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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Modernidad, pero ¿a qué precio?

Nadie puede negarle a una ciudad su desarrollo. Pero, ¿puede este llegar a cualquier precio? En la provincia de Corrientes, la coqueta y tradicional Goya parece ser un claro ejemplo de cómo la modernidad puede peligrosamente ignorar el pasado, desvalorizando una historia que le da identidad a la localidad fundada en 1807.

En los últimos 15 años ninguna normativa municipal, provincial ni nacional movilizó la protección necesaria para preservar la fisonomía histórica del lugar, con fachadas clásicas e italianas e interiores coloniales españoles en más de 50 casas bicentenarias.

 Solo en 2020 un decreto presidencial declaró un área urbana, no todo el casco histórico, como de valor histórico nacional, con una zona de amortiguación visual, quedando bajo el control y monitoreo de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos.

 Ya no se pueden construir alturas que superen los siete metros y debe ser respetado un estilo, pero lo que ya se hizo no tiene remedio y amenaza con agravarse ante desarrolladores inmobiliarios que erigen torres dentro del diagrama urbano en términos netamente disruptivos, atentando contra su natural armonía y alejando a la metrópolis correntina de su sueño de integrar el Patrimonio Mundial de la Unesco.

A esto hay que sumar denuncias de la ONG Proyecto Goya, responsable de empujar la postulación, respecto de las demoliciones de inmuebles del siglo XIX que se multiplican en la zona. Tal el caso de la llamada Casa Loza, morada de Juana Crespo de Loza, hija del gobernador de Entre Ríos que firmó el pasaporte con nombres falsos de Uladislao Gutiérrez y Camila O’Gorman para viajar. Los inconvenientes surgen de un cambio de categorización: en vez de Lugar Histórico Nacional se la consideró Área Urbana Histórica Nacional abriendo así la puerta a estas nefastas decisiones que solo revelan cuántos intereses pujan por hacer estragos con un invaluable patrimonio en lugar de quitar el eje de crecimiento del centro histórico, como en muchos otros lugares del país y del mundo.

Desde la Comisión Nacional de Monumentos, presidida por Teresa Anchorena, se considera que Goya no reuniría ya las condiciones para ser declarada Patrimonio de la Humanidad, y en la misma línea se encontraría el ministro de Cultura, Tristán Bauer, veterano de tantos traspiés en la funciones públicas kirchneristas, quien niega u oculta su desinterés por proteger la raíz cultural de la ciudad.

 Afortunadamente, no está dicha aún la última palabra cuando Uruguay e Italia integrarían un comité tripartito en apoyo de la postulación. 

Claro está que también preocupa que similar desaprensión afecte a los más de 80 poblados históricos de la Argentina susceptibles de ser protegidos por la Unesco.

Autorizar descontroladamente demoliciones y construcciones de varios pisos en espacios linderos a viviendas de valor histórico, es ponerlas en franco peligro.

Actualmente, el casco histórico de Goya está integrado, entre otros tesoros históricos y arquitectónicos, por el Museo Camila, el Campamento de Garibaldi, la Escuadra de Artigas y el Teatro Municipal Solari, que es el más antiguo del país, entre otros. 

Pocos errores más penosos que destrozar la identidad de un pueblo. 

Con tal desidia y desconocimiento sobre lo que forjó el prestigio de esta urbe, no es de extrañar que también se ignore que no solo se demuele un inmueble de trascendencia histórica, sino que también se quita a Goya posibilidades sustentables de progreso y embellecimiento: alentar el turismo histórico encierra beneficios en términos de desarrollo económico y productivo.

Si pensamos que construir un presente mejor supone pisotear los trazos de un pasado que nos ha traído hasta aquí renegamos de la propia identidad en aquello que nos es propio y distintivo.

Habrá que evaluar si priorizar los intereses económicos coyunturales de algunos sectores, avalar desaprensivas connivencias y creer que los beneficios por obtener lo ameritan sea equivocar el rumbo y no entender que, con un suelo que cruje como testigo indeseado del desmoronamiento de un pasado, renunciamos también a las ancestrales raíces que compartimos.

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