¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

El espectro de Manuel Belgrano

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”, de Moglia Ediciones.

Domingo, 05 de noviembre de 2023 a las 00:00

En una larga travesía tortuosa entre caminos agrestes y bañados, el carruaje crujía en cada pozo que encontraba, el miembro de la primera Junta de gobierno don Manuel Belgrano avistaba los arrabales de la ciudad de Corrientes, los ranchos precarios y huertas anunciaban al caserío pretencioso, con varias iglesias, precarias, pero iglesias al fin. 
El hombre que cargaba sobre sus espaldas la derrota de la recién nacida república, en la batalla con los paraguayos, esta vez volvía a buscar la paz; desde la ciudad de Vera debía trasladarse a la ciudad madre de la Asunción, pero debía esperar que los rebeldes guaraníes, hermanos de sangre de los correntinos, le den el pase para poder dirigirse a su destino. 
Su arribo estaba anunciado desde hacía días, las familias importantes de la ciudad se preparaban a recibirlo, algunas con alegría por ser partidarios de la revolución, otras con sigilo por su fidelidad a la corona española, pero en fin, servía para romper la larga monotonía de la vida del rancherío, sumido en la ignorancia y el silencio sepulcral de la vida colonial poblada de fantasmas y aparecidos, en que clérigos la mayoría de ellos de escasos recursos intelectuales, con vida licenciosa pretendidamente oculta, conocida hasta por el último esclavo e indio de la urbe, predicaban demonios y centellas por todas partes. 
El porte de fina educación del general, le permitía absorber la primera impresión de tanta pobreza y dejadez de la ciudad anfitriona, aguas servidas, calles mal trazadas, casas de materiales pobres, salvo unas pocas que alcanzaban algún nivel de construcción. 
Inmediatamente fue alojado convenientemente. A partir de su instalación recibió de los correntinos, fieles e infieles, patriotas y sarracenos, atenciones y cumplidos. 
Así recorrió la casa de los Molina, Martínez, Durand y tantos otros. De buena presencia y educación esmerada, su comportamiento resultaba ejemplar, pero era un hombre hecho y derecho, y las largas horas que la espera le imponían en este rincón de la Patria, las ocupaba en leer y recorrer las calles caminando, observando y hablando con quienes se cruzaba, a veces solo, otras, acompañado. 
Sin embargo un flechazo misterioso en los primeros días le dio fuerte, una mañana en que se dirigía al Cabildo por la calle Rioja (actualmente) en la esquina con la Quintana (actual) lado oeste, sobre un cerco de palos a pique y enredaderas floridas, vio a una bella joven cuyos hombros descubiertos le llamaron la atención, se paró para observarla, ella estaba enfrascada en labores de la huerta, su cabellera caía desordenada hacia adelante, cuando de pronto por instinto advirtió que la miraban, se irguió altiva y enfrentó los ojos del porteño del cual tanto hablaban, sus ojos azules se cruzaron con el visitante, al instante se desató un temporal de afectos no comprendidos, quedó paralizada, como él, que tampoco comprendía qué le pasó. Ella no dijo nada, solo se dirigió al naranjo y extrajo una fruta dorada como el sol y obsequió en silencio al misterioso porteño, el que turbado extendió sus blancas manos para recibir el obsequio que venía en manos morenas curtidas por el sol correntino, que dora la tierra fecunda del suelo guaraní. El extranjero dijo su nombre, -soy Manuel, ella melosa, respondió -soy Marta, entre tanto el caballero pelaba la naranja para extraer de ella el néctar de su contenido, que le resultó el más exquisito que hubiera consumido hasta ahora. 
Quedó sellado ese día un amor que duraría hasta la eternidad, no fueron las palabras, fueron las miradas cruzadas las que se entrelazaron con la fuerza de un rayo en la tormenta. 
Momentos después el embajador de la Junta, fue invitado por la joven a pasar a la casa, cuya galería protegía del sol a los caminantes. Los azorados padres de la joven de 18 años, recibieron con respeto al encumbrado personaje, ofreciéndoles agua fresca y frutas. Se sentían honrados con la visita de quien era conocido por su bravura contra los paraguayos. 
A partir de entonces, los días que estuvo Belgrano en Corrientes, siempre anduvo con Marta y acompañados de un sacerdote joven franciscano chaperón, amigo de la familia, que tenía más de cómplice que de clérigo. 
Recorrieron las calles de día mientras reinaba el sol, a veces las obligadas visitas de noche, siempre con el sacerdote a cuestas, el que sigilosamente en los momentos oportunos, desaparecía el tiempo necesario para que el porteño y la correntina, tuvieran su momento de privacidad y felicidad consagrada. 
Así pasaron los días entre paseos, reuniones oficiales y privadas, el corazón de la morena mestiza de ojos azules quedó embargado por el amor del visitante. Fueron testigos los añosos árboles, las ventanas entornadas de la ciudad aldea, iluminadas con cirios, candiles de aceite y velas de sebo, los jazmines, azahares, lapachos y cuanta 
flor engalana la ciudad de Vera, sus calles arenosas o fangosas según la zona, conservan la huella de la pareja, las paredes de los caserones que rodeaban la plaza absorbieron las palabras y risas de ambos. En su periplo visitaron las iglesias y sus cementerios, ella le ilustraba sobre los vecinos, sus actividades agregando comentarios risueños y no tantos de sus conductas. 
En una ocasión Marta le pidió a su Manuel, que la acompañara a la casa de su abuela ubicada al sur, en lo que hoy es Moreno y Salta, cruzaron el arroyo Salamanca 
por un puentecillo de madera precario. La anciana los recibió con el orgullo de quien es visitada por un personaje que figuraría en los libros, como lo dijo de inmediato. Observó atentamente a su egregio visitante, sin reserva alguna expresó: -Vuestra Excelencia, usted le hará sufrir a mi nieta, pero está escrito manté. Jure que volverá, haciendo una pausa que sorprendió a los tres visitantes, -jure que volverá porque deja su semilla en esta tierra. El sacerdote quiso intervenir con palabras de estricto corte religioso, pero la abuela insistió. El visitante, aclarando a su amigo franciscano que conocía de Salamanca secretos esotéricos, dijo: -juro, volveré vivo o muerto por mi Dios y por el suyo, ambos derraman bondad, afirmó complaciendo a la anciana, que esbozó una dulce sonrisa en su mirada piadosa, quien contestó: -Así sea. Dicho esto, convidó a su ilustre visitante un trago de caña de su propio alambique, el que explotaba con la ayuda de unos indios amigos que desde el patio observaban al extraño caballero. Luego con la lentitud de los años, tomó su bastón de madera de lapacho, se irguió y bendijo a la pareja, ante el azorado sacerdote. Les tomó de las manos y en guaraní rezó una antigua plegaria milenaria, transmitida de generación en generación en la familia fundacional. En la despedida, apartó a Manuel y lo llevó hacia un laurel negro que se encontraba en su patio generoso, en voz baja le susurró, -no vas a volver vivo chamigo, vendrá tu espíritu solamente a visitar tu simiente y le entregó un objeto de plata para que lo acompañara donde fuera. Se despidieron con mucho afecto. 
El tiempo es tirano, tiene por costumbre correr y correr, así pues, llegó el día de la despedida, el llanto ahogó a Marta entre los brazos de su amante, Manuel prometió volver, en un momento de éxtasis le expresó: -Volveré vivo o muerto, pero volveré, como lo juré, me lo enseñaron en Salamanca, como un secreto bien guardado. 
La historia posterior es conocida, el general anduvo por diversas tierras, viajó a Europa y después de muchos derroteros fue a morir pobre y olvidado en su Buenos Aires natal, enterrado con el hábito de los dominicos, en una humildísima tumba. 
Marta se trasladó al campo de sus padres, donde vivió durante muchos años, nunca se casó, su amor se fue con la Patria, no podía competir con ella. 
Pasados muchos años volvió a la ciudad con arrugas en la frente y las canas ondeando entre los rizos de la cabeza, se instaló en la vieja casona de Rioja esquina Quintana, con un muchacho de tez blanca y ojos claros al que llamaba Manuel, él madrina, eran inseparables, la sociedad colonial sabía perfectamente de dónde provenía Manuel. 
Marta recibía correspondencia desde distintos puntos del territorio, el remitente tenía diversos nombres, pero la letra era la misma, los vecinos expertos en chimentos vociferaban, llegó carta del general, entre sonrisas picarescas. 
Pasaron los años y la vida se le fue al porteño y a la correntina, como es propio de la naturaleza, sólo quedó la casa, testigo de encuentros furtivos y no tantos. 
En la actualidad quien transita por la calle Rioja, durante las noches correntinas, sin darse cuenta ve pasar a una pareja de animada conversación, cuyos rostros no se distinguen, lo llamativo son sus vestimentas, ella a la usanza de antaño lleva vestidos largos, él una capa con el hábito dominico. Algunos piensan que son actores de teatro, pues es sabido que el teatro Vera queda en las inmediaciones, pero no lo son, son los espíritus de Marta y Manuel, los dos fantasmas que transitan las mismas calles correntinas como antaño, cumpliendo un juramento, lo que si llama la atención es un reluciente objeto de plata que cuelga de uniforme eclesiásticos del hombre. Las figuras se desvanecen en la esquina de Rioja y Quintana, otras veces en la Casa de los Martínez, otros aseveran que vieron a la extraña pareja en la casa de los Molina donde se perdieron en el umbral, así se suman avistamientos en la ciudad moderna, usurpadora de la colonial que va perdiendo sus pocos vestigios. 
Se cumplió la profecía, volveré aún después de muerto y lo hizo. 
Los que habitamos muchos años por diversos motivos la calle Rioja, estamos habituados a ver pasar en alegre armonía de susurros cantarines, a la pareja de Marta y Belgrano. 
El hijo de ambos fue un gran hombre de Corrientes, ocupó diversos cargos de gran importancia. Manuel cuando concurría al club Progreso donde afirmaba entre brindis y brindis, que él no estaba sólo porque lo acompañaban aparte de su familia actual dosespíritus que lo protegían, los llamaba mis ángeles custodios, se refería a su madre Marta y a su padre Manuel. 
Se conocía en la ciudad entre corrillos y chimentos que inclusive, ya entrado en edad mantenía correspondencia con sus medio hermanos, Manuela Mónica reconocida expresamente por su padre, y Pedro Rosas Belgrano, militar y hacendado del sur de la Provincia de Buenos Aires, recibía cartas en las que su contenido eran prudentes, evitando un reconocimiento expreso, como era costumbre de la época, incluso se afirmaba que se conocieron en la ciudad puerto de Buenos Aires. 
Yo que suelo ser versado en estos menesteres respondo, Belgrano estuvo y está en Corrientes paseando por sus calles y al que no lo crea, pues hágalo. 

Últimas noticias

PUBLICIDAD