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Esa leyenda llamada Torino

En el olimpo de los símbolos nacionales indiscutidos, el Torino agiganta su prestigio a medida que pasan los años. Emblema de una época gloriosa de la industria nacional, cumplió 55 años. 

Por José Luis Zampa

El dulce de leche, el colectivo, la birome, el tango, Diego, el Papa, Messi, Charly García… Junto con todos ellos, el Torino es un símbolo argentino y ocupa un lugar de privilegio en el olimpo de los íconos nacionales.

¿Por qué un auto puede llegar a identificarse tanto con el sentido de Nación? Por su historia, por su origen desde que fue pensado por las autoridades de IKA y adoptado por Juan

Manuel Fangio para que el mismísimo Baptista Pinin Farina lo diseñara… Gratis, ya que era un pedido de su amigo Fangio.

El Torino es el auto nacional por excelencia y si bien hay otros ejemplos de desarrollos netamente argentinos como el Institec o el Rastrojero, en el caso del Torino encontramos un magnetismo único en razón del espíritu que caracterizó al vehículo desde sus inicios, ya que fue pensado para satisfacer al segmento más selecto del mercado con la consigna de la excelencia.

El 26 de octubre de 1966 salía de la línea de producción de la histórica planta “ex Siam Di Tella” de Monte Chingolo, partido de Lanús, el primer deportivo de alta gama del mercado nacional. Hasta entonces la oferta local estaba monopolizada por sedanes de distintas dimensiones y segmentos, con versiones lujosas y motorizaciones importantes, pero sin el carácter que desde un principio distinguió al producto de IKA: además de estar pensado para sobresalir por su lujo, andar rápido y confort superlativo, el Torino era capaz de meterse a los circuitos sin grandes preparaciones porque venía de fábrica con una configuración mecánica de alto rendimiento.

El modelo tope de gama, conocido como 380W en alusión a los tres carburadores Weber italianos que equipaban su sistema de alimentación, certificaba la condición de “carrera cliente”. Es decir, prácticamente listo para ir a las pistas. Por todo eso, fue y es un auto que nació para compenetrarse con su conductor, al punto de que hoy en día quien conserva un Torino lo siente como una prolongación de su propio cuerpo y difícilmente decida venderlo por motivos comerciales.

El Torino nació del tablero italiano de Pininfarina, con el charme europeo que le faltaba a su punto de partida, en Rambler American 440H. No hace falta ocultar este origen que por años fue motivo de controversia: el deportivo de IKA de basó en una carrocería de origen norteamericano, lo que para algunos detractores le quitaba linaje rioplatense.

Pero con el correr del tiempo esa idea se fue diluyendo. Los aficionados del siglo XXI, especialmente los jóvenes que no nacían cuando la industria nacional alcanzaba el pináculo de su propia historia, valoran al "Toro Salvaje de las Pampas" como lo que es: un testimonio de una era gloriosa que ya nunca volverá.

Los éxitos deportivos que logró el auto en Turismo Carretera y en otras categorías para las cuales prestó su famoso motor Tornado, un impulsor creado en Estados Unidos por el ingeniero italiano Sammy Sampietro, configuraron una fama de imbatible que acrecentó su prestigio. En especial porque la planta motriz (pensada en sus inicios para equipar a utilitarios como el camión bélico Gladiator M715 de la guerra de Vietnam) recibió mejoras revolucionarias a cargo de ingenieros de IKA como Durward Leeper y el gran preparador Oreste Berta.

Varias veces campeón del automovilismo nacional y héroe de la gesta de Nürburgring (aquella Maratón de la Ruta de 1969), el Torino cosechó admiración, cariño y fanatismo, al punto de convertirse en el objeto de deseo de los conductores argentinos.

En total se produjeron unos 99.000 ejemplares de Torino en diferentes versiones de coupé hardtop (sin parantes laterales) y sedán de cuatro puertas. Se mantuvo en fabricación durante 15 años, aunque al final de su ciclo, Renault Francia le había quitado el apoyo y sentenció su muerte para introducir modelos franceses como la coupé Fuego.

Las últimas versiones, la coupé ZX y el sedán GR, llevaron el rombo de Renault en vez del toro rampante que había sido el emblema del auto desde su origen. No obstante, seguía siendo un Torino hecho y derecho, con mejoras que lo modernizaban y mejoraban su tenida logrando el tacto de un auto nuevo, pero no alcanzó.

La empresa francesa, que había capitalizado IKA en los años 60 y se quedó con todo el paquete accionario un lustro más tarde, dejó sin efecto el proyecto “R40” que proponía la continuidad de un Torino de nueva generación. De ese Torino que no fue quedaron algunos prototipos inanimados, uno de los cuales se conserva en el Museo de la Industria de Córdoba. Pero esa es otra historia que en algún momento desarrollaremos.

La epopeya de Nüry el tango de Fangio

En el “Infierno verde”, así llamado por la peligrosidad de su trazado, el Torino argentino protagonizó una de las epopeyas deportivas más sobresalientes de la historia nacional. Fue en 1969, en el autódromo de Nürburgring, donde se disputó la llamada “Maratón de la ruta”, carrera de endurance que planteaba una exigencia extrema con un total de 84 horas en pista y pilotos que debían intercambiarse por un sistema de postas. Hasta allí viajó el equipo que se dio en llamar “La Misión Argentina”, promovida por el gran Juan Manuel Fangio, quien capitaneó a un grupo de pilotos, preparadores y mecánicos para competir contra lo más granado de la automoción mundial. Oreste Berta era el responsable de la puesta a punto de los tres Torino 380W que fueron enviados a Alemania, mientras que entre los pilotos se contaban a ases de la época como Eduardo Copello, Jorge Cupeiro, Cacho Franco, Cacho Fangio, Larry, Gastón Perkins y Luis Di Palma entre otros. El resultado fue apoteótico. El Torino N° 3 ganó en la pista, pero fue penalizado por haber roto el caño de escape, lo que obligó a parar en boxes para que el conductor reparara el desperfecto por sus medios (sin ayuda de mecánicos por reglamento). Cacho Franco, que no conocía ni jota de escapes, recibió una ayuda providencial: Fangio se puso a cantar un tango con la letra cambiada, de manera que junto con los acordes le iba dando las instrucciones de las llaves y elementos a utilizar para volver a la pista cuanto antes. El Torino llegó primero, pero quedó cuarto por el recargo impuesto desde los escritorios.

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