Los Guaraní: Yvyra Ñe’ery (fluye del árbol la palabra)
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
En la entrega anterior de El asaltante veraniego que dimos en llamar “Los guaraní: dueños de la palabra luminosa”, hacíamos referencia a que la palabra lo es todo para el guaraní; señalábamos la equivalencia entre palabra y alma como sustrato re-ligador. Los caminos hacia la divinidad se hallan fundados en perspectiva del ñe’ porã temonde (hermosas palabras primeras), la médula siempre caliente, “una porción divina de amor” encarnada en los seres humanos que deberán cuidarla, mantenerla erguida, tensa como una palmera sin apartarse de los preceptos que estas palabras contienen para pertenecer a los bien amados.
Ahora bien, ¿de qué modo?, ¿dónde?, ¿en qué instancia el guaraní participa, busca, siente el fulgor entre sus carnes de aquello que le viene de lo alto?
Para poder encaminarnos hacia una respuesta debemos señalar algunas características simbólicas comunes a todas las religiones con independencia de sus ubicaciones geográficas-temporales. Mircea Eliade en “Lo sagrado y lo profano” propone la manifestación de un espacio sagrado al que llama “hierofanía”; éste permite obtener un centro o punto fijo dentro de la homogeneidad del espacio profano. Para el religioso, la noción del centro del mundo delimita ontológicamente el mundo. Así, esta “abertura” que posibilita la comunicación de la tierra con el cielo o el descenso hacia regiones inferiores se encuentra atravesada y sostenida por un axis mundi. Existen diversos ejemplos de esta noción de centro muchas veces representadas por montañas (aunque no siempre), recordemos el monte Sinaí, en la tradición judía; Haraberezaiti en Irán; Ká’aba en la tradición islámica. Los griegos llamaban ónfalo al ombligo del mundo aquel cantado por Píndaro. A su vez, los incas lo llamaban qosqo (cusco).
Otro aspecto que debemos sumar a la hierofanía es la abolición del tiempo, es decir el acceso o recuperación de un tiempo sagrado. Esto se logra a través de los rituales, muchos de ellos relacionados con el canto y la danza o diferentes liturgias como la de la eucaristía entre los católicos.
Entre los guaraní el centro del mundo se halla en la selva. Su noción de “estar” se desarrolla dentro de su ámbito y toda relación con ella sucede en armonía, es decir cada acción o conducta cotidiana ya sea la caza, el cultivo, momentos recreativos o bien los rituales se efectúan dentro de un marco heredado de los mitos. Un claro ejemplo de ello constituye el Capítulo XIII del Ayvu rapita (recop. Cadogan) en el que se enuncian las normas de la agricultura por orden de “Nuestro Primer Padre”, tal señala el informante. Esta especie de Geórgica virgiliana detalla también de manera didáctica las claves para una buena cosecha.
León Cadogan y otros como Nimuendaju advirtieron la presencia de un mito recurrente en las diferentes ascendencias guaraní, el llamado Yvyra Ñe’ery (fluye del árbol la palabra). El árbol al que hace referencia mayoritariamente este mito es al ygary o cedro. Un informante mbya se refiere así ante la pregunta de Cadogan: “El cedro es el áureo instrumento que hace fluir la palabra, a los que sabemos hacer escuchar, hace fluir la palabra (= reencarnar), la crea nuevamente”. Nótese las características botánicas de este árbol que al rejuvenecer sus hojas por un breve periodo de tiempo exhala resina como pequeñas gotas de rocío. ¿Acaso no se trata la manifestación de la “neblina vivificante” o “tatachina” que aparece enunciada junto a la llama de poder creador en el mito del Aywu rapita propiamente dicho? Esta neblina vivificante infunde vitalidad a los seres vivos, pero sólo aquellos que saben interpretarla podrán orar con fervor, podrán hacerse poseedores de cantos que los acerquen a los asientos de fogones.
Cadogan propone que el origen de la creencia del Yvyra Ñe’ery como fluido vital se remonta a los antepasados míticos de los Guayaki, el pueblo guaraní más arcaico; los mismos tienen un origen subterráneo y aparecen en la tierra desde un hermoso curso de agua llamado el “lugar de las aguas surgentes” (ygwa ywu).
El gran Francisco Madariaga comentaba en alguna entrevista que él apuntaba a la antiquísima concepción de la poesía: aquella que provenía de la inspiración. Otro grande de la poesía argentina, Jorge Sánchez Aguilar, alguna vez me refirió que él pensaba que la “neblina vivificante” que aparece en el mito del Ayvu rapita era el legado de Ñamandú que templaba el fuego de la poesía.
No ha de extrañarnos entonces que a los guaraní se los llame “poetas de la selva”.
Ayvu rapita
(recopilación León Cadogan)
Las primitivas
costumbres del Colibrí
I
Nuestro Padre último-último
primero
para su propio cuerpo creó
de las tinieblas primigenias.
II
Las divinas plantas de los pies,
el pequeño asiento redondo,
en medio de las tinieblas
primigenias
los creó, en el curso
de su evolución.
III
El reflejo de la divina sabiduría,
el divino oye-lo-todo
las divinas palmas de la mano
con la vara insignia,
las creó Ñamandú, en el curso
de su evolución,
en medio de las tinieblas
primigenias.
IV
De la divina coronilla excelsa
las flores del adorno de plumas
eran gotas de rocío.
Por entre medio de las flores del
divino adorno de plumas
el pájaro primigenio, el Colibrí,
volaba, revoloteando.
V
Mientras nuestro Primer Padre
creaba, en curso de su evolución, su divino cuerpo,
existía en medio de los
vientos primigenios:
antes de haber concebido su
futura morada terrenal,
antes de haber concebido
su futuro firmamento,
su futura tierra,
que originariamente surgieron,
el Colibrí le refrescaba la boca;
el que sustentaba a Ñamandú
con productos del paraíso
fue el Colibrí.
VI
Nuestro Padre Ñamandú,
el Primero,
antes de haber creado, en el
curso de su evolución,
su futuro paraíso,
El no vio tinieblas:
aunque el Sol aún no existiera,
El existía iluminado por el reflejo
de su propio corazón;
hacía que le sirviese de sol
la sabiduría contenida dentro
de su propia divinidad.
VII
El verdadero Padre Ñamandú,
el Primero,
existía en medio de los vientos
originarios;
en donde paraba a descansar
la Lechuza producía tinieblas:
ya hacía que se tuviese presencia
del lecho de las tinieblas.
VIII
Antes de haber el verdadero
Padre Ñamandú, el Primero,
creado en el curso de su evolución,
su futuro paraíso;
antes de haber creado la primera tierra;
El existía en medio de los
vientos originarios:
el viento originario en que
existió nuestro Padre
se vuelve a alcanzar
cada vez que se alcanza el
tiempo-espacio originario,
cada vez que se llega al
resurgimiento
del tiempo-espacio primitivo.
En cuanto termina la época
primitiva,
durante el florecimiento
del lapacho,
los vientos se mudan al
tiempo-espacio nuevo:
ya surgen los vientos nuevos,
el espacio nuevo;
se produce la resurrección
del tiempo-espacio.
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