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La identidad pensada como respeto a las diferencias

Por El Litoral

Domingo, 23 de mayo de 2021 a las 01:03

Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral

Hace apenas unos días el artista visual Lorenzo Gonzalez volvió al campo a caballo, como tantas veces, aunque esta vez fue para hacer unas fotos para su nuevo proyecto “Sapucay marica”. En la chacra lo esperaban su padre y su hermano. Lo hizo montado en su caballo Maradona (dicen que nació el mismo día que el ídolo de fútbol). Maradona de joven era  un tordillo negro y manso que ahora tiene 15 años y el pelo se le puso blanco. Durante el viaje Lorenzo recuperó los sonidos de su infancia: las ranas en los charcos, los zumbidos de los mosquitos sobre su cabeza y el traqueteo de las pisadas leves y seguras de su caballo en la picada.
La entrada al campo tiene varias hectáreas de pastizal donde Maradona va lento. Después hay árboles de cañafístula, jacarandás, pitangas, guayabos, talas y un ombú en la entrada de la chacra. Gonzalez iba los veranos, cuando los amaneceres azulan rápido el cielo y la temperatura invita al trote en la tranquilidad suspendida del campo. Revivió los regresos al pueblo en invierno y en seca, cuando las tardes rojaban rápido el cielo. Los veranos tenían la sensualidad libre de los calores intensos y los inviernos fríos helaban las manos sujetando las riendas del caballo.
Yapeyú es el pago donde nació y pasó una infancia feliz, un pueblo recostado sobre el río Uruguay donde Lorenzo vivía con su familia en ese lugar impreciso del territorio pueblerino donde a pocos metros empezaba a ser campo. Desde allí partían junto con su padre, don Francisco Javier; su madre, doña Zully Baltasar; su hermano mellizo Francisco y Luciana, su hermana menor, a la chacra a unos 10 kilómetros en el paraje El Remanso. De la casa vieja de la abuela ya nada queda, solo un corral donde vacunaban y curaban a los animales y muy cerquita un montecito, sitio donde los juegos eran interminables, donde “los ojos limpios de la infancia” absorbieron todos los colores de ese lugar de Corrientes, pero donde el brillo estaba dentro de ellos.
Durante mucho tiempo Lorenzo ayudó a hacer picadas para que Javier pudiera pasar con las vacas, pero no solo eso: alambró, marcó y cortó orejas, capó terneros y carneó como cualquiera lo hace en esos lares. 
El regreso a la chacra para producir parte de los contenidos de “Sapucay Marica” ayudó a retomar las charlas con su padre, que se interrumpieron cuando Lorenzo le contó que era gay. “El nuevo proyecto nos ayudó a poder hablar nuevamente con mi padre, que además está colaborando conmigo y está contento de poder compartir el proceso artístico dentro del lenguaje de cuestiones de género donde expongo mi sexualidad”, me cuenta, y me dice además que su padre “también ayuda a mejorar la trama familiar con el amor de siempre”.
Gonzalez participa del ArteCo edición 2021 dentro de El quiosquito, espacio de tránsito de artes promovido desde la autogestión de y para artistas. Estará junto con Pablo Gomez Samela.

—¿Cómo te definís? ¿Qué sos?
—Me defino como un artista visual, para poder abarcar un poco de todo lo que hago, porque trabajo en distintos medios, desde la escultura, con construcciones, intervención en espacios públicos, fotografías, intervención de objetos, instalaciones. Ahora estoy experimentando un poco con indumentaria y performance, yendo a lugares nuevos. Para mí las disciplinas no me definen, sino que aparecen como las formas en que quiero expresar algo.
—¿Dónde naciste?
—Soy de Yapeyú, Corrientes, ahí en la costa del río Uruguay donde estuve hasta los 18 años, mi papá es trabajador rural, actualmente trabaja también en el museo sanmartiniano, donde se encuentra la casa del General San Martín. Estudió ya grande técnico en Turismo y hace un poco de todo. Mi mamá es ama de casa y nos criamos ahí en una despensa que teníamos en casa. Tuve una infancia muy bonita, yendo a la chacra, en el pueblo, participando siempre de todas las movidas culturales que había, y todo eso me nutre hoy en día para mi producción. Ahora voy al pueblo y trato, a través de actividades, generar espacios para el arte también.
—¿Cuándo aparece el artista?
¡Qué pregunta! La verdad es que de chico. A mí siempre me gustó hacer cosas, dibujar por ejemplo, modelar animales con arcilla del tajamar, y en el secundario recuerdo que empiezo a hacer maquetas para la estudiantina. En Yapeyú era muy común hacer maquetas para la primavera, en un concurso del colegio y ese era mi momento del año, para poder crear los universos que pensaba y me sentía realmente un artista. Hasta hoy en día eso sigue marcando mi obra, porque mi trabajo también va un poco por la maqueta, por la miniatura; así que, podría decirse que más o menos de ahí viene eso.
—Qué huella profunda y a la vez provocadora, ¿no?
—Tal cual, también el reconocimiento de los compañeros, después de haber participado de concursos como los Juegos Culturales Evita, poder ir a otros lugares y tener capacitaciones, y todo eso fue dando más impulso a esa veta artística que tenía.
—Contame algo del proyecto, “Qué ves de Yapeyú”, ¿qué es eso?
—Es un proyecto hermoso que realizamos con mi hermano Francisco Gonzalez que estudia Antropología Social. Decidimos en 2017 generar un espacio alternativo para estimular el arte y la participación ciudadana; generamos este proyecto que se llama “Qué ves de Yapeyú”. Consiste en un concurso de fotografía amateur para los ciudadanos de Yapeyú y una residencia de artistas donde recibimos a un artista, o colectivo de artistas, a producir obras en el pueblo.
Lo que queremos es, básicamente, que los ciudadanos puedan responder a la incógnita que da nombre al proyecto y mostrar el cotidiano del pueblo, el día a día, las imágenes que los propios vecinos resaltan y así dar valor a la actualidad. Porque Yapeyú también, como todos saben, está atravesado por un ícono histórico como es San Martín, también por procesos históricos como las reducciones jesuíticas, las inmigraciones, que hacen que el pueblo viva mucho en el pasado y por ahí no preste tanta atención al presente, y ver que también pasan cosas lindas en la actualidad. Bueno, el concurso viene a proponer eso, que miremos el hoy, digamos, y rescatemos lo que sucede.
—Pero, además, lo bueno de esa consigna es la amplitud, pues en realidad no está apuntado solamente el espacio material, la geografía o la historia, sino que apunta a la mirada y a poner el acento en las personas que ven.
—Exactamente, que pueden ver un paisaje, pueden ver un objeto, pueden ver a un ser querido, pueden ver un momento, un color. Pueden esas imágenes abarcar tantas miradas como yapeyuanos existen en el pueblo. Es un proyecto maravilloso y que cada vez va creciendo más de a poquito, humildemente. La idea es que vaya haciendo huella en el pueblo.
—Además, es lo plural en la convivencia cotidiana. Eso me parece que nos hace falta, ¿no?
—Sí, pensarnos como colectivo, pensarnos desde esa identidad que nos aúna y que nos encuentra en las diferencias también, ver cómo parece eso y cómo convivimos con ello es fundamental.
—Vi un video tuyo: “Del barro al museo”. Ese  tránsito me parece interesante, porque es un proceso creativo que me gustaría que nos cuentes.
—Ese proyecto es un cortometraje documental que se hizo el año pasado, a través de un financiamiento del Instituto de Artes Audiovisuales de Misiones y lo que hace es relevar en siete minutos todo el proceso artístico que vengo desarrollando hace ya cinco años, con el proyecto “Y nosotros, los vecinos del desecho”, que es un proyecto hermoso que me moviliza un montón, el cual comienza con mi visita a los barrios populares de acá, de Oberá, a través de la organización “Techo” como voluntario, allá por 2014. Conociendo los barrios, a los vecinos, charlando con ellos iba descubriendo un montón de historias duras, alegres, de vulneraciones, de falta de oportunidades, de poder aprovechar lo mínimo para salir adelante. Con ganas de hacer más visible esas historias, que me movilizaban un montón, empecé a producir a partir de ellas y con la visita a los barrios comencé a recolectar la basura del propio barrio. 
En los barrios populares es muy común encontrar muchos desechos y con esos mismos desechos que son de los propios vecinos, construyo pequeñas esculturas de ellos y sus casas, sus trabajos, sus utensilios, para poder representarlos en miniatura en estas maquetas que las pongo luego en el centro de la ciudad, interviniendo esos espacios públicos para reflexionar sobre las diferencias de las oportunidades que tenemos en una misma sociedad, como la falta de derechos básicos, tales como el acceso al agua potable, a la luz, a la seguridad, a un hospital cercano; cosas que son indispensables, y que en los barrios populares no suceden, a diferencia del centro de la ciudad donde estas cosas están garantizadas.
Entonces, es como llevar esa periferia al centro y ponerla en discusión por los transeúntes que no están para nada alertados de estas intervenciones, ya que no las publicito, solo las hago sin previo aviso; entonces, muchas veces pasan desapercibidas e incluso los personajes son pisados o destruidos por la gente, porque no los ven. Y si los ven se sorprenden y pueden desagregar incógnitas: ¿qué hace esto acá? ¿quién lo hizo? ¿qué significa? Entre otras cosas que lo saquen de su cotidianeidad. 
—Hay un registro fotográfico ¿no es cierto? Que es una obra en sí misma.
—Exactamente, el registro apareció como una necesidad de poder mostrar después del trabajo que se realizaba en la calle y a medida que lo fui haciendo, me fui dando cuenta de que se transformaba en otra instancia de la obra, en otro producto, en otro formato y lo mostraba desde otro lugar. Porque con la fotografía quiero que los personajes se vean a la altura del espacio en el que se presentan, tratar de que se vean proporcionales a los edificios que lo rodean, ¿no? Las fotografías son capturadas a la altura de ellos, en contrapicados con un juego de lentes para generar estos efectos, que es muy diferente a lo que podemos ver cuando estamos frente a la intervención propiamente dicha. Porque en las intervenciones se ven desde arriba, uno parado digamos, como si fuera una visión de helicóptero, pero en la fotografía nunca muestro esa visión, siempre las muestro a la altura de los personajes. Es como tratar de devolverle esa dignidad de persona, esa proporción de ciudadano en el espacio en el que está, va por ahí la idea.
—Ahí cobra sentido, porque “¿Y nosotros?” es un interrogante, en realidad. Me parece que en el interrogante está también el asunto. Creo que es una síntesis del título del proceso, ¿no?
—Tal cual, a mí me gustan mucho los interrogantes evidentemente y sí, este proyecto lo que busca es hacer reflexionar porque hay una cuestión de crítica social, un posicionamiento político también; política -digo- no partidario, sino de actitud frente a las vulneraciones de derechos ¿no? y el interrogante lo que viene es a ponernos a pensar qué sucede. No estoy dando una opinión directamente, sino invitando al espectador, al participante, al peatón a que se detenga y piense en cuántas oportunidades tenemos cada uno, según el lugar en el que nacemos, la familia… según un montón de variables que no son iguales para todos. 
Entonces, esto es tanto del vecino ¿y nosotros cuándo?, seguimos trabajando, pero seguimos igual o “¿y nosotros? como espectadores”, tal vez desde otra clase social, tal vez desde otro lugar, nosotros también qué hacemos con esto ¿no? 
Porque me parece que el pensar que hay algunas personas que tienen mayores responsabilidades por cargos que pueden ocupar, no nos quita a nosotros esa responsabilidad de ciudadanos, me parece que todos somos en algún punto responsables y podemos aportar al menos una charla, un plato de comida, una ropa, para ayudar al otro. Va por ahí un poco la idea.
—Pero, además, en el proceso del barrio al museo, hay ahí un proceso casi de legitimación en la mirada sobre estos temas. Llega un espacio oficial que muchas veces no le presta atención, eso quiero decir.
—Sí. Bueno, el museo como lugar legitimador tanto para el artista, pero también como un espacio para pensar y para reflexionar. También, dentro del museo cuando hago las muestras, no solo presento las fotografías, sino que también presento personajes y reconstruyo estos barrios bastante grandes con basura, para ver la magnitud de esos territorios, de su hábitat, de las relaciones, de las materialidades, ¿no? Y bueno, poder acercar eso al espectador.
—¿Qué es el proyecto “Sapucay marica”?
—Ese es un proyecto que estoy comenzando a desarrollar, está todavía en pañales digamos, todavía no mostré nada; pero, estoy muy contento porque es también una nueva instancia donde voy a abordar prácticas nuevas como la indumentaria. Estoy construyendo vestuarios con basura, con material de desechos nuevamente, en el cual reinterpreto la cultura popular de Corrientes y del nordeste en general digamos, por ejemplo, las creencias, los gauchos, los menchos, los juegos como la taba, las carneadas, como todas cosas de mi infancia que siempre me sonaron, como que me distanciaron más que nada desde esto de la sexualidad, ¿no? 
Yo me identifico como un hombre homosexual y la cultura del nordeste es bastante agresiva hacia lo Lgbt digamos, hacia la diversidad sexual y lo que propongo en el proyecto es releer la cultura popular del nordeste a través de una propuesta Lgbt, una propuesta queer podríamos decir. Y llenar de color esas imágenes de la infancia, reinterpretándolas con vestuarios, con mi propio cuerpo, apareciendo en la imagen, conmigo mismo accionando e interpelando a través de movimientos, a través de la presencia, del cuerpo en el territorio, en la práctica. Es algo que estoy desarrollando y espero poder mostrarlo este año, dentro de poco, y muy contento porque es también poder hablar de uno mismo, porque estoy hablando de mí y de mi historia y de muchos como yo.
Fue un proceso bastante largo y difícil, porque uno tiene que ir aceptando un montón de cosas y usando estas identidades que uno va haciendo propias, que va sincerándose con uno mismo más que nada; entonces, llevó un tiempo poder abordar esto, pero ahora que lo estoy desarrollando estoy muy feliz y con mucha ansiedad de poder mostrar algo de eso.
—Regreso al comienzo de la entrevista. ¿Qué recordás de ese chico que se levantaba, iba a la chacra…? ¿Qué actividades hacía? ¿Cómo era ese despertar allí? ¿Cómo era ese proceso hasta llegar a ese lugar y qué vivencias tenés presente hoy de ese chico que fuiste? 
—Soy bastante nostálgico y me gusta mucho recordar la infancia. Tuve una infancia bastante bonita por suerte, rodeado de mucho amor, mi familia y la verdad que me encanta recordar los colores de Corrientes, los paisajes. Siempre se me viene el color del sol a la siesta, o del atardecer cuando volvíamos de la chacra a caballo, con papá, arriando las vacas, atando el alambre. Un montón de cosas que pasaron y parecen tan lejanas a mí, pero que creo que afectaron mucho y me marcaron mucho, y me hacen muy feliz recordar. Recordar a mis padres, también, ellos tan humildes, tan sinceros, con muchas raíces que me transmitieron a mí y que soy muy orgulloso de eso; y también crítico, me permite repensar todo esas cosas. Pero la verdad es que la infancia y esa poesía que tiene Corrientes ¿no? Me parece… bueno, no sé, no quiero generalizar, pero me parece que hay mucho dolor y alegría mezclado en la paz del silencio del campo, del pueblo, el chamamé. El chamamé me transmite muchísimo de esa nostalgia. También siempre recuerdo que gran parte de los chamamés hablan o de los pueblos, siempre son chamamés dedicados a cada pueblo, a los amores obviamente, pero muchísimos son al extrañar a Corrientes, porque somos muchos los que nos vamos de la provincia buscando trabajo, estudio, otros caminos, pero siempre está esa cosa de querer volver ¿no? y eso, como que alimenta mucho, muchísimo, tanto en mi arte como en mi persona y me deja muy feliz.

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