De antiguo los seres humanos imaginaron diversos sistemas de acercarse a sus dioses, con ofrendas, rezos, cantos, bailes y otras formas de expresión. La llegada de los cristianos al universo conocido prometía bondad, respeto y amor. No se ha dado nada de ello, los odios ancestrales se profundizan, un ejemplo de ello es el pueblo judío, perseguido por mil distintos bulos con el objeto de hacerlos desaparecer, matanzas en nombre del mismo
Dios existen a montones en la historia.
La ciudad de Corrientes no escapa a las creencias que importadas del viejo mundo y aprendidas de éste continente americano, mixturadas para bien o para mal, añadieron condimentos nuevos a la ensalada de confusión.
En éstos términos se explayaba un sacerdote humilde de la parroquia Santa Rosa cuando llegó a su destino, recién recibido de sacerdote tenía en sus alforjas mucho amor para dar, pero pocas monedas para limosna.
Las gentes que encabezaban la lista de los cercanos a la iglesia eran los de mayor categoría social, los demás, a las parroquias pobres de los barrios no vaya a ser que ensuciaran el lugar mostrando hilachas de carencias.
Con el invento del purgatorio en el medioevo por los católicos, todos podían ser salvados de la condena eterna, por más malo que haya sido, si era enterrado en sagrado mejor. Qué significaba y significa, enterrado en una iglesia o cementerio de la iglesia, no en enterratorios laicos
sin la protección de Dios. De allí la costumbre de ser enterrados en lugares consagrados, los humanos que acomodados con el poder clerical y político logran burlar la prohibición de enterramientos en la ciudad en templos.
Hay muchos que lo lograron, obispos, y poderosos.
En la vida, una conocida familia, trató mal a sus sirvientes esclavos, a la gente que trabajaba sus campos extensos llenos de riqueza, pero poblados de humanos en la más supina pobreza, apenas un rancho como ocupante y trabajo de sol a sol para pagar el magro plato de comida de éstos infelices.
Por eso cuando llega la hora aproximada de partir se desesperan, porque en el libro de la vida su balance es negativo y seguro que el demonio los arrastrará hacia las profundidades del sufrimiento, convirtiéndolos en almas en pena. Ante tamaña perspectiva horrorosa, por cierto, pagar un precio no tiene importancia, más cuando hay plata suficiente hacia la poderosa curia.
Don Isidro era un buen sacerdote, de esos que ayudan a los necesitados, gentil y respetuoso por eso nunca ascendió a ningún cargo que no fuera cura de parroquia.
Por razones de parentesco hablaba con la matrona, como dan en llamarles los colonialistas a las mujeres poderosas, aconsejándole que construya un barrio que lleve su nombre, o un hospital como Juan Francisca Cabral o Ángela Llano.
-No, respondía la mujer, será para la iglesia. Así donó un terreno que comienza en la calle Julio y termina en la calle Pellegrini, ambos entre Santa Fe y San Lorenzo.
Sobre la calle Pellegrini mandó construir una iglesia, rica y ostentosa, la dotó de lo mejor, con mármol de carrara, imágenes antiguas Jesuíticas obtenidas vaya uno a saber cómo, pero como contrapartida exigió que ella y sus parientes fueran enterrados en una Cripta construida dentro dela misma iglesia.
El arzobispo ni lerdo ni perezoso ante tamaña fortuna, movió cielo y tierra para conseguir la autorización de meter muertos en el lugar con tal de recibir la herencia.
Así de confronte con tanta miseria nació la iglesia Jesús de Nazareno, con una cripta donde se hallan los cuerpos de los que esperan ir a los cielos, no por su bondad terrenal sino por su generosidad mortuoria.
Esa lúgubre y oscura cripta genera crispación en algunos creyentes de buena fe, se escuchan ruidos, quejidos y llantos. En noches tormentosas o serenas sombras siniestras pasean por los jardines detrás de rejas altas, mujeres de harapos con niños transparentes que gritan de hambre, ancianos que mendigan por el amor a dios.
Un sacerdote joven que se incorporó a la grey, ante lo escabroso del escenario habló con el anciano sacerdote Isidro, del mismo apellido de los enterrados en la iglesia en pleno siglo XX. Isidro compasivo le recomendó que pidiera su traslado a una capilla humilde, donde no haya tanta ostentación, diciéndole a boca de jarro: -Los que vivieron mal la vida no pueden pretender el beneficio de la buena muerte, chamigo, sus almas flotan en limbo o purgatorio o donde sea, pero que no descansan te aseguro. La cara del joven sacerdote era color cera, los dichos del anciano y afable colega le confirmaron que no estaba loco, que lo que vio en la cripta no fue su imaginación, los mendigos, las mujeres con niños, todos llorando ante los féretros y paseando por los jardines y la iglesia misma existían.
Una mañana partió hacia el interior con destino a una capilla, siguiendo el ejemplo de un carpintero que predicaba el amor, la solidaridad, la bondad, que satisfacía el hambre multiplicando panes y pescado, prometiendo un mundo mejor, prohibiendo que le hagan templo y que lo adoren.
Isidro el buen sacerdote antes de morir se confesó con otro de igual factura y le dijo: -Te voy a dejar chamigo, el pescador vino a buscarme, cuando advirtió mi julepe me expresó: -Por qué Isidro buscas entre los muertos a quien está entre los vivos. Era el fantasma de Jesús chamigo, aunque no me creas. Murió con una sonrisa en los labios, su tumba en un humilde cementerio de pueblo tiene la característica, que sin que nadie la cuide siempre sobre ella crecen bellas flores de las más variadas.