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El hilo dentro del tejido musical

Por El Litoral

Domingo, 06 de junio de 2021 a las 01:00

Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral

Mariela llegó al aeropuerto Schiphol de Amsterdam el 26 de octubre del año pasado, a las 3:20 de la madrugada. Su destino final era una casa de la calle Beeklan, a unos quince kilómetros de allí.
Era muy tarde (o muy temprano) y no tuvo en cuenta el cambio de horario de verano a invierno, pero allí la esperaba Angélica, su hermana, excelente intérprete de clarinete barroco que estudia en el Conservatorio Real. Tomaron un Uber a la ciudad que la recibió con  lluvia y frío.
Al llegar, durmió muchísimo porque fue también largo el camino burocrático para llegar a destino: los papeles de viaje, las valijas, las despedidas virtuales, la visa, la mudanza, qué llevar o qué dejar era cosa de todos los días previos al viaje, hasta el momento en que puso parte de su vida en una valija y se fue a cumplir un sueño masticado lentamente durante años.
Mariela fue a tomar clases de violín y viola barroca con el maestro Enrico Gatti en el Koninklijk Conservatorium Den Haag, el Real Conservatorio de la Haya fundado en 1826.
“La ciudad tiene espacios verdes, un bosquecito a diez minutos,  un canal, muchos pájaros y cisnes. Veo que acá hay un amor hacia la naturaleza”, cuenta ahora desde Amsterdam, a miles de kilómetros de distancia de Corrientes, ciudad en la que vivió hasta finalizada su adolescencia.
Hoy, su paseo favorito es ir en bicicleta a la playa cercana de Scheveningen en el distrito de La Haya, que junto con Amsterdam y Rotterdam es parte de un área metropolitana enorme.
El tango es una música que la acompaña hasta hoy porque su nueva vida incluye tocar en un grupo de argentinos en la vieja ciudad de comerciantes y viajeros. Esa situación torna inevitable recordar las milongas, la noche porteña cuando participaba de orquestas en Buenos Aires, pero el chamamé, y sobre todo el de Blas Martínez Riera, la lleva de regreso hasta su casa en Corrientes, al recuerdo de su papá y su mamá en el campo en San Cosme y San Luis del Palmar, donde tiene sus parientes.
Ahora evoca en ausencia a su madre Eleuteria y a su padre Alejo, porque, como escribió Cacho González Vedoya, “cuando ponían el pan en la mesa ponían la vida” y donde ponían la vida florecía la música.

Los instrumentos en la vida 
Svetalan Alpers en “El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII” pone la atención en los instrumentos musicales como donde pinta un virginal. La lección de música es la obra donde el barroco Johannes Vermeer escribió en latín “La música es compañera de la alegría y bálsamo contra el dolor”. “Este apego por lo musical no se basaba únicamente en un gusto particular de Vermeer, sino que correspondía a un sentimiento compartido entre las élites de la sociedad neerlandesa del siglo XVII”. 
Los pintores de esa época corresponden al periodo estudiado por Mariela, donde encontramos además de virginales, violines, guitarras barrocas y mujeres tomando lecciones de música en ambientes hogareños. Belleza, arte musical y utilización del ocio fueron pintados por este y otros artistas de la época que brindan una valiosa información para los estudios de Mariela.
Mariela Meza vivía en Corrientes en los noventa, en el barrio Anahí, cerca de Tipoití, ahora estudia en un conservatorio que es referencia en los estudios de música antigua, y donde el vértigo por los detalles es moneda corriente. No se trata ya de abarcar la música en su infinita variedad sino de posarse en lo más pequeño, intentar la mayor precisión en la interpretación, buscando acercarse con cautela y amor a un mundo desaparecido y, sin embargo, vivo.

—¿Cómo fue la llegada?
—Fue dura porque venía del encierro en Argentina, del invierno, de la nada, de todos los meses de espera. Llegué a La Haya donde empezaron a subir los casos y se empezó a cerrar todo. Era bien entrado el otoño, la lluvia, el frío, el encierro, cuando a las cuatro de la tarde se hace de noche y llueve, llueve, todo el tiempo frío y viento todo el día, es muy difícil.
Se hizo difícil al comienzo porque extrañaba mucho y extraño mucho todavía, aunque soy una persona afortunada porque mi hermana vive acá y tengo amigos argentinos.
—¿Qué instrumentos tocás y cómo son las clases con tu maestro?
—Toco violín y viola barroca. Vine a estudiar viola barroca, pero el profesor sugirió que tocase los dos instrumentos, así que la escuela me dio un violín ya que no traje el mío, traje solo la viola. Las clases son excelentes, son máster clases cada una, con un alto nivel de experiencia y conocimiento del profesor.
Lo vivo como una oportunidad y un sueño cada vez, pero son online, porque el profesor vive en Italia y no puede venir, no es lo mismo. Igual, es increíble. Estoy cumpliendo el sueño que tenía antes cuando tenía 20 años.
—¿Cuáles son las características de los instrumentos barrocos?
—Primero, hay diferencias con el violín moderno, que es el que conocemos de las orquestas actuales, que difiere en el material de las cuerdas, por ejemplo, porque son cuerdas de tripa de cordero de oveja y en la forma del arco es diferente.
El instrumento fue modificándose y lo que tiene en particular esta carrera de música antigua es la profundización en la interpretación de la música de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Tocamos con instrumentos réplicas de los de esa época. En los arcos particularmente se hicieron muchos cambios y no es lo mismo un arco con el que se toca la música de Vivaldi que de Mozart o Beethoven. Son arcos diferentes porque la reacción física que tiene el arco sobre el instrumento hace que cambie completamente el sonido, que se puede lograr. Estoy en La Meca de la especialización de esta música y estoy muy feliz.
—¿Tocan partituras originales?
—Sí, toda la música que se toca se toca con facsímiles de los originales, manuscritos o de las primeras ediciones. Porque ahí, en esas fuentes primeras hay muchísima información que por ahí hoy en día no se le presta mucha atención.
—¿Por ejemplo?
—Como a esta altura de la historia de la música hay tanto bagaje anterior de la música occidental europea (clásica me refiero), se requiere un nivel de especialización alto para entender el contexto en el que fue compuesta la música. O sea, una sinfonía que fue compuesta en el siglo XVIII fue compuesta por alguien que estudió música de una forma, que vivió en una sociedad, con un bagaje cultural específico. Una cosa que me llama mucho la atención es el uso de la música como un discurso, como un discurso oratorio en el que tiene que haber una retórica detrás con todas sus fuentes filosóficas. Todo forma parte del momento y del universo en el que nació este compositor. Hay todo un lenguaje detrás de cada cosa.
No es lo mismo lo que compuso Bach, ni lo que lo motivó, que lo que compuso Vivaldi; eran diferentes cosas. Cuando te empezás a meter en la profundidad del submundo de esa época es una cosa maravillosa, porque podés descubrir por ejemplo cartas que le mandaba Bach a un alumno y ver por qué compuso tal cosa y cómo hay que tocar esa música. Hay un montón de información que se pasa mucho por arriba en los conservatorios o en las escuelas de música.
También el instrumento original que dice mucho de cómo hay que tocar.  No es lo mismo un violín moderno que un violín barroco.
—¿Ha cambiado la notación musical?
—Ha cambiado. La escritura musical así como la conocemos hoy, más o menos viene del siglo XVI cuando se define el tipo de escritura que usamos hoy; pero hay un montón de información acerca de la articulación de las notas, mucho más específica que a veces se pasa por alto.
Pero cambió y no cambió. Desde los siglos XVI, XVII, la escritura es más o menos igual; pero hubo un momento anterior en el que, por ejemplo, no se escribía con barra de compás, se escribía todo seguido; entonces es muy interesante porque al no haber una barra de compás hay una libertad en la forma de escribir y la forma de leer esa información musical depende totalmente del intérprete. Podés agrupar, o interpretar cinco notas y otro puede agrupar tres y otro siete y tocarlo de esa forma. Lo que te da la barra de compás es una jerarquía de los sonidos.
A veces se tiene la idea de que todo tiempo pasado fue más estricto y más cuadrado en una forma y que la libertad viene más a partir de estas épocas modernas, y en realidad te das cuenta que había demasiada libertad antes, que a partir del siglo XIX se empezó a poner más rígida la cosa. Una de las cosas que me encanta de la música antigua es la posibilidad de improvisar.
—¿Por eso fascina tanto la música barroca a los jazzeros?
—Sí, totalmente. Y hay gente que hace crossover, hace mezclas. Hay un grupo que se llama L’arpeggiata, que hacen una mezcla justa entre jazz, música antigua y casi renacentista. Es fascinante porque más atrás vas, más libre es.
—¿Cómo es el instrumento que tenés ahora? ¿Qué lugar ocupa el violín y la viola en esos ensambles barrocos?
—Los ensambles barrocos son grupos más pequeños, excepto por ejemplo, en la pasión según San Mateo de Bach es para doble orquesta, es para muchísima gente. Pero, en general, las orquestas son pequeñas, de diez personas como máximo, a diferencia de  una orquesta sinfónica o filarmónica, que puede tener ochenta músicos en escena. Eso también genera un espacio de creatividad y de unicidad; es decir que en una orquesta sinfónica sos parte del todo, como si fueras un trabajador de una fábrica, sos un operario más de una gran maquinaria que tiene su encanto, por supuesto, del trabajo en equipo y el poder unificar el sonido dentro de una orquesta, esa es la búsqueda.
Lo que me llamó la atención son los ensambles pequeños por la posibilidad de dejar tu huella o por la posibilidad de ser un intérprete más que una masa. Eso está en uno, en la música y en la carrera que quiere, la decisión de ser solista o de ser parte de ensamble pequeño o de orquestas.
El instrumento que elegí en principio fue el violín, pero después me mudé hace una viola porque me atrajo el rol de la viola en los ensambles. El rol de aglutinador de sonido y timbre aglutinador de los violines y de los chelos, que son los extremos.
—¿Estás trabajando algún compositor específicamente, cuál?
—En este momento estoy trabajando música del período francés barroco francés que el compositor se llama Jean Marie Leclaire, un gran compositor de la música de violín, creo que es el más importante de la música francesa.
En particular la música francesa tiene un apartado dentro de la música antigua, es una institución en sí misma porque la forma de ejecución es diferente a lo italiano y a lo alemán. Desde su tradición musical que viene de la época de Luis XIV y de su compositor de corte que era Lully, son una corriente artística diferente que el resto de Europa. Por supuesto siempre marcando la tendencia como en todas las áreas del arte. Lo que pasa en Francia después se copia en todas las otras demás cortes y los demás países. Ellos son los pioneros de las tendencias artísticas y en la música no es la excepción.
—¿Hay algún compositor que te guste y que no necesariamente estés trabajando ahora?
—Voy por un clásico que nunca falla, pero que en verdad es lo máximo: Johann Sebastian Bach. Me gusta desde la primera vez que lo escuché y no tenía ni idea lo que estaba escuchando.
Desde que empecé a los 9 años hasta ahora que tengo 35, me doy cuenta que es un universo inagotable, porque no es solo que suene bien desde un nivel de análisis básico y muy superficial, sino que hasta el nivel compositivo es bueno, la maestría con que él compone, y no solo eso, sino todo lo que hay detrás, está hecho con una firme convicción espiritual que tenía su religión protestante, que no es la mía.
Cuando empezás a entender su música te das cuenta de cómo cada cosa que componía, era una ofrenda espiritual.
—Trasciende lo religioso y formalizado.
—Sí, totalmente, no estoy hablando solo de religioso, sino como espiritual; como una atmósfera todavía más grande. Y me pasó algo: uno de los últimos conciertos en vivo que hice en Buenos Aires en el 2019 en el CCK. Tocamos con una orquesta de música antigua “La Pasión según San Juan” de Bach, y mientras tocaba el primer número, el comienzo de la pieza, me puse a llorar. Increíble que después de tantos años uno puede permanecer un poco indiferente, que es difícil que te conmueva demasiado como la primera vez, pero con esa pieza me pasó que mientras la estaba tocando me emocionó porque sentía cómo es la voz que tocaba, que era la de la viola, obviamente con orquesta y coro, era la filigrana, el hilo dentro de un tejido; el ser parte de un todo, pero una parte tan hermosa dentro de una obra tan hermosa y tan profunda fue una emoción mezclada con alegría y con llanto, al mismo tiempo. El nivel de conmoción que tuve me hizo dar cuenta también, una vez más, como siempre me pasa con él de lo infinito que es.
—¿Cómo recordás a esa nena que tomaba el colectivo, se iba a la avenida Armenia y que iba al Instituto de Música de Corrientes?
—Una de las cosas que me viene mucho la cabeza siempre es esa nena que iba a tomar el colectivo jamás imaginó que el amor por la música y el deseo por aprender la llevaría a hacer todo lo que hice en estos años, grandes, pequeñas cosas, pero todas actividades que me hicieron muy feliz.
Uno no sabe que detrás de cada chico que empieza a tocar un instrumento hay una posibilidad, una proyección feliz de esa persona o cómo le puede cambiar la vida esa pasión. Lo digo porque estoy estudiando en un lugar muy bueno y soy muy feliz por eso.
Estudiar música me cambió la vida, como me cambió la vida el hecho de que mis padres, con la poca formación que tenían a nivel académico confiaron en que eso era algo bueno para sus hijos y eso me conmueve. La música fue el hilo que me condujo y del que no quiero jamás salir, porque es el sentido de mi vida.

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