El 26 de octubre volveremos a votar en unas elecciones nacionales, que no SE sienten propias. Y una vez más, nos ponen frente a una falsa elección: en su momento fue Cristina o Macri; hoy es Milei o Kicillof. Siempre la obligación de elegir entre los dirigentes con peor imagen del país. ¿Ese es el menú que merece un pueblo con historia, cultura y valores propios?
Definitivamente no creo que de un lado estén los buenos y del otro los malos como argumentan cada uno de ellos. Tampoco hablo de opciones oportunista que se aprovechan del descontento sobre unos y sobre otros. Hablo de la necesidad de la gente de votar convencido por una opción que los representa genuinamente.
La pregunta es: ¿qué estamos votando realmente? El sistema político nos lleva a una trampa repetida. Nos hacen creer que se trata de una batalla entre peronistas y radicales, entre izquierda y derecha, entre libertarios y kirchneristas. Falsas dicotomías que sirven más a los partidos que a la gente. La verdad es que hoy están todos mezclados, sin identidad propia, repitiendo consignas vacías y evitando dar respuestas concretas a los problemas de la gente común.
El sistema político sufre de déficit de representatividad y de legitimidad. Se construyen candidaturas que, cuando aparecen, nadie sabe bien a quién representan, y que solo por mi cercanía o simpatía política, debería aceptarlas. Y como si esto fuera poco, el sistema electoral parece detenido en el tiempo: en un país donde puedo abrir una cuenta bancaria, comprar una casa o hacer una demanda judicial desde una notebook, todavía debo hacer fila en una escuela para emitir un voto (ambos temas merecen ser profundizados en otra oportunidad).
La crisis de representatividad es clara: ¿cómo llegan a ser candidatos quienes son candidatos? Los partidos deciden por arriba, sin control real de los votantes. En la época de la sobreinformación y de sociedades hiperconectadas, seguimos sin canales de participación para seleccionar a los candidatos. Diputados nacionales que nunca rindieron cuentas de su gestión. Y peor aún: senadores nacionales que deberían defender los intereses de las provincias, pero terminan respondiendo a jefes partidarios antes que a los ciudadanos.
Por eso, lo que deberíamos discutir no es solo “quién gana”, sino cómo hacemos para obligar a los representantes a rendir cuentas. Que cada legislador nacional (principalmente los senadores) defienda a su provincia y no a un proyecto personal. Que los diputados expliquen qué votan y por qué. Que la ciudadanía tenga mecanismos de control más allá del voto cada cuatro años.
Corrientes necesita legisladores que defiendan de verdad los intereses de la provincia. No alcanza con levantar la mano obedeciendo a un partido nacional. Queremos legisladores que se planten y que respondan estas preguntas básicas:
¿Cómo van a garantizar que Corrientes reciba una coparticipación y otras ayudas de manera más justa?
¿Qué van a hacer para que nuestras economías regionales no sigan perdiendo frente al centralismo porteño?
¿Cuál es su plan para defender la energía que producimos y que se consume en otros lugares sin beneficio para nosotros?
¿Cómo se van a comprometer a rendir cuentas ante los correntinos, y no a un jefe político en Buenos Aires?
¿Sabemos que van a hacer los candidatos correntinos sobre las obras que necesita Corriente y el interior del país? ¿Qué van a hacer con el sistema de salud pública? ¿Con la universidad? ¿Con la ficha limpia? ¿Con las penas para violadores y narcotraficantes?
El votante no piensa en ideologías, sino en sobrevivir al día a día. Piensa en la boleta de la luz, en el precio del arroz, en si su hijo se va o se queda, en la inseguridad del barrio. Hoy se vota más por bronca que por esperanza, más por miedo que por convicción.
Es hora de romper esta lógica. Corrientes no puede seguir siendo rehén de peleas ajenas. Necesitamos discutir en serio cómo hacer que nuestros representantes respondan a la provincia y no al partido, cómo modernizar el sistema electoral para que sea más transparente y participativo, y cómo devolverle legitimidad a la política.
La política de Corrientes no puede seguir atada a agendas ajenas. Es hora de empezar a construir un camino propio. La pregunta ya no es a quién nos obligan a elegir, sino qué país queremos construir desde Corrientes hacia adelante. Y eso empieza el 26 de octubre.
(*) Consultor y analista de opinión pública.