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Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Las primeras bicicletas que se introdujeron en nuestra ciudad a comienzos del S.XX eran toda una novedad. Muy pocos tenían automóviles, solo los ricos, pero los más encumbrados mantenían sus carruajes tirados por caballos y cocheros con galeras, lo que duró hasta la prohibición de circulación que los redujo, pero no los suprimió como a ojos vista tenemos en la zona urbana.

Con la aparición de la bicicleta, la clase media y baja podían desplazarse en mayores extensiones, con ello nacieron los negocios de venta de las mismas, sus repuestos y generó la necesaria existencia de los profesionales que las repararan, así nacieron los “bicicleteros” que se expandieron del centro a la periferia con el crecimiento de la ciudad.

En un terreno baldío ubicado en la esquina de Rivadavia y Brasil se instaló como vecino del barrio un señor conocido como el “Gordo” quien con sus propias manos construyó un galpón de madera, lo techó y se instaló con su familia en el fondo. Hombre de trabajo y atento era el nuevo vecino, quien reparaba bicicletas, desde una goma pinchada hasta alinear una rueda, soldar un cuadro, reparar platos y cadenas.

Como relatamos en otro lugar, la esquina de su predio tenía un enorme paraíso que daba sombra al patio. Muchos en el barrio afirmaban que veían sombras y sujetos fulgurantes en ciertas noches rodear el paraíso, por si acaso nadie pasaba por allí con la oscuridad, la muchachada del barrio que se reunía debajo de su sombra a la mañana, de noche nunca jamás, lo hacían enfrente, en otro baldío lo más lejos del paraíso embrujado afirmaban. 

Esos rumores llegaron al “Gordo” quien como se ha dicho, en una noche de mucho frío elegida a propósito, derribó el paraíso, excavando solo, sin presencia alguna y ayudado por la calma cómplice que le brindaba el clima de oscuridad helada, a sabiendas que sus vecinos dormían.

En la excavación sacó una tinaja de regular tamaño, con cuidado trasladó su hallazgo al galpón, la colocó dentro de un pozo hecho al efecto con una tapa de hierro.

Al volver al lugar para tapar el pozo, unas sombras blancas lo observaban alrededor del hoyo, el hombre cree o le pareció escuchar que emitían un gemido de ultratumba, que con el frío le pusieron los pelos de punta, unos ojos se encendieron en brillante rojo por un instante y desaparecieron introduciéndose en el pozo, el Gordo se frotó los ojos, superada la sorpresa y el tremendo susto el bicicletero procedió con premura a rellenar el pozo, colocó un poste como mojón de su propiedad.

Al día siguiente, la explicación que brindaba a los curiosos vecinos era que juntaba muchos bichos y como estaba inclinado hacia la calle temía que produjera algún accidente, además necesitaba leña para calentar su frío hogar. 

A la noche del día siguiente, ya más tranquilo y descansado, procedió con todo cuidado a abrir la tinaja de barro cocido, al sacar el tapón, sus ojos se centraron en la cantidad de monedas de oro y plata que impactaron en su ánimo y lo convirtieron en otro ser, un haz de luz con rojos brillantes dio un giro a su alrededor. 

Un tesoro fabuloso. En diversos lugares del interior y de la ciudad de Resistencia fue vendiendo el oro y la plata, poco tiempo después comenzó la construcción de una casa de material al lado del viejo galpón, nadie dudaba que encontrara un entierro. 

Su capacidad económica cambió totalmente, nueva casa, vehículo de último modelo, viajes, le permitieron al bicicletero gozar de una vida que nunca imaginó, al menos por un tiempo.

Las figuras transparentes que observó al momento de extraer el tesoro, lo visitaban de tiempo en tiempo, las alejaba con velas, que le recomendó una vieja hechicera de villa Basura. Tomó por rutina trabajar más de la cuenta, sus jornadas eran cada vez más largas y no podía dejar de trabajar pese a las quejas de su familia.

Una noche soñó, o probablemente estuvo despierto, cuando escuchó a uno de los espíritus que con voz de ultratumba le susurraba que su castigo era morir trabajando para pagar la deuda con el cuidador del tesoro, para terminar con una larga risotada. 

Cambió su domicilio, se trasladó a la calle 3 de Abril, e instaló una bicicletería de primer nivel en un local recientemente construido. La enfermedad se apoderó de su cuerpo, aun así no dejaba de trabajar, apenas respiraba pero no podía abandonar la labor, en noches frías se despertaba y escuchaba una carcajada. Murió en su ley, en su lugar de trabajo en plena actividad, gritando: “-¡la risa, la risa ella me llama!”

En la casa sus sucesores, hasta hoy, en ciertas noches escuchan ruidos de la sierra, o llaves que mágicamente no existen, el girar de ruedas de bicicletas, cuando bajan a mirar el salón, hoy desocupado, no ven nada pero están convencidos de que el espectro del “Gordo” o su espíritu sigue trabajando, el castigo del cuidador del tesoro continúa cobrando su deuda, también se escucha una risa escabrosa. 

Algunos vecinos afirman que ven a su extinto vecino pasar acompañado de sombras blancas, que al mirarlas arrojan al aire un grito furioso y un fulgor de rojo que ilumina la oscuridad.

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