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Las mil y una o una odisea a la vuelta de la esquina

“Las mil y una” es una película coproducida entre Argentina y Alemania, dirigida por Clarisa Navas y estrenada recientemente en Madrid. 
Clarisa Navas, directora del film “Las mil y una”.

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

Todavía quedaban los restos del aliento frío de la borrasca Filomena. Madrid era más distópica aún, es decir, a las andanzas del capitán  covid-19 debíamos sumarle su antojo de parecerse más a San Petersburgo (sin Pushkin, Lermontov, Dostoievski, Chejov…) que a la Madrid de siempre ante el largo etcétera de bares cerrados, de bizarros poetas en pantuflas o afuera: construyendo Golem blancos esperando su malicia definitiva ante  el ya lejano olor extinto de las castañas asadas en las esquinas. Pero no solo de malas noticias vive el ser humano, también acontece la fe en el arte, en este caso en el cine al que logré llegar con tantas ganas como empeño.

Algunos lo llaman palomitas de maíz, otros pochoclo. Y no es casualidad que a mí me saliera “pororó” cuando se lo pedí al camarero. Pronto esa palabra muy correntina dio entrada a un mapa más complejo y rico en sentimientos y sensaciones. La directora Clarisa Navas pone en movimiento la máxima de Paul Eluard: “Hay otros mundos, pero están en este. Hay otras vidas, pero están en ti”, con un largo plano-secuencia en el que Iris, la joven protagonista, bota un balón de básquet mientras va recorriendo las intrincadas veredas del barrio; portal a portal va enlazando caminos. Avanza, hace pausa, elige ruta, prosigue. El sonido del balón rebota en la paredes mugrientas y se aparea con el entorno: caballos tiracarros, cumbia, risas, piropos, puteadas, sirenas, disparos, voz de vendedores ambulantes. Tac-tac el balón contra el suelo. Tac-tac ya no golpea la imagen que se devuelve en ella. En ella, justamente, golpean otras preguntas, otras imágenes que construir en su aún breve recorrido en la vida. ¿Qué somos, o cómo creemos que nos percibe el tac-tac de afuera? Pronto Iris descubrirá que “no existe una escuela / que enseñe a vivir”, el quid (mejor dicho queer) de la cuestión es entrar a la vida viviendo, y eso significa ir al encuentro de Renata a pesar de su supuesto pasado conflictivo, de su tac-tac oscuro. Iris concreta su primera experiencia en el amor al igual que Darío y Ale, sus inseparables amigos también homosexuales, que transitan las mismas incertidumbres ante un medio hostil, circular, donde las cosas suceden y no suceden a la vez, ya que cada nueva vivencia les señala la importancia de poder reconocerse o también aprender a des-conocerse, a moverse y crecer en el miedo, a amar aquello que los interpela y apresa en apariencia, pero cuyo camino deberá  ser la liberación, la hermosa liberación del lazo con lo distinto.

Notable el trabajo de Clarisa Navas para que el barrio Mil Viviendas de Corrientes respire, se despliegue como un personaje más. Apoyada en una magnífica dirección de arte, la directora hace que la vida cotidiana del mismo se filtre con sutileza alternando largos planos secuencia con primeros y generales, aderezados algunos de ellos con un lenguaje cercano al documental. La impecable construcción del universo narrativo donde se mueven los personajes se apoya en la pertinente utilización de los registros del habla, el buen desempeño de sus actores, la creación de capas o texturas de sonidos que en todo momento están resignificando las escenas. Muy remarcable la eficacia expresiva de la composición de algunos planos interiores como aquel en el que intervienen Iris y Renata y que cuenta con una elipsis su primer encuentro sexual. La cámara queda fija, las chicas desaparecen por el punto de fuga y en el plano solo queda el perro sobre el sillón, pero unos segundos después también la mascota se va.

Tras ciertas vivencias extremas ya nada será igual. La vida bailará distinta, quizá ahora esos caballos diseminados en pleno barrio y que siempre fueron nada más que eso: unos caballos comiendo los helechos de la “doña” u olisqueando latas de conservas sean vistos por primera vez como unos bellos animales nacidos de las potencias íntimas de los sueños, de aquellos capaces de galopar hacia lo mejor de cada uno, hacia la comprensión definitiva de saber qué hacer cuando nos sintamos libres.

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