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El arte de diseñar impunemente titulares con mala fe

La conducta de llamar la atención de los lectores de cualquier manera no es una novedad ni sorprende a nadie. Lo aberrante es el uso de un recurso tan inmoral como alevosamente amateur. Poner encabezados falsos para luego malversar información no debería ser una práctica validada tan livianamente por la sociedad.

Sabado, 16 de agosto de 2025 a las 22:50

No es un fenómeno exclusivo de esta era, aunque habrá que decir que últimamente viene tomando una potencia inusitada, con una frecuencia que asusta y con límites tan difusos como marginales, con el agregado de que nadie parece escandalizarse demasiado.
Evitarlo no es muy simple ya que su génesis tiene que ver con dos circunstancias que transitan por dimensiones diferentes. Por un lado, no florece un rechazo social contundente que le ponga tope a tanta malicia intencional y por el otro la ética profesional no funciona tampoco como un dique de contención suficiente para estos dislates crónicos.
La idea de “vender” es completamente válida y eso se entiende perfectamente. El problema emerge cuando para capturar las miradas resulta imprescindible valerse de la mentira flagrante, descarada, sin filtro y con giros que coquetean con la perfidia.

"El sesgo ideológico, el desprecio inocultable, y hasta el odio, la bronca, la impotencia y el resentimiento hace que muchos comunicadores desplieguen todas sus malas artes en esta patética especialidad de envenenar almas manipulando palabras."

 

Una cosa es afirmar algo en lo que se cree con convicción, y otra es hacerlo a sabiendas de que lo que se está explicitando es completamente falso. Recurrir a medias verdades para reforzar algo falaz no debería ser una opción. En todo caso lo correcto sería ser honesto y plantear lo que fuera como una opinión propia y no como una realidad inapelable.
Para eso haría falta una enorme cuota de idoneidad que evidentemente no es moneda corriente por estas latitudes. El ejercicio del periodismo sensato implica disponer de una alta dosis de talento para transmitir conceptos sin tropezar con el engaño y mucho menos aun emplearlo con un conocimiento profundo sobre el significado de la trampa como herramienta cotidiana.
Existe en esa dinámica no solo una ausencia de rigurosidad inaceptable, sino una perversidad inadmisible. Sin embargo, muchos de los seudo comunicadores, tan cínicamente apegados a la veracidad, incurren de un modo recurrente en esquemas que intentan enredar a una audiencia desprevenida que confía en ellos y sus supuestos parámetros morales.
Abundan ejemplos al respecto. Seguramente aparecerán los ofendidos de siempre, esos que creen estar haciendo su labor de una manera incuestionable pero que cuando cometen un error de esta naturaleza miran al costado, se excusan infantilmente y siguen con lo suyo como si nada hubiera pasado.
Esos irresponsables ni siquiera toman nota del daño que provocan con su negligencia inercial. Lastiman el prestigio de personas de carne y hueso, gente con familia y una vida dedicada a lo propio, con aciertos y yerros, pero fruto de su genuina actividad diaria.

"Desafortunadamente solo la gente puede ponerle coto a esta modalidad tan cruel como inadmisible. Si los personajes que deben ofrecer ejemplaridad no lo hacen por generación espontánea como producto de sus valores morales pues no queda otro camino que ponerle freno repudiando sus productos y criticando su accionar."


Lastiman a muchos sin piedad, parapetados en sus dispositivos tecnológicos, como si pudieran convertirse en francotiradores y jueces de todos. Deberían asumir que son simples mortales que eligieron un oficio que debe ser honrado con muchos cuidados, con enorme sensatez y madurez, justamente para que lo expuesto se ajuste a rajatablas a los hechos y no a los intereses coyunturales de quien manifiesta una visión sobre cualquier asunto.
Los más hipócritas afirmarán que ellos también pueden fallar y eso es totalmente cierto. Equivocarse es humano, pero cuando eso sucede corresponde primero admitirlo y en segundo lugar repararlo con una disculpa equivalente al menos al tamaño del despropósito cometido.
Cuando se hace algo indebido, las personas de bien actúan en consecuencia. Solo los deshonestos se hacen los distraídos. Titular una noticia con un encabezado que es un embuste sucede únicamente cuando el cerebro de ese ardid tiene una finalidad deliberada de perjudicar.
Si por algún motivo eso no fuera cierto, y la actitud no hubiera sido en la línea inadecuada, pues entonces el pedido de perdón no debería demorarse un segundo y tendría que ocupar idéntica relevancia a la de la publicación original. Cuando eso no se refleja así, no cabe entonces dudas de que se está presenciando una injusticia que no tiene justificaciones a la mano.

"Es hora de poner esta cuestión sobre el tapete. No es una alternativa dejar pasar estas barbaridades y naturalizar la estafa como si la resignación tuviera que ganar esa batalla a cada instante. La dignidad se ejerce en todo momento. Aplausos para los que hacen lo que hay que hacer y eluden la tentación del sendero fácil pero nefasto de embaucar a los conciudadanos. El máximo desprecio para los charlatanes que disfrazados de periodistas deshonran un trabajo tan maravilloso como vital para la vida en comunidad."


El sesgo ideológico, el desprecio inocultable, y hasta el odio, la bronca, la impotencia y el resentimiento hace que muchos comunicadores desplieguen todas sus malas artes en esta patética especialidad de envenenar almas manipulando palabras.
Desafortunadamente solo la gente puede ponerle coto a esta modalidad tan cruel como inadmisible. Si los personajes que deben ofrecer ejemplaridad no lo hacen por generación espontánea como producto de sus valores morales pues no queda otro camino que ponerle freno repudiando sus productos y criticando su accionar.
Es hora de poner esta cuestión sobre el tapete. No es una alternativa dejar pasar estas barbaridades y naturalizar la estafa como si la resignación tuviera que ganar esa batalla a cada instante. La dignidad se ejerce en todo momento. Aplausos para los que hacen lo que hay que hacer y eluden la tentación del sendero fácil pero nefasto de embaucar a los conciudadanos. El máximo desprecio para los charlatanes que disfrazados de periodistas deshonran un trabajo tan maravilloso como vital para la vida en comunidad.

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