Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral
Ana y Alcides llegaron a Bélgica con sus hijas Natalia y Soledad un día del crudo invierno de 1978. Aterrizaron en Bruselas pasando del verano de Río de Janeiro donde vivieron unos meses, al gélido clima del norte de Europa a través de un salvoconducto de Naciones Unidas y la ayuda de varias asociaciones solidarias para personas refugiadas de dictaduras latinoamericanas.
En Bruselas fueron recibidos por un centro cultural de argentinos que les ayudaron a instalarse en la ciudad desconocida pero que los acogía después de una larga travesía no exenta de peripecias.
Natalia tenía cuatro años y Soledad menos de dos cuando pisaron suelo belga.
Ana y Alcides empezaron a aprender el idioma y a buscar trabajo no solo como forma de vida sino como una afirmación para asentarse en esa comunidad donde vivirán los próximos años.
Debían pasar de ser viajeros a personas que buscaban una casa para quedarse y para eso tenían que conquistar el lugar, vivir esa extraña situación que consiste, muchas veces, en el hecho de apropiarse del espacio, entregarse a la vida comunitaria y las nuevas actividades con cautela.
Al año se mudaron de Bruselas a Lovaina la Nueva donde Soledad creció en dos idiomas: el francés y el castellano mientras Alcides consiguió una beca de adjunto en la Universidad local fundada en el siglo XV y refundada en 1968 como Universidad Católica y francófona luego de la crisis lingüística que vivió esa comunidad en los tumultuosos años 60. Esa situación académica fue el motor para que él y Ana retomaran sus estudios de economía y políticas educativas respectivamente.
Soledad ingresó a una escuela de un barrio con muchos extranjeros llegados mayoritariamente del norte de África o Latinoamérica, migrantes que a finales de los 70 y comienzo de los 80 llegaban buscando horizontes de libertad, un poco de paz y prosperidad económica.
Lovaina la Nueva era, para ella, una ciudad sobre una losa gigante en un valle con un casco céntrico y recorridos peatonales que formateaban una forma de vida tranquila a pesar de que en épocas de mucha actividad académica llegaba a 100 mil personas viviendo allí.
Cercana al bosque de Lauzelle, rodeada de campos cultivados de maíz y trigo los paseos al aire libre eran actividades frecuentes a pesar de estar en una zona donde habitualmente llueve mucho.
Soledad fue a un colegio católico que repetía la pluralidad social en la que crecieron, un ambiente de convivencia de todas las nacionalidades en un orden propio. La iglesia de esa comunidad era tercermundista con lazos con América Latina y África donde se escuchaban muchos idiomas convirtiendo el espacio en una pequeña Babel contemporánea.
La pequeña se educó en ese ambiente que marcó una forma de ver el mundo y también creció con la idea que sus padres querían volver a Argentina y a Corrientes en particular, sobre todo su madre generando la sensación de que todo era provisorio, que su arraigo infantil era sui generis porque sabía que un día emprendería el regreso a una ciudad de la Argentina que no conocía.
Corrientes las recibió en marzo de 1989 cuando Soledad cumplió 13 y Natalia 15.
En la entrevista Soledad nos cuenta algo de su infancia en Lovaina La Nueva, su adolescencia en Corrientes y algunos detalles de su vida en la actualidad en la ciudad de Aranjuez . Los lugares y las experiencias trazaron un mapa interior de la vida de Soledad. Una cartografía que refleja la variedad de escenarios y también el recorrido de una persona que caminó hasta llegar donde está.
—¿Dónde naciste?
—En Buenos Aires, pero de manera accidental. No viví allí, sólo estuve unos meses, así que no me considero porteña.
—¿Pasaste la infancia y la adolescencia en Europa?
—Sí, mi recorrido es un poco raro. Nací en Buenos Aires de manera casi accidental, después viví casi un año en Brasil con mis padres; antes de cumplir dos años llegué a Bélgica donde me quedé hasta el año 1989. Entonces tenía 13 años, y después fui a Corrientes. Mi mamá era correntina y por eso fuimos a vivir allí donde hice la secundaria, la universidad, y donde me quedé hasta los 23, que volví a vivir a Europa.
—¿Dónde estudiaste en Corrientes?
—Llegué con 12 años, estaba justo en una edad en la que en Bélgica había empezado la escuela secundaria. En Argentina, por el cambio de estación, se empieza el año lectivo en marzo y en Bélgica, en Europa, se empieza en septiembre. Por lo tanto me agarró a mitad del año. Desde el primer año de la secundaria cursé en la escuela Normal Juan Pujol y luego de eso estudié psicología en la Universidad de la Cuenca del Plata, que acababa de abrir sus puertas en Corrientes.
—¿Y en qué momento decidís viajar y dejar Argentina?
—La verdad es que cuando llegué a Corrientes tenía 13 años y es esa edad en la que te quedan siempre pendiente muchas sensaciones de que las decisiones no las tomaste personalmente sino tus padres. En Corrientes fui muy feliz, pero siempre tenía un poco esa espinita de volver a Europa, de volver a Bélgica, lo que yo consideraba mis raíces. Empecé a trabajar muy joven; cuando terminé la universidad empecé a trabajar en Quilmes, donde estuve un año y medio allí. La verdad es que junté algo de dinero y quería hacer algo más de clínica que no hacía en la empresa porque estaba en Recursos Humanos.
Ahorré algo de dinero y decidí viajar a Barcelona para estudiar un máster. Me fui acompañada por el que sería mi marido, fue una decisión conjunta de viajar a Barcelona a estudiar un máster cada uno en el suyo. Cuando estábamos en Barcelona empezó el gran problema del corralito entre el 2000-2001. No teníamos claro realmente si nos quedaríamos en Europa o volveríamos a Argentina. Habíamos renunciado a nuestros puestos de trabajo y se abrían muchas incógnitas. Fue muy difícil cuando se desató el corralito de la Rúa, todos los problemas políticos. En medio de estos temas a mi entonces pareja (luego fue marido) le ofrecieron un trabajo que era una muy buena oportunidad y decidimos probar.
Así que volvimos a Argentina, nos casamos y al mes estábamos viviendo ya no en Barcelona sino en Aranjuez, que está al Sur de Madrid, donde empezamos la vida y las cosas fueron saliendo cada vez mejor. Al principio era un poco ver qué pasaba, pero se fueron dando bien las cosas y como el objetivo no era volver, nos fuimos quedando y quedando.
Bueno, pasaron ya 20 años, tenemos dos hijas, dos carreras bastante desarrolladas y ahora casi no hay otra opción.
—¿Cómo fueron tus primeros pasos laborales? ¿Crees que hubieran sido más sencillos en Argentina o fueron sencillos allí?
—Mucho más sencillo en Argentina. Laboralmente no fue fácil. Cuando fui a Barcelona hice un máster que era muy interesante en la universidad, que consistía en una parte teórica y otra práctica. Estaba bastante metida en la parte hospitalaria, en el Hospital de la Cruz Roja en la Universidad de Barcelona, que son instituciones muy interesantes pero es verdad que Cataluña tiene una dificultad añadida bastante importante, que es el idioma catatán. Para vivir no tenés problema, de hecho estudié catalán cuando llegué a Barcelona, pero para cualquier contrato laboral más en serio, es requisito formal el tener un cierto nivel de catalán, sobre todo en instituciones públicas, que era mi caso porque era hospitalario.
Justo en ese momento surgió la posibilidad de trabajar en Aranjuez que está en la comunidad de Madrid. A priori tenía todo a favor porque como tenía doble nacionalidad con Bélgica, no tenía problemas de papeles, ni de documento, ni nada por el estilo, pero cuando sos extranjero la sensación de que todo lo que hiciste previamente es algo así como papel mojado. En el currículum vos podés haber trabajado en Quilmes, como yo por ejemplo, pero realmente para los madrileños la empresa Quilmes es muy poco conocida pero no llega a ser la misma sensación que si trabajas en Mahou, que es la cerveza típica de España. Entonces, al principio, empecé a buscar trabajo en Recursos Humanos porque me parecía más sencillo, aunque no fuera lo que me gustaba, pero la verdad es que no encontré trabajo enseguida.
Creía que iba a ser mucho más fácil, encima en esa época había bastante falta laboral, yo hablo inglés y francés, pensé que iba a ser fácil y no lo fue. Entonces, decidí trabajar en clínica, pero lo que pasa que para trabajar en clínica hay que homologar el título y para homologar el título hubo que hacer un trámite muy largo, muy complicado que tardó más de dos años en lograr una resolución, para decirme finalmente que tenía que rendir tres asignaturas de convalidación, lo que significaba casi una evaluación global; un examen global de la carrera. Y sin eso no podía reconocer a nivel sanitario mi título, con lo cual me puse a estudiar. En ese tiempo me quedé embarazada y decidí priorizar las nenas. Al final, cuando sos extranjero estás solo para muchas cosas. Nosotros estábamos solos a nivel de ayuda familiar, de abuelas, de tías o de gente que te brinden un poco de soporte emocional y logístico o que te puedan echar una mano cuando tenés bebés chiquititos.
Cuando las nenas empezaron la escuela, que es obligatoria de tres años, ahí sí que hice los exámenes, homologé el título y abrí un consultorio con la incertidumbre de saber si iba a ir bien o no. Desde que arranque empecé a tener bastantes pacientes, se corría la voz porque vivo en un sitio bastante pequeño y eso ayuda.
Aranjuez tiene 60.000 habitantes más o menos y la verdad es que de ahí en adelante me empezó a ir bien, luego muy bien, luego mejor aún y entonces fui ampliando un poco el abanico y desde ahí, la verdad es que no me puedo quejar, trabajo mucho, pero muy contenta. Pero la verdad que al principio fue un momento de mucha incertidumbre y de mucho esfuerzo.
—¿Tuviste algún otro episodio difícil relacionado con las trabas burocráticas?
—Según qué trámite, pero la mayoría de trámites fueron así. La burocracia es larga en todas partes y hay que tener paciencia. Es verdad que las instituciones facilitan un poco el tema porque todo está muy informatizado y muy centralizado y eso facilita las gestiones y no es tan engorroso, pero es igual de largo.
—Hay un tópico que dice que en Nueva York y Buenos Aires o en Argentina son ciudades o países que las personas van mucho a la consulta psicológica. ¿Cómo es en España?
—Muy diferente, de hecho, el tópico del psicólogo argentino está muy instaurado, sobre todo porque es verdad que en la década del 80 con la llegada masiva de argentinos exiliados vinieron muchos psicoanalistas. Argentinos y psicólogos. En Argentina hay tantos psicólogos per cápita que se compara con lo que pasa aquí y puede ser una parte de verdad.
Pienso que estamos muy adelantados en cuanto a aceptar que uno puede ir al terapeuta, al psicoanalista, eso está muchísimo más generalizado. En España ocurren dos cosas: primero que el psicoanálisis no es en absoluto la fuerza mayoritaria; al revés, y sí lo es en Argentina o al menos hace 20 años lo era.
Aquí en cambio no solamente que no está muy institucionalizado, ni muy generalizado, sino que también tiene un poco de mala prensa. No está muy bien visto.
El psicoanalista es el charlatán. Entonces, las terapias en España están mucho más centradas en terapias más rápidas, cognitivas-conductuales; entonces, hay que hacerse un lugar. Llevar al chico al psicólogo todavía es difícil, admitir que vas al psicólogo todavía es un poco tabú en determinados sectores; es algo que mucha gente aún prefiere no divulgar. Sí que es verdad cada vez la gente va más al psicólogo y después de esta pandemia que hemos atravesado todos hay un aumento muy grande de la demanda, pero no es como en Argentina que la gente acepta más o tiene más normalizado. Decir, “voy a terapia toda la semana” o “durante años mi terapeuta”, “mi psicoanalista” o “mi psicólogo”. Es una cuestión más privada.
—¿Cómo viviste la relación de tu profesión relacionada con la pandemia y con el streaming? ¿Cómo es esta situación o cómo lo ves?
—En España el cierre fue más estricto, el confinamiento más estricto duró de marzo a mayo-junio de 2020. Durante ese tiempo, todas las salidas estaban prohibidas, salvo al supermercado y algunas profesiones que se consideraban de primera necesidad. Entonces, para poder ejercer, debes estar de alta en el Ministerio de Salud. Cualquier psicólogo o clínico que quiere ejercer, debe hacerlo como un centro sanitario autorizado, es decir debe tener todas las habilitaciones. En marzo nos encerraron a todos y fue una gran incertidumbre si podíamos trabajamos o no; y ahí empezamos de a poco con las videollamadas, las sesiones online.
Era muy incrédula, no era partidaria de esas formas. Pensé que se rompería el encuadre y la transferencia, pero los resultados no fueron malos. Mucha gente, entre no tener nada y tener sesiones online, prefirió y les sirvió de soporte y de sostén durante un período de cierre total que fue muy duro. Luego, por ser centro sanitario, al mes me habilitaron como de primera necesidad. Con muchísimo cuidado y un montón de restricciones empecé ir al consultorio otra vez y tenía 50 y 50 por ciento de presenciales y videollamadas.
—¿Crees que esta situación va a cambiar el vínculo? Todo lo que pasó lo viviste como un padecimiento o fue un acicate para ver cosas nuevas, ¿cómo lo viviste?
—Lo que intenté es no aceptar pacientes nuevos porque creo que no es lo mismo trabajar sobre un vínculo ya existente y adaptarse a un medio diferente que trabajar con personas que conocen poco su lenguaje y sus códigos. La confianza se establece en el Tú a Tú; entonces, pacientes nuevos preferí no aceptar. Sé que hay muchos compañeros que lo hicieron, de verdad los psicólogos nos hemos reunido mucho en conferencias y coloquios para analizar la viabilidad de las terapias online y la mayoría coincide en que entre dejar radicalmente tu terapia por un confinamiento que continuarlo online, por supuesto que es mejor online. Prefiero la presencialidad, no estoy en contra, de hecho, tengo pacientes que vienen de fuera de Madrid y que por las prohibiciones de circulación lo seguimos haciendo online, pero el 98% de mis pacientes vienen al consultorio y lo prefiero.
—Tu infancia viviste en Lovaina la Nueva, es tu patria de la infancia, tu patria de la adolescencia es Corrientes, tu patria de una mujer adulta es Aranjuez. ¿Cómo conviven esas patrias en vos? ¿Qué te pasa con eso?
—Ahora estoy muy en paz. Cuando éramos pequeñas peleaba un poco por la predominancia de una y otra. Es la sensación de ser extranjero siempre vayas donde vayas. Cuando viví en Bélgica era argentina, cuando vivía en Corrientes era la belga y ahora según los que me conocen me siguen preguntando “¿pero tú de dónde eres, de Bélgica, de Argentina?”, es el asunto de no saber nunca de donde eres.
Tengo muchísimo cariño a los tres lugares que me han acogido. Tengo raíces en los tres, amigos, familias en los tres, afectos de mi familia sanguínea y de la elegida. Sin dudas rescato lo mejor de los tres sitios. Es que cada uno fue importante en un momento histórico vital muy diferente, la infancia, la adolescencia y la adultez, son tres etapas muy distintas y se llevan bien.
—¿Si te pido que recuerdes algún momento de cada lugar? ¿Qué es lo primero que aparece de Lovaina, de Corrientes y ahora?
—De Lovaina recuerdo cuando Argentina llegó a la final del Mundial en el año ‘86. Vivíamos en un sitio pequeño y nos juntamos con mi padrino cordobés, su mujer belga y un par de familias más de Argentina; recuerdo la euforia de salir a festejar como si estuviéramos en Argentina, pero estábamos en un pueblo belga en el que la gente compartía nuestra alegría, pero estaba muy descolocada. Recuerdo esa tarde como una alegría, una felicidad y una euforia muy grande. Es un recuerdo que aúna esa dualidad Bélgica-Argentina.
De Argentina, lo más presente siempre es la familia y los amigos que en la adolescencia son lo más fuerte y lo más profundo. Pero como lugar común siempre está el río Paraná, la Costanera. Creo que la Costanera es el punto de unión en casi todas esas escenas que recuerdo de mi adolescencia, mi universidad estaba frente a la Costanera por lo tanto siempre todos los momentos acababan en la Costanera. Y el Paraná y el puente sin duda son la primera imagen que me viene a la mente cuando pienso en Corrientes, más allá de la gente y la familia.
—¿Y Aranjuez?
—Aranjuez es la infancia de mis hijas, tengo dos hijas que ahora tienen 18 y 16 años, pero casi todos los primeros años giraron alrededor de la escuela, su infancia y todo lo que está muy teñido de eso. Cuando uno tiene hijos chicos, está todo muy teñido por las características infantiles, por los cumpleaños y los cantos de representaciones del colegio, el teatro y ese tipo de cosas.