José Luis Zampa
Charles de Tornaco, Helmuth Koinigg, Tom Pryce, Henry Surtees, Ayrton Senna, Jules Bianchi. De estos seis nombres, solamente uno es masivamente conocido en razón de los inigualables logros deportivos del multicampeón brasileño, pero todos ellos se encuentran unidos por un hilo conductor de sesgo trágico: murieron mientras conducían un automóvil de competición, como consecuencia de graves lesiones en la cabeza.
¿Qué hubiera pasado si los accidentes que les costaron la vida a estos pilotos hubiesen ocurrido en la actualidad, con las medidas de seguridad que hoy caracterizan a los autos de Fórmula 1? El ejercicio fantástico de una retrospectiva imposible no es más que una licencia literaria pero permite un pronóstico hermoso: todos ellos saliendo de sus habitáculos con algunos magullones, pero en uso de sus atributos físicos. En otras palabras, tan ilesos como el chino Guanyu Zhou en el reciente Gran Premio de Inglaterra.
El vuelco y posterior deslizamiento invertido del Alfa Romeo conducido por Zhou en Silverstone, el domingo 3 de julio, demuestra la eficacia providencial del halo protector que desde la temporada 2019 equipa a las máquinas de la máxima categoría. El dispositivo que en su momento fue cuestionado por restarle estética a los autos e incluso por impedir la rápida identificación de los pilotos (al dificultar que se observe a primera vista la decoración de los cascos) demostró que es indispensable para preservar la integridad física del conductor ante situaciones como las que padecieron otros profesionales de este deporte en el pasado.
Los casos citados al principio de este informe así lo testimonian. Comenzando por el joven Charles de Tornaco, un piloto de Bruselas que en el cuarto gran premio de su breve trayectoria capotó con su monoplaza de la escudería L’Ecurie Francorchamps, un equipo que él mismo había ayudado a crear. Fue en el GP de Monza, en 1953, en tiempos de altísimo riesgo para los corredores de Fórmula 1 y en el mismo circuito donde el argentino Juan Manuel Fangio casi pierde la vida un año antes.
Helmuth Koinigg es sin dudas el infortunado protagonista del accidente más truculento de la historia de la Fórmula 1. Fue en el GP de Watkins Glenn, Estados Unidos, cuando su monoposto de la escudería Surtees se fue de pista en un curvón hasta traspasar los guardaraíl de chapa. A unos 270 kilómetros por hora, el auto abrió una brecha entre las vigas que, al doblarse por el golpe, oficiaron de guillotina y decapitaron al piloto. Fue en 1974 y la escena puede verse en una recreación de la película “Rush”.
Tres años más tarde, el galés Tom Pryce enfrentó consecuencias similares cuando su compañero de equipo en la escudería Shadow, Renzo Zorzi, se detuvo a un costado de la pista con fuego en el motor. Para asistirlo, dos auxiliares cometieron el error de cruzar el asfalto. Uno de ellos llevaba un enorme extinguidor y fue embestido por Pryce. El ayudante murió en el acto, al igual que el piloto, quien sufrió el impacto del matafuegos en la frente. El auto siguió sin control, acelerado al máximo, hasta embestir las protecciones de la siguiente curva, con el pobre Tom desnucado.
Conocido es el triste final de Ayrton Senna en Imola 1994. Aquel 1 de mayo su Williams impactó contra la curva de Tamburello, con tanta mala fortuna que una pieza de la suspensión golpeó su cabeza y atravesó su casco. ¿El halo lo hubiera salvado? Sin dudas que tal elemento no es infalible, pero sin dudas el querido tricampeón brasileño hubiera tenido más chances de salir con vida de aquel episodio.
Ya en 2009 una tragedia insospechada tuvo lugar en la Fórmula 2, durante una carrera disputada en el circuito británico de Brands Hatch. La joven promesa del automovilismo Henry Surtees (hijo del campeón de F1 y de motociclismo John Surtees) recibió el tremendo golpe de una rueda desprendida de otro auto que venía volando. El neumático dio de lleno en la cabeza de Henry, quien perdió la vida horas después como consecuencia de graves traumatismos de cráneo.
Cierra este repaso de accidentes mortales el caso del francés Jules Bianchi, quien sufrió en el GP de Japón 2015 una colisión devastadora al embestir una grúa que se hallaba al costado de la pista. El Marussia del joven piloto galo siguió de largo a 300 kilómetros por hora y se metió debajo del contrapeso macizo de la maquinaria, lo que le produjo lesiones irremediables en su cabeza.
Recién en 2018 la FIA presentó el arco de titanio denominado halo, con el que se protege la cabeza de los conductores. El sistema se implementa en forma obligatoria desde 2019, no solo en la F1 sino en otras categorías del automovilismo mundial. Esta barra semicircular resiste nada menos que 12 toneladas, pesa solamente 9 kilos y es la diferencia entre la vida y la muerte para muchos pilotos.