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/Ellitoral.com.ar/ Sociedad

El cuento de los autos eléctricos

¿Qué no contaminan? ¿Qué son puros y limpios? Los autos eléctricos están promovidos por un sector industrial que intenta instalar un monopolio de esas tecnologías, pero la realidad indica que no son todo lo que dicen ser y que hasta la esclavitud forma parte de la cadena de negocios que deriva en la fabricación de estos vehículos amigables con el ambiente. 

n El mundo de los autos tiene, al menos en los países desarrollados de Europa, una fecha sentencial que inquieta a los usuarios en general y a los amantes de la mecánica en particular. Ese punto concreto y aparentemente definitivo del almanaque dice que a partir del año 2035 los países de la UE dejarán, para siempre, de producir vehículos con motores térmicos.

Para miles de aficionados, esta decisión de los países comunitarios basada en el criterio ambientalista de líderes mundiales como Francia, Alemania e Italia, la determinación drástica de “matar” a los autos alimentados por combustibles fósiles significa el fin de una pasión conectada a la esencia de los motores de combustión interna con todo el folklore que rodea a la tradición de cargar nafta, acelerar, disfrutar de determinados sonidos y desplazarse en libertad plena.

Ante la desazón que esa decisión ecologista implicaría para tanta gente, esta columna llega para depositar una cuota de esperanza que pasa por la revisión de tal medida. Las automotrices exploran distintas alternativas al automóvil eléctrico a partir de una serie de inconvenientes que desnudan la debilidad argumental con la cual popes de la industria como Elon Musk presentan a sus productos como salvadores del ecosistema.

Musk, dueño de Tesla, fabricante de los eléctricos más famosos y una de las compañías que mayor cotización alcanzó en los mercados financieros, instaló la idea de que sus autos son completamente limpios y no contaminan un ápice. Falso. Los eléctricos sí contaminan y en muchos casos, si hacemos bien los números, puede que lo hagan más que los vehículos a explosión.

La principal objeción que recae sobre la electrificación total del parque automotor mundial (el deseo orgásmico de Musk para aumentar exponencialmente sus ganancias) es el problema de la generación. No hay suficiente energía eléctrica procedente de fuentes renovables para abastecer las baterías de los autos con motorizaciones de emisión cero. Esto es: los autos al funcionar no producen gases contaminantes, pero el proceso que se pone en marcha para hacerlos funcionar sí lo hace.

Estamos ante un caso de contaminación indirecta. Varios países europeos como es el caso de Polonia y, a partir de la guerra, la propia Ucrania, generan electricidad quemando carbón mineral. Lo mismo pasa con China, que se nutre de energía con el mismo método, considerado el más sucio de todos, ya que inunda de partículas nocivas el aire que respira la sociedad en su conjunto.

El otro gran problema de los eléctricos pasa por los insumos que utilizan para fabricar las baterías que alimentan sus motores. El cobalto es uno de esos materiales y se extrae en la República del Congo mediante mano de obra reducida a la esclavitud, a costa del sufrimiento y la muerte de miles de personas anualmente. El principal comprador de ese cobalto es el Gobierno de China, que distribuye por medio planeta sus baterías para poner en movimiento los autos que tranquilizan la conciencia proambiente de usuarios catequizados por un marketing falaz.

Esa estrategia de comunicación que permitió instalar la idea de que la única alternativa para cuidar el ambiente es erradicar a los automóviles a combustión de las ciudades no tiene en cuenta que las principales fuentes de distorsión se encuentran en las plantas productoras de baterías e incluso en los yacimientos de litio, donde quedan residuos sin tratamiento que se pueden ver en los salares el norte argentino o el sur boliviano.

La realidad es que los eléctricos sirven para las ciudades más densamente pobladas, pero para distancias cortas que no impliquen la urgencia de recargar en plana ruta. Porque ese es otro tópico dudoso: con un eléctrico el conductor no puede salirse de la ruta programada en razón de una autonomía sumamente limitada, dependiente de los centros de repostaje conocidos como “supercargadores”.

Desviar el camino, sufrir una situación de alta o baja temperatura (que obligue a encender calefacción o aire acondicionado en un eléctrico) implica el riesgo de quedarse varado con carga cero y sin enchufe. Con el agravante de que ni siquiera es posible recibir la ayuda de algún buen samaritano que done unos litros de combustible.

¿Cuál es el dato esperanzador? Hay varios, pero a fin de concentrarnos en los puntos más concretos diremos que en el sur de Chile el grupo Volkswagen fabrica desde hace año y medio nafta sintética. Es decir, un combustible líquido que no tiene origen fósil (prescinde del petróleo) y cuya gran virtud es que genera emisiones neutras ya que libera la misma cantidad de dióxido de carbono que se utilizó para fabricar ese carburante.

El otro dato esperanzador es que Toyota anunció que no respetará la decisión europea de dejar de fabricar motores térmicos. De hecho, confirmó que después de 2035 continuará produciendo autos a explosión mientras avanza con un sistema de filtros que convierten los gases contaminantes en un líquido que se guardará en reservorios portables para que el usuario pueda descartarlos con las debidas precauciones, sin contaminar.

Hay más posibilidades en danza, como el hidrógeno y el gas comprimido, pero basta con decir que el monopolio de los eléctricos no se hará realidad. Como dice Máximo Sant Remo en el canal español “Garage Hermético”, los autos eléctricos son parte de la solución ambiental, pero no son “la” solución.

 

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