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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Más cepo no es solución

El funcionamiento de una economía tiene una regla inexorable: cuando se intenta resolver un problema atacando sus consecuencias y no sus causas, no solo no se lo resuelve, sino que se suman nuevos problemas. Una segunda regla: si se espera que las dificultades se resuelvan solas, los daños ocasionados sobre la sociedad serán más destructivos que si se diseña correctamente su solución. Y en un proceso no programado en el que no se prevén los hechos, los más perjudicados serán los que cuenten con menor capacidad para defenderse del daño.

Las recientes medidas implementadas en materia cambiaria y financiera desconocen estas reglas. El persistente drenaje de las reservas del Banco Central tiene como causa la pérdida de la confianza. No se cree en la capacidad del Gobierno para corregir los problemas estructurales de nuestra economía. Más aún, cada paso que ha dado desde su asunció ha sido en sentido contrario a la dirección que indica el sentido común.

Esta falla fundamental no debe adjudicarse a la pandemia, sino a una visión de los problemas opacada por ideologismos retrógrados y a una gestión que privilegia la obtención de impunidad judicial para la corrupción durante la anterior gestión de quienes ahora gobiernan. Para esto último hay un plan cuidadosamente elaborado, mientras que no lo hay para la gestión económica.

La presentación del Presupuesto 2021 confirma esta carencia a poco que se analicen la escasa coherencia e irrealismo de sus hipótesis. No hay confianza en la capacidad del Gobierno para resolver la grave situación económica. Se observa una emisión de moneda en magnitudes inéditas, lo que hasta al más lego le hace presagiar una mayor inflación. Los datos muestran que la mayor retención de pesos durante la cuarentena desde hace unas semanas se está revirtiendo para aplicarse al consumo, pero en una porción importante, al ahorro en dólares.

La filosofía de estas medidas cambiarias ha sido intentar corregir los problemas del cepo con más cepo y además transferir los costos al sector privado. Esto es claro en el caso de las empresas que necesitan divisas para cumplir con los servicios de créditos tomados en moneda extranjera. Ya no lo podrán hacer con la relación de cambio oficial con la que exportan o la que rige las importaciones con las que deben competir. Ahora advierten que se ha dado un paso hacia el desdoblamiento del mercado cambiario, ya que en los hechos se deberá recurrir a un dólar encarecido para la cancelación de sus deudas con el exterior. 

El Gobierno obliga a reestructurar los vencimientos y, de no hacerlo, no venderá dólares con ese fin. No será fácil para las empresas renegociar con sus acreedores, lo cual resultará inevitable para los que no quieran o no puedan cumplir con sus pagos con un tipo de cambio sustancialmente mayor. Puede entenderse el impacto perjudicial que esta medida tendrá sobre la confianza. Es lo opuesto de lo que se necesita para corregir las causas del problema.

La compra de 200 dólares mensuales para ahorro no se ha suprimido, pero se deducirán desde ahora del cupo las compras en moneda extranjera por tarjeta de crédito y se le ha incorporado un 35% de adelanto de impuesto a las ganancias. Así, junto con el impuesto turístico, se lleva el costo de un dólar a 131 pesos. Aunque pudiera recuperarse el impuesto, esto le pareció al Gobierno suficiente para desalentar las compras al Banco Central. Sin embargo, cualquier aumento de la cotización en el mercado informal volverá a hacer interesante comprar dólares de las reservas. Este aumento ya ha comenzado.

Cuando un mismo bien tiene dos precios distintos en el mismo lugar, naturalmente la gente y las empresas tratan de comprarlo al precio menor y venderlo al mayor. Ocurre lo mismo con el dólar, y esto no solo se aplica a las compras personales para ahorrar -diríase fugar-, sino también a las operaciones empresarias. No se podrán evitar las exportaciones subfacturadas o las importaciones sobrefacturadas, así como el contrabando de exportación y otras travesuras. El saldo comercial se esfuma al mismo tiempo que se genera un caldo de cultivo para la corrupción, y conocemos la propensión a estos vicios de quienes hoy gobiernan.

Desde los más altos estamentos del Gobierno debería demostrarse un respeto irrestricto del derecho de propiedad y no lo inverso. Si todo esto tuviera un principio de ejecución dentro de un plan ordenado, resurgiría la confianza y los actuales círculos viciosos se convertirían en virtuosos. Entonces, el presidente del Banco Central no tendría que apelar a un cepo ni estar angustiado por sus reservas.

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