En instancias como estas, de transición económica muy profunda, conviene revisar una idea que no es contemporánea y que nació hace casi un siglo.
Joseph Schumpeter, economista austro-estadounidense y uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, describió al capitalismo como un sistema movido por un recorrido permanente de destrucción creativa, una fuerza mediante la cual las innovaciones reemplazan a lo viejo desplazando a lo improductivo y abriendo caminos allí donde algo ya no funciona.
Para ese prestigioso profesional el progreso siempre depende de posibilitar que lo novedoso emerja sin trabas. Si bien el creador de esta mirada no era un libertario los liberales podrían coincidir con él en que cuando se libera la creatividad humana, la competencia y el espíritu emprendedor inexorablemente se avanza. Cuando se los bloquea con prerrogativas o regulaciones artificiales, la sociedad se estanca. Es un principio simple, pero qué en muchas latitudes, incluyendo a la Argentina, han sido olvidadas sin sentido alguno.
“Una mirada inteligente debe comprender esa dinámica que plantea la destrucción creativa entendiendo que no destroza al futuro, sino que derriba barreras mentales. Lo que mata no es la innovación, sino la decisión política de impedirla. Cuando una comunidad avala que lo nuevo avance, aparecen mejores empleos, servicios óptimos y mayor inversión. Cuando se aferra a lo viejo, lo que se desmorona es la esperanza”.
La destrucción creativa no es un accidente del mercado, muy por el contrario, funciona como si fuera su motor. Cada innovación que surge, una tecnología de vanguardia, un flamante modelo de negocio, un servicio disruptivo, no sólo crea algo mejor, sino que incomoda a quienes vivían en su zona de confort. Esa molestia es la señal más clara de que la economía se está moviendo. Por eso la resistencia suele ser tan fuerte. Sectores enteros, acostumbrados a vivir bajo la protección del Estado, ven en la competencia una amenaza y no una chance de dar el paso correcto.
El problema argentino no ha sido la ausencia de creatividad, ni la falta de talento emprendedor. Ha sido tradicionalmente su incapacidad política para habilitar esta alternativa. Cada vez que algo asoma, aparece un marco regulatorio que lo frena, un sindicato que lo detiene o un grupo de interés que reclama excepcionalidad. El resultado está a la vista: estancamiento, falta de inversión y una economía que quedó atascada mientras el mundo prosperaba.
Hoy el país se encuentra ante un punto de inflexión. Después de décadas de proteger estructuras arcaicas, tanto estatales como privadas, ahora enfrenta el desafío de destrabar su propio potencial. En ámbitos como la energía, la agroindustria, la educación, la tecnología y el comercio, aparecen señales contundentes de una incipiente renovación. Nuevas empresas, esquemas productivos sin precedentes, otras formas de trabajar y aprender. Pero toda esta fuerza será inútil si persiste la lógica de “mantener lo antiguo” a cualquier costo.
"Es cierto que este devenir genera incertidumbre. Pero la opción de seguir como hasta aquí trae consigo algo mucho peor que es la certeza del fracaso. La destrucción creativa no es una amenaza para los pueblos, pero indudablemente sí para los privilegios. No elimina puestos de trabajo, lo que hace es quitar los obstáculos que impiden que se creen mejores empleos. No hace quebrar industrias, sino que sincera la realidad dejando caer a las que ya no pueden sostenerse sin subsidios eternos."
Una mirada inteligente debe comprender esa dinámica que plantea la destrucción creativa entendiendo que no destroza al futuro, sino que derriba barreras mentales. Lo que mata no es la innovación, sino la decisión política de impedirla. Cuando una comunidad avala que lo nuevo avance, aparecen mejores empleos, servicios óptimos y mayor inversión. Cuando se aferra a lo viejo, lo que se desmorona es la esperanza.
El proceso schumpeteriano también aplica a las instituciones públicas. Un Estado lento, caro e inútil que ya no cumple su función no precisa parches: necesita transformarse. La destrucción creativa implica reemplazar estructuras rígidas por otras más modernas, transparentes y ágiles. Una nación que no acepta la evolución institucional termina atrapada en el laberinto de la decadencia crónica.
“Argentina tiene hoy una oportunidad histórica de promover el talento, la innovación y la libertad económica para que vuelvan a ser las verdaderas locomotoras del porvenir. El dilema de fondo no es si habrá destrucción creativa, ni tampoco cuál será su magnitud. La cuestión esencial pasa por saber si la sociedad está dispuesta a tomar ese riesgo, o persistirá en el error admitiendo su terror a lo desconocido lo que sólo conservará estructuras perimidas que hace tiempo dejaron de servir y que solo resultan útiles para una minoría que aprovechó su momento y que ahora quiere condenar a la mayoría a padecer sus ineficiencias para continuar con este patético y empobrecedor “status quo”.
Es cierto que este devenir genera incertidumbre. Pero la opción de seguir como hasta aquí trae consigo algo mucho peor que es la certeza del fracaso. La destrucción creativa no es una amenaza para los pueblos, pero indudablemente sí para los privilegios. No elimina puestos de trabajo, lo que hace es quitar los obstáculos que impiden que se creen mejores empleos. No hace quebrar industrias, sino que sincera la realidad dejando caer a las que ya no pueden sostenerse sin subsidios eternos. Argentina tiene hoy una oportunidad histórica de promover el talento, la innovación y la libertad económica para que vuelvan a ser las verdaderas locomotoras del porvenir.
El dilema de fondo no es si habrá destrucción creativa, ni tampoco cuál será su magnitud. La cuestión esencial pasa por saber si la sociedad está dispuesta a tomar ese riesgo, o persistirá en el error admitiendo su terror a lo desconocido lo que sólo conservará estructuras perimidas que hace tiempo dejaron de servir y que solo resultan útiles para una minoría que aprovechó su momento y que ahora quiere condenar a la mayoría a padecer sus ineficiencias para continuar con este patético y empobrecedor “status quo”.
“El futuro jamás le teme al cambio; quienes tienen pánico son los que viven del pasado. Un país que apuesta por la libertad entiende que cada ciclo de destrucción creativa es, en realidad, un ciclo de esperanza que se renueva. Ninguna nación en el planeta logró evolucionar aferrándose a lo obsoleto, sino que se permitió la posibilidad de mirar para adelante, confiar en sus habilidades y apostar por lo que viene”.
El futuro jamás le teme al cambio; quienes tienen pánico son los que viven del pasado. Un país que apuesta por la libertad entiende que cada ciclo de destrucción creativa es, en realidad, un ciclo de esperanza que se renueva. Ninguna nación en el planeta logró evolucionar aferrándose a lo obsoleto, sino que se permitió la posibilidad de mirar para adelante, confiar en sus habilidades y apostar por lo que viene.