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Un Chevrolet de 92 años que espera volver a vivir

Restaurado por un prócer del conservacionismo automotriz como en vida fuera Jorge Vertiz, el auto duerme en su garaje hace más de un año. Espera ser resucitado por un nuevo dueño y para hacerlo posible viajamos a Paso de la Patria. Aquí la historia. 

José Luis Zampa

Un auto antiguo que permanece dormido a lo largo del tiempo, aunque se halle en perfectas condiciones de conservación, representa para los amantes de este tipo de tesoros históricos una verdadera pena. En esas condiciones nos reencontramos con el Chevrolet 1930 que fuera restaurado a nivel de concurso por un mecenas del conservacionismo automotriz como fuera en vida don Jorge Vertiz.

Amigo entrañable de quien esto escribe, Jorge recuperó a lo largo de su vida numerosos vehículos y motocicletas añosos, entre ellas la famosa chatita del Club de Autos Clásicos de Corrientes. Su disfrute no sólo pasaba por conducirlos o lucirlos en alguna exposición, sino por reconstruirlos desde cero. Incluso en casos extremos como el de la coupé Ford 1937 que rescató de un gallinero, en pedazos, para convertirla en un señorial exponente de la pasión por los clásicos.

El Chevrolet que aparece en esta página fue la última obra de Jorge Vertiz, quien partió a dimensiones etéreas en medio de la pandemia, con la satisfacción de haber terminado un vehículo de la era vintage cuyo valor intrínseco reside en el hecho de que es un eslabón medular del progreso técnico de la General Motors Company: fue el primer Chevrolet equipado con motor de seis cilindros, con lo cual la compañía norteamericana se puso a la vanguardia evolutiva de aquellos años, aventajando a su gran rival Henry Ford.

El auto en cuestión, pintado en azul noche con guardabarros negros y capota caqui, (confeccionada por artesanos santafesinos a la usanza de principios de siglo pasado) espera desde hace un año por alguien que se anime a sus comandos, a sentir las increíbles sensaciones que un auto centenario puede brindar en paseos, caravanas o incluso como medio de locomoción en situaciones de la vida actual. No digamos en el afiebrado tránsito urbano, pero sí para ir a comprar el pan en un comarca de calles tranquilas como Santa Ana o Riachuelo, tan amigables con el ritmo parsimonioso de estos dinosaurios mecánicos.

A eso fuimos con Andrés, un amigo de la vida que hace tiempo intenta cumplir su sueño de tener un vehículo de otros tiempos, a fin de tomar contacto con el Chevrolet en Paso de la Patria, un recinto que fue el paraíso terrenal de Jorge, todavía lleno de recuerdos. Hernán (encargado de la puesta en marcha) llevó a cabo los prolegómenos: retiro de las fundas protectoras, nafta, agua al radiador, batería e ignición. Al primer intento se comprobó que algo andaba mal, pues el motor de arranque sonaba lerdo.

“No tenemos carga muchachos”, fue el acertado diagnóstico. Amigos del mundo de los fierros, en el corralón más conocido del Paso, aportaron un acumulador extraído de un Ford Sierra XR4, pero fue en vano. El Chevrolet no quiso arrancar, o mejor dicho: los integrantes de la misión fracasamos en nuestro intento.

Varias razones pueden alegarse para el intento fallido de esta primera vez entre Andrés y el Chevrolet 30. El esplendoroso doble phaeton que fuera restaurado hasta en sus más mínimos detalles en un taller especializado de Tostado (Santa Fe) no se dejará conquistar así nomás.

Habrá que volver con batería nueva y con mejores estrategias. Puede que si lo logramos, el último auto del querido Jorge vuelva a la vida de la mano de otro apasionado por estos sobrevivientes de acero. Cerramos este informe con un ruego pagano: que los dioses de los buenos deseos hagan posible una nueva vida para tan preciado automóvil. Liberarlo de su encierro será justicia.

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