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Agujas en pajares para burlar a la muerte

Restaurar automóviles antiguos es una tarea compleja, pero con satisfacciones como las que relata esta historia. El secreto es hallar los tesoros ocultos en talleres que solo se abren a los apasionados por una actividad que, entre otras cosas, es capaz de reunir a un padre y a un hijo más allá de la muerte. 

Por José Luis Zampa

La gente disfruta de los autos antiguos. Los propietarios, usándolos. Los aficionados, apreciándolos en encuentros y exposiciones. Y los niños, conociéndolos. Y cuando eso sucede, se cierra el círculo de la actividad conservacionista, pues se cumple una meta central como es la de transmitir a las nuevas generaciones el conocimiento tangible de un pasado histórico que se construyó al volante de lo que hoy son dinosaurios mecánicos con una virtud: a diferencia de los que conjeturó Susana Giménez en famoso gag, estos fósiles de acero siguen vivos.

Recrear la vida de un automóvil de 50, 60 o 70 años es obviamente más simple que la clonación del mamut peludo que un grupo de genetistas intenta en la estepa siberiana, pero tiene sus complicaciones. Una de ellas, quizá la más exigente, es la búsqueda de repuestos, autopartes y componentes de un auto que se dejó de fabricar hace décadas y cuyos lotes de producción fueron limitados. Por ejemplo: el único roadster (o convertible) de serie construido en nuestro país hasta el día de hoy.

Se trata del Fiat 800 Spider, hermano con ropajes deportivos del Fiat 600, diseñado por el prestigioso italiano Alfredo Vignale, cuyos conceptos fueron tomados por Fiat Concord, la filial de la corporación italiana en nuestro país durante los años 60, para entregar una opción sport con la que buscaban abrir nuevos nichos de mercado. Se fabricó junto con una versión de techo duro desde 1966 a 1970, pero el descapotable fue tan escaso que hoy es una “rara avis”.

Según registros de la agrupación que aglutina a poseedores de Fiat 800 en la Argentina, en los cuatro años de producción del modelo se construyeron en la planta cordobesa de Fiat poco más de 1.200 Spider, con lo cual estamos ante un especimen escaso, de gran valor histórico y económico.

Los dos Carlos

Y aquí viene la parte más singular de esta historia. Para hacernos de los componentes faltantes, hubimos de emprender un largo viaje al corazón conurbanense del Amba, impulsado por la pasión de dos personas muy queridas por quien esto escribe. Para ser más precisos, dos Carlos (padre e hijo), quienes me encomendaron el rastrillaje de talleres, depósitos, páginas virtuales y todo recodo fierrero de la geografía nacional, con el propósito de encontrar las partes necesarias para resucitar el Fiat Spider que Carlos padre le regaló a Carlos hijo hace tres décadas, cuando cumplió 18 años.

Pues vengo a contarles que la aventura ha concluido con éxito. Tras extenso periplo desde Corrientes al corazón del conurbano bonaerense, en el nodo comercial de Solano, partido de Quilmes, alcanzamos la meta. Allí, en el taller de zinguería de un fanático de los vehículos clásicos, nos esperaba un lote de repuestos y llantas originales de Fiat 800, atesorados por Javier durante años, como consecuencia de un proyecto que lo llevó a reunir durante años un envidiable stock de autopartes de distintos modelos de motos y autos nacionales.

Palieres, eje de distribuidor, múltiple de escape original, bomba de combustible, manchones (una pieza clave para conectar las ruedas a los ejes motrices de un auto que, como es el caso del Fiat 800, lleva motor trasero) y otros órganos indispensables para darle vida a la coupé de los Carlos, pasaron a manos de este escriba después de pactar un precio acorde a lo que habíamos hallado: agujas en pajares.

El juego de cinco llantas, dos de ellas desplazadas para el tren trasero (una modificación de época que mejoraba la tenida y la apariencia del vehículo en sus años jóvenes) representa un avance estratégico en el proceso de restauración de este Fiat 800 tan especial por su significación afectiva, ya que además de haber sido el regalo de un padre orgulloso a un hijo feliz, su recuperación fue iniciativa del Carlos mayor unos meses antes de su fallecimiento, en plena pandemia.

La infausta noticia paralizó a quienes formábamos parte de este proyecto, pues la ilusión de aquel gentil caballero que me había solicitado “ponerlo en marcha y dejarlo como estaba cuando se lo regalé a mi hijo”, entraba en un cono de sombras. Pero no por mucho tiempo. Algunas semanas después del último adiós, con toda hidalguía, el Carlos más joven retomó el desafío. Lo retomamos mejor dicho. Y seguimos. Y se armó el motor. Y se montó en la carrocería. Y se avanzó hasta un punto donde la ansiedad por ver el Spider rejuvenecido empieza a calmarse, a ser reemplazada por la certeza de que el camino para el gran momento de escucharlo arrancar, se abrevia.

Queda menos para el resurgimiento de un auto tan especial para estos amigos que, llegado el momento y gracias a la magia de los vehículos antiguos, volverán a reunirse en el lugar donde tanto soñaron: el habitáculo de esta cupecita única no solo por tratarse de un modelo de escasísima producción, sino porque expresa el amor indeleble de un padre por su hijo. 

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