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Doña Margarita

Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros 
y leyendas”

Miércoles, 30 de octubre de 2024 a las 18:00

Hay barrios que guardan secretos durante años, algunos se pierden, otros sobreviven y aparecen en la superficie de la manera más insólita.
Es conocida la historia de los que huyeron de Europa, la gran mayoría víctimas del hambre y la miseria después de la segunda guerra mundial (1945), otros mezclados con las víctimas eran los represores, cómplices de crímenes atroces, munidos de documentos del Vaticano que organizó, con la complicidad de los aliados en la guerra fría, la ruta de las ratas o ruta de los conventos; por otra parte los rusos hicieron igual procedimiento para utilizar la mano de obra criminal contra su pueblo. 
Al momento que el barrio se consolidaba, la venta de lotes era la forma de obtener un lugar donde vivir, casi al mismo tiempo que mis padres compraran su fundo lo hicieron don Budglind (sic) y doña Margarita, figuraban como polacos católicos, nadie sospecharía que la pareja ocultaba un secreto casi siniestro. 
Mis padres ampliaron, con fuerza y trabajo, un poco la única habitación de la que se componía la vivienda, una cocina de pocas dimensiones y un baño pozo a pique completaron la construcción, agregaron plantas, entre los que se encontraban cinco sauces a lo largo de los treinta metros, dos parrales, un duraznero, limón, etc. El cerco que rodeaba la finca en parte de madera (costaneros, bordes de troncos que se conseguían en la Facomate o la Com por pocos pesos).
La pareja de don Budglind y Margarita construyeron su casa como copia de las europeas del este, bajas, techos de paja, muy arreglada. Convinieron con mi padre que colocarían alambrado tejido y pagarían a medias, así se hizo.
El fondo que daba con nuestro fondo destinado a gallinero, tenía un plantío de tacuaras comunes que servía de límite y cubría la vista con la finca del este. El lateral sur daba con los gringos como se los denominaba, el alambrado nos separaba. Doña Margarita plantaba de todo, desde verduras, frutales, aromáticas, etc. 
Era un ángel en la tierra, su bondad no alcanzaba para ser medida, sería imposible, mientras su esposo no estaba, con nuestra promesa de no hablar, nos regalaba pomelos, duraznos, granadas, nísperos, muchas veces verduras. 
En cambio don Budglind era hosco, de mal carácter y vivía más encerrado en un galpón de techo de paja casi lindero a lo largo de nuestro límite, tenía cantidad de diarios y revistas en alemán.
Por esas cosas de la vida, vaya a saber cómo, tuvieron una hija que era de capacidades diferentes, simple y bondadosa como la madre, nosotros las adorábamos, algun as tardes en que el hombre de la casa viajaba nos invitaba a tomar chocolate, toda galanura su atención.
Los años pasaron y la vida fue consumiendo a los protagonistas de esta historia, sin embargo, doña Margarita que se liberó por la viudez, por fin tuvo la libertad de contar su historia, sufrida y trágica, lo hizo a una vecina que compró parte de la finca que habitaba con la condición de no ocuparla hasta que ella fallezca. 
Empezó contando su tragedia, la muerte ignominiosa de sus padres ejecutados en los campos de concentración nazis, su sobrevivencia y peripecias para no morir de hambre y pestes, como colofón exhibió su brazo izquierdo donde exhibía el número maldito con que gente endemoniaba marcaba a judíos y todos aquellos que consideraban inferiores, incluyendo polacos. No supo explicar por qué aceptó venir a América con uno de sus verdugos, sólo que ansiaba sobrevivir, aprendió que su captor la dominaba con solo mirarla, aprendió a esconder su sufrimiento, tenía vida y transmitía vida.
Dicen que las personas misericordiosas, que han sufrido en este viaje terrenal, nunca parten del todo, porque ofician de mensajeros de los dioses. 
En ocasiones en que el muro no se había construido, el fondo abandonado de doña Margarita servía de escenario para su aparición, incluso dirigiéndose a mí, con el dulce cantar de su voz de tonada extranjera. Gringo, toma una granada, abierta, mostrando su sabroso contenido, a sabiendas que es un fruto sagrado.
Gracias doña Margarita donde esté, su espíritu sigue presente.
 

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