Una frase dicha por un amigo me impactó profundamente: Ausencia vital presencia espiritual, permite deducir que los espíritus viven aún después de muertos según algunas creencias, pero cuando te toca vivir una experiencia que nosotros denominamos paranormal o extrasensorial, ponemos en duda la razón de las cosas, hasta nuestro sentido común.
La noche estaba hermosa, cálida en un lugar abierto de un patio de los coloniales que sobreviven a los destructores del pasado. El Museo Casa Martínez por la calle Fray José de Quintana entre La Rioja y Salta, destinado a la Arqueología y Antropología.
Lentamente las sombras cubrieron el espacio, con la ayuda de las luces artificiales los concurrentes se acomodaban, las sillas no alcanzaron y trajeron de refuerzo, tampoco cubrieron las necesidades porque había mucha, pero mucha gente. De alguna manera el follaje de un árbol antiguo apenas se movía con el poco viento que se atrevía a desafiar a la canícula (calor) que apretaba entre la concurrencia, sumando a los que presentaban el libro de “Aparecidos, Tesoros y Leyendas de Corrientes, tomo 6to”de Moglia Ediciones.
El acto comenzó a horario, ceremonia llevadera y amena.
Dos personas que no se conocían entre sí, estaban instaladas una en cada extremo de la primera fila, escuchaban con atención.
Terminado el acto alrededor de un antiguo aljibe que vivió tiempos mejores se formó una rueda de conversación, entre tanto se brindaba.
Yo firmaba libros dedicándolos, dos personas me esperaban separadas con el objetivo de conversar conmigo.
Un hombre, una mujer alejados entre sí a distancia considerable. Empezó el hombre a conversar conmigo, presentación, comentarios etc. como se estila en este tipo de reuniones. Lo conozco de vista pero no tuve tratos con él.
Un poco nervioso comenzó a narrarme que tiene poderes extrasensoriales para que no me asustara; le expliqué que tengo la mente abierta para todo. Continuó diciendo que mientras yo hablaba un joven medio corporizado, transparente a veces, luminoso entre verde pálido mezclado con rojizo observaba a mis espaldas desde lo alto de la pared del museo, hacía gestos extraños, sus ropas de otros tiempos delataban cuando adquiría cierta consistencia (material a los sentidos) para luego volverse fluida, su presencia afirmó que continuó durante todo el acto. Sin decir más se retiró prometiendo llamarme o escribirme por Messenger u otro medio.
Con el cansancio a cuestas sin poder captar ningún tipo de presencia, comencé la charla con la señorita a la que conozco bien, cuyo nombre reservo. Ella preocupada me narró: “Detrás de ti había una presencia extraña, era un fantasma te aseguro, por su modo de vestirse es de muchos años atrás, era joven pero sus ojos lanzaban luces rojas, te aseguro”. Sorprendido busqué al otro que había conversado antes pero había desaparecido.
La charla siguió con su rutina, se agregaron otras apariciones en el lugar en que concordaron varios de los presentes, pero ningún otro manifestó haber visto al espectro que estuvo arriba a mis espaldas.
Me pregunté si era un espíritu bueno o era malo, más tantas otras cuestiones relacionadas con los fantasmas que deambulan por esos lugares de vieja data habitacional humana.
Unos días después fui al lugar sólo a sentarme en el patio, es un privilegio gozar de este espacio maravilloso.
Observé la posición que ocupaba, no perdía la mirada sobre el muro esperando la visita del ser extraño que viene del inframundo.
Será bueno o malo, alguien mediante poderes de espiritistas lo convocó. No lo sabré salvo que se presente cuando concurro el lugar, veremos qué resulta.
Comparto esta experiencia porque sólo algunos de los presentes lograron observarlo, otros posiblemente atados por el miedo o la sorpresa quizá no se atreven a hablar.
Uno de los niños que estaba en el lugar en el acto expresó su sorpresa dentro de su inocencia, manifestó a la madre: “¿Quién era el señor malo que estaba sobre el muro mirando mamá?”.
Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”
“Homenaje a la memoria urbana”
Octava parte