distribución de noticias por computadoras en el país: el SIN, Sistema Instantâneo de Notícias de la Agência Jornal do Brasil. Ese servicio de periodismo en línea, pre-internet, pre-web, difundía noticias en tiempo real para unos 6 mil terminales de operadores bursátiles. Por primera vez, durante las operaciones de la Bolsa de Valores, esos operadores veían en las pantallas de sus terminales de una gran computadora mainframe las noticias que estarían en el periódico mañana.

Era difícil escalar ese tipo restricto de servicio. Así que, cuando llegó la web, cerramos el SIN y sus reporteros y redactores pasaron a trabajar para el Jornal do Brasil Online en 1995, la primera edición en internet de un diario brasileño y uno de los primeros de América Latina.

Al año siguiente, en 1996, me fui a Austin para ocupar la Cátedra Knight de Periodismo Internacional. Mi principal misión era la enseñanza e investigación académica sobre el trabajo de corresponsales extranjeros.

Pero pronto me dediqué más a mi otra pasión: lancé el primer curso de periodismo online de nuestra universidad, uno de los primeros en Estados Unidos, y, durante las tres décadas siguientes, recorrí el mundo como una especie de “evangelizador digital”.

Mi evangelio era el impacto que internet tendría en el periodismo. Mi misión era convencer a periodistas y ejecutivos de medios sobre la necesidad de adaptarse a la era digital. Yo decía dramáticamente que la muerte era la alternativa a no adaptarse: la muerte de los medios o de las carreras de periodistas reacios a los cambios que vendrían.

Por eso tengo una sensación de déjà vu en estos tiempos en que empiezo a hablar de la necesidad urgente de que periodistas y medios piensen seriamente en cómo prepararse para la era de la inteligencia artificial.

En las dos primeras décadas de mi peregrinaje de evangelizador digital, era común encontrar escepticismo y a veces hostilidad y cinismo entre periodistas, ejecutivos y dueños de medios. Los cambios radicales en el lucrativo ambiente de los medios parecían impensables. No podía ser —me decían—, llamándome exagerado y otras cositas menos agradables.

Una vez un director de un periódico importante me dijo, medio en broma, que, cuando hablaba de internet, yo inventaba dificultades para vender facilidades como consultor de medios. Muy ofensivo, ¿no?

Hace unos 15 años, me contrataron para hablar en un retiro corporativo de planeación estratégica de un conglomerado de medios en un lujoso resort en una playa. Yo era el orador principal, pero antes de mí habló el CEO de la compañía, que tenía excelentes noticias sobre extraordinarias ganancias del año anterior, incluyendo un generoso bono para todos los empleados.

Yo me sentí un poco molesto por tener que hablar de disrupción, de vacas flacas, después del festival de vacas gordas que acabábamos de escuchar. Entonces tuve una idea.

Empecé mi charla pidiendo a la gente que imaginara este escenario: estábamos todos en la playa vecina, en un lindo domingo de sol, y yo aparecía gritando que teníamos que salir de inmediato, refugiarnos en lugares altos, pues venía un tsunami enorme. Y los imaginaba contestándome así: “Rosental, ¿ya estás borracho a esta hora de la mañana? El cielo está azul, el día está lindo, todo el mundo está disfrutando, tomá otra caipirinha, relajá, aprovechá la playa”.

Más o menos así los imaginaba pensando sobre lo que les iba a decir de la inminente disrupción de sus modelos de negocios y de los hábitos de consumo de sus audiencias.

Aquí en Buenos Aires, creo que hace casi veinte años, periodistas de FOPEA me escucharon decir en su congreso que pronto íbamos a pasar “de la era de los medios de masa a una era de una masa de medios.” A FOPEA le gustó tanto la frase que la imprimió en una taza de café que guardo en mi oficina en la universidad con mucho cariño, mientras veo la enorme fragmentación de los medios, los miles y miles de influencers e otros fenómenos similares..

Pues aquí estamos otra vez para hablar de otro tsunami que se avecina. Obviamente, no me atrevo a decir cómo será el mundo en los próximos 30 años, pero sí tengo la audacia de predecir que la transformación del ecosistema mediático será aún más fuerte, la disrupción de la IA será aún más intensa que la de los últimos 30 años.

El tsunami será mayor, y una vez más estará lleno de amenazas y oportunidades.

No sé exactamente lo que va a pasar. Nosotros, los humanos, no somos buenos en profecías, porque casi siempre prevemos el futuro con base en el presente o en el pasado, lo que causa distorsiones fatales. Pero sí podemos hacer algunas comparaciones, tratar de identificar errores que cometimos en el último tsunami y aprender de ellos. Además, podemos usar nuestra imaginación para especular un poco sobre los efectos abrumadores que la IA tendrá en nuestro oficio y las empresas de noticias.

Las extraordinarias capacidades que la IA seguirá ofreciendo al periodismo nos llevan a una paradoja, a una espada de doble filo. Como ya estamos viendo alrededor del mundo, la IA está ayudando cada vez más a periodistas y medios, creando eficiencias increíbles tanto en las redacciones como en la distribución y los negocios. Son oportunidades ricas y fascinantes que nos hacen optimistas respecto al futuro del periodismo.

Por otro lado, las amenazas más obvias son aterradoras, con consecuencias reales que también ya empezamos a ver. Es cierto que hoy por hoy es más fácil que un periodista pierda su trabajo por no saber cómo utilizar la IA que por ser reemplazado por ella. Pero también ya se ven los primeros despidos atribuidos a efectos directos o indirectos de la IA sobre los medios.

Otra de las amenazas más graves es la subversión de la realidad, que contribuye al declive de la confianza de la gente en el periodismo, a través —entre otras cosas— de la proliferación de las deepfakes, de imágenes y voces falsas que serán cada vez más difíciles de distinguir de las verdaderas.

Combinado con eso, viene el uso de la IA por malos actores para la manipulación de las emociones de las audiencias con fines económicos o políticos, como hace rato vemos en las redes sociales.

Todo eso nos llevará en la era de la IA a un agravamiento del “shock epistemológico” iniciado en la era de la web y las redes sociales. La epistemología es la teoría del conocimiento, la rama de la filosofía que se enfoca en el conocimiento; o sea, en aquello que sabemos, en cómo lo sabemos, en qué cuenta como evidencia, como prueba de lo que sabemos, en cómo justificamos lo que es verdad, lo que es real, en contraste con lo que no lo es.

Hemos visto en la última década cómo la manipulación algorítmica de la desinformación se ha transformado en un negocio lucrativo y en una fuerte amenaza para las democracias.

Sin embargo, también hemos visto cómo el periodismo ha enfrentado esa infodemia, incluso creando un género nuevo: el fact-checking, el periodismo de chequeo —y aquí hago un homenaje al pionero Chequeado, que desde Argentina ha ayudado a llevar ese nuevo género periodístico por toda América Latina, y ahora a Estados Unidos también, con una iniciativa importante allá en español.

Por lo tanto, la IA no lanzó ese shock epistemológico, pero lo va a exacerbar hasta convertirlo en una amenaza mucho más potente para las democracias y para los medios legítimos, donde periodistas trabajan con hechos, basados en metodologías y procesos éticos y deontológicos. Ya sabemos que gracias a la manipulación algorítmica de las emociones de los seres humanos, las mentiras, las falsedades se hacen más atrayentes que la verdad. Y corren mucho más rápido que la verdad.

De la misma manera que el periodismo reaccionó en la primera ola del shock epistemológico, seguro que lo enfrentará bravamente en la era de la IA, fortaleciéndose aún más como una trinchera en la guerra por los hechos, la verdad, la autenticidad y la defensa del interés público.

No será fácil. Pero una cosa es cierta: no imaginamos un mundo sin periodistas, sin seres humanos ejerciendo el oficio más lindo del mundo.

Yo pienso que, en realidad, nunca hubo un mundo sin una forma u otra de periodismo. No estoy hablando de ese periodismo institucional y profesional que conocemos, algo que existe desde hace solo unos 150 o 200 años —un período bien corto en la historia de la humanidad.

Me refiero a tiempos anteriores al periodismo industrial. Hablo del contador de historias que siempre fue parte fundamental de los grupos humanos. Desde aquellos que dejaron las pinturas rupestres en las cavernas hasta la Acta Diurna en la antigua Roma, los panfletos del post-Gutenberg y las gacetas y murales expuestos en los cafés de Londres, que actuaban como centros de noticias durante el iluminismo.

Aunque a veces nos asustan las dimensiones distópicas de radicales transformaciones del ecosistema mediático en las próximas décadas, creo importante notar que hemos tenido sustos similares —y, yo diría, hasta cierto pánico— cuando revoluciones tecnológicas anteriores nos parecían apocalípticas.

Desde Gutenberg hasta la era de la web y las redes sociales, son muchos los ejemplos de cómo los medios fueron adaptándose a las nuevas realidades. Las disrupciones causadas por ciertas tecnologías fueron superadas gracias a soluciones, incluso tecnológicas, creadas por seres humanos.

Como en otros momentos de la historia, el primer paso para la supervivencia de los medios ante la perspectiva de una nueva y gigantesca disrupción como la que estamos viendo empezar con la IA es, justamente, reconocer las dimensiones reales y los potenciales alcances de los cambios que se avecinan. Es hacer lo que estamos haciendo aquí, conversar, explorar escenarios, capacitarse, prepararse.

No hay lugar para negacionismo.

En los últimos cien años los medios y los periodistas vivieron tantas veces transiciones disruptivas que ya no tenemos más excusas. Tenemos el guion.

Después de treinta años de web y unos veinte años de redes sociales y smartphones, cuando todo está por cambiar otra vez, sería sorprendente y triste ver a periodistas y empresas de comunicación que no sean capaces de entender las dimensiones del tsunami de la IA y que no estén preparándose para adaptarse o, mejor dicho, de readaptarse.

Es verdad que estos cambios no se dan de la noche a la mañana. Todo lleva tiempo. Pero una diferencia fundamental en el impacto de la IA en el ecosistema mediático, en comparación con disrupciones anteriores —incluso las más recientes—, es la velocidad de los cambios.

La humanidad nunca ha visto algo así. Cinco días después de su sorprendente lanzamiento en noviembre de 2022, ChatGPT ya tenía un millón de usuarios. ¡Cinco días! Facebook tardó 10 meses en llegar a un millón y Netflix tardó 3 años.

Y acabamos de ver a ChatGPT moverse al quinto lugar entre los sitios web más visitados en el mundo. ChatGPT, obviamente, es solo uno entre un número cada vez más grande de competidores.

En el ecosistema mediático de hoy, donde incluimos a las big techs, nosotros, en el periodismo, estamos lejos de ser los únicos afectados por esa enorme disrupción. Pregúntenle al gigante Google, por ejemplo, que de repente tuvo que reaccionar a la inminente amenaza a su negocio de búsqueda. Cada vez menos gente hace búsquedas en internet de la manera tradicional, prefiriendo preguntarle a una IA, a pesar de asustadoras diferencias en el consumo de energía. Pero otra vez, eso es otro tema.

Google, como todos hemos visto, reaccionó lo más rápido que pudo con su IA, Gemini.

De repente, se cambió la vieja pelea de los medios contra Google, demandando pago porque lista sus  links. Creo que ahora la situación se complicó y empeoró: en lugar de los links azules, aparecen primero respuestas elaboradas por IA —resúmenes de los temas que buscamos. Y, como si no bastara, aparece también una inteligente serie de preguntas, con las debidas respuestas. Son preguntas que astutamente la IA imagina que tendremos, basadas seguramente en alguna teoría estadística de propensión. Los links todavía están allá, pero ¿quién llega a ellos después de tanta información?

Eso ya causó daños considerables a muchos sitios periodísticos dependientes del SEO. Algo parecido a lo que ya había pasado con sitios dependientes de redes sociales, afectadas por súbitos y misteriosos cambios algorítmicos que secaron sus fuentes de tráfico.

Hasta se podría decir que el uso de los links azules por Google no era tan malo, por el tráfico que generaba para los medios. Sin embargo, seguimos sin resolver problemas de derechos de autor, de propiedad intelectual. Creo que esa cuestión vital de la sustentabilidad del periodismo tiende a agravarse mucho más en la era de la IA.

He aquí uno de los mayores y más complicados retos en la formación del emergente ecosistema mediático: la ola de Agentic AI, la “IA agente” o la “IA autónoma”, que está por empezar a cualquier momento.

Es increíble la velocidad con que la tecnología de los LLMs, de IA generativa, evoluciona hacia la IA agente capaz de actuar de forma autónoma.

La IA agente recibe una misión —por ejemplo: manténgame informado sobre la guerra de Ucrania, el índice Merval, el Boca Juniors, más esto, más aquello—. La IA agente va a encontrar una forma de proveer estas informaciones, con la capacidad de buscar donde sea, discernir lo que es importante de lo que no lo es, resumirlas y presentártelas en el formato de tu preferencia cuando decide que es un bueno momento para informarte.

¿Y cómo quedan los derechos de los periodistas y de los medios en ese escenario, donde se pierde una vez más el contacto directo entre el medio y su audiencia? ¿Será que mi agente va a preguntar al agente de Clarín o de La Nación si puede acceder al contenido que necesita para mantenerme informado sobre los temas que le asigné? ¿Será que el agente del periódico va a decir al mío: no señor, Rosental no es suscriptor, váyase de aquí o pídale a Rosental que compre una suscripción?

Bueno, este último escenario, el de la conversa entre agentes IA, no estaría mal.

Quizás algo así pueda ser una de las muchas soluciones tecnológicas posibles. De hecho, esta interacción entre agentes ya existe en algunos sectores específicos, como transacciones bursátiles y ventas de boletos de avión. Pero son vía APIs y muy limitadas.

Mientras tanto, OpenAI, Anthropic, Microsoft y otras compañías están en una carrera para ver quién logra primero facilitar este ecosistema de fluida comunicación entre múltiples agentes. La tecnología existe en forma de prototipos que están siendo entrenados para esa interoperabilidad. En cualquier momento estará disponible más ampliamente.

Por ahora, sabemos que el tráfico aparente de medios parece aumentar considerablemente debido a visita de los bots de IA. Muchos medios están simplemente bloqueando el acceso a esos bots; otros están firmando contratos con las empresas de IA para darles acceso a su contenido mediante un pago. Hasta The New York Times, que en lugar de aceptar uno de esos contratos demandó a OpenAI por el uso de su contenido por ChatGPT, acaba de firmar un contrato de esos con la IA de Amazon.

Esta semana, la presidenta y CEO del Times, Meredith Kopit Levien, habló de eso, sin decir cuánto el periódico va a recibir de Amazon, pero envió un recado fuerte y claro para las big techs: “Ustedes llaman eso de datos —yo llamo eso de IP (propiedad intelectual, por las iniciales en inglés).” “Eso” son los contenidos de los periódicos, que les cuestan caro. No son simplemente datos que están por allí sin dueños.

“Operamos en un ecosistema moldeado por las grandes empresas tecnológicas”, dijo Kopit Levien. “El mejor resultado para todos son los acuerdos comerciales que reflejen un intercambio de valor justo y que otorguen al Times el control sobre cómo se utiliza su propiedad comercial.”

Para muchos empresarios de medios, ese todavía es un tema polémico. En Estados Unidos, una docena de empresas de periodismo firmaron acuerdos comerciales con OpenAI. En Europa, los primeros contratos de OpenAI fueron con el Financial Times, en Inglaterra; Le Monde, en Francia; y las publicaciones de PRISA en España, incluyendo a El País. En América Latina, el único caso de que se sabe es un acuerdo experimental sin fines comerciales del periódico El Comercio de Peru con Perplexity una empresa de IA de búsquedas, respuestas a preguntas específicas.

Otras casas editoriales prefieren esperar un poco más para ver señales concretas de cómo el ecosistema de información en la era de la IA va a conformarse.

Más allá de los contratos de licenciamiento de contenidos, está la cuestión del volumen de atención y del dinero que los medios deben invertir en IA. Quizás de manera similar a lo que pasó con la web, la SEO, las redes sociales y los smartphones, puede que sea tan arriesgado apresurarse e invertir en IA demasiado temprano como esperar e invertir demasiado tarde.

Un nuevo estudio del Tow Center for Digital Journalism de la Universidad de Columbia nos alerta sobre el “periodismo cero” y lo define de esta manera: el periodismo cero es “el momento en que la relación entre el periodismo y sus audiencias está completamente rota, llevando a consecuencias imprevisibles tanto para la industria periodística como para la salud del ecosistema de información.”

El estudio del Tow Center sigue: en un ecosistema dominado por IA agente, ese escenario de desconexión entre el periodismo y sus audiencias se vuelve aún más aterrador para las empresas periodísticas. Necesitamos estar preparados para la IA agente e imaginar cómo la relación entre diferentes agentes puede servir como forma de garantizar el debido reconocimiento del trabajo periodístico y su recompensa.

Lo importante ahora, en mi modesta opinión, es familiarizarse con las herramientas de IA y prepararse para el ecosistema mediático basado en la IA agente que está casi llegando.

Lo que no se puede es ignorar la IA, en lugar de tratar de sacar el mejor provecho de esta fascinante y revolucionaria tecnología para fortalecer el periodismo que, como dije antes, no va a morir. El ambiente mediático puede cambiar radicalmente en muchos aspectos, pero el mejor oficio del mundo seguirá presente como uno de los pilares indispensables de la democracia, visto como un bien común necesario para el continuo desarrollo de la humanidad.

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