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El regalo

Los autos clásicos enseñan historia, economía, diseño y mucho más. Pero también son vehículos de amor entre las personas. Para demostrarlo, los convoco a transitar esta historia. 

Por José Luis Zampa

Esta historia comienza en un viaje de apasionados por los autos clásicos a Mar del Plata, desde donde quien esto escribe, junto con un grupo de notables de este singular mundo de amantes de los fierros de otros tiempos, visitaría el Museo Fangio de Balcarce. En la noche previa, un flamante abuelo de la delegación salió a recorrer negocios para comprar un regalo para su nieto.

Recuerdo que Ignacio, de él se trata, consultó a mi esposa sobre ropas de bebés y accesorios por el estilo, pero se me grabó un momento, un flash: de pronto este señor de recios modales y mirada bondadosa se detuvo ante la vidriera de una juguetería. Miraba embelesado un auto a escala, y otro más y otro. Estuvo a punto de entrar pero el comercio había cerrado.

Al día siguiente el periplo seguía hacia la tierra natal del quíntuple campeón del mundo, en una visita programada por quienes en ese momento formábamos parte de la conducción del Club de Automóviles Clásicos de Corrientes.

Lo cierto es que Ignacio, o Don Verdura, o simplemente Vica, como lo conocíamos quienes disfrutábamos de su amistad, no pudo comprar aquel autito. Se quedó con las ganas, imaginé. Claro que después (como fui testigo) se encargó de conseguir los mejores modelos a escala para su nieto Faustino, que finalmente vino al mundo para alegría de toda su familia pero, especialmente, para certificar una condición que todo hombre anhela en lo íntimo de su ser: transmitir por vías hereditarias su propia pasión.

En los primeros años de vida de Faustino, quedó claro que el niño sentía por los autos antiguos el mismo amor inconmensurable que su abuelo. El destino los hizo dichosos a ambos, compartiendo momentos al volante del Torino rojo que Ignacio atesoraba entre otros vehículos de época. Pero como todo tiene un final, un día cualquiera el querido Vica se despidió de la vida terrenal en medio de la congoja generalizada.

Entre los que derramaban lágrimas interminables estaba Faustino. No recuerdo si tendría 3 o 4 añitos, pero sí lo sigo viendo en esa tarde aciaga, recortado entre la muchedumbre doliente, apretando un Torino en miniatura con sus manos. Una copia exacta del auto más querido de su abuelo. Un pedacito de amor entregado en un instante de esos en que nadie piensa que puede ser el último.

Esta columna trata de autos y sus historias. Es decir que tengo el compromiso de abordar la temática acostumbrada, de modo que paso a presentarles en este párrafo el modelo que viene a ser el eje de este ensayo: un BMW 3.5 CSL a escala 1:12, es decir, una maqueta realista, con excelente reproducción de detalles, que no es otra cosa que un juguete de época, un incunable del coleccionismo.

El autito es negro, con calcos dorados y lleva el número 25. Fue fabricado en Hong Kong a mediados de los años 80, con lo cual estamos ante un clásico. De juguete, pero clásico al fin, con peculiaridades tecnológicas como el hecho de que si bien puede desplazarse con la energía de tres pilas doble A, incluye una extraña pistola naranja encargada de emitir sonidos estridentes que son “escuchados” por un sensor para permitir que las ruedas delanteras doblen a voluntad del operador.

Es decir que el niño que hace 40 años era agasajado con tan extraño adminículo rodante, lograba manejarlo con una especie de control remoto sonoro, que por cierto funciona habiendo transcurrido más de cuatro décadas desde que fue producido por la casa Playwell.

El BMW 3.5 CSL fue un supercar pensado para competir en el Turismo Alemán, con lo cual estamos ante la reproducción de una máquina de carreras como las que cualquier entusiasta de los vehículos antiguos admiraría. ¿Cómo apareció en Corrientes? Llegó a manos de un comerciante dedicado a la compraventa de automobilia y esperaba desde hace tiempo a su nuevo dueño en un anaquel de su local.

Hasta allí me trasladé para recogerlo. Y de inmediato supe que era el regalo ideal para mi amigo Faustino, que por estos días anda cumpliendo siete años.

La vida hizo que con este niño tan especial, tan pendiente de los autos y de las historias que los rodean, conectáramos rápidamente, en otro viaje como aquellos que hacíamos con su abuelo Ignacio. De lejos supe que ese pequeñito dulce e inquieto había heredado lo mejor del recordado Vica: el amor por las máquinas del pasado, pero también por quienes expresan pasión por ellas desde una perspectiva humanista, en tanto legados inmanentes de los que –suponemos- ya no están.

Por eso, cada vez que Faustino cumple años, intento ponerme en el lugar de Ignacio. ¿Qué le hubiera gustado regalarle a su nieto si estuviera hoy en esta dimensión del universo? Y de inmediato se me aparece la imagen de Don Verdura plantado frente a la vidriera, mirando con fruición aquellos autitos de juguete clásico que no pudo comprar esa noche.

Sin dudas que ya se imaginarán los lectores para quién fue el BMW vintage de las fotos que ilustran este informe. Nadie podrá reemplazar al abuelo que todo lo hubiera dado por ese nieto que tanto se le parece, pero vaya a saber por cuál alineación cósmica, este juguete añejo que se cruzó en mi camino pasó a manos de Faustino, como obsequio de cumpleaños claro, pero también como testimonio de gratitud, por inspirar los mejores sentimientos.

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