El hígado graso no alcohólico (NAFLD, por sus siglas en inglés) se convirtió en la enfermedad hepática crónica más común entre niños y adolescentes, impulsada principalmente por el aumento de la obesidad infantil, el sedentarismo y los cambios en los hábitos alimentarios.
Diversos estudios recientes, publicados en BMC Nutrition, Children (MDPI) y JAMA, advierten sobre la tendencia creciente de esta patología y subrayan la importancia de la prevención desde la adolescencia para evitar complicaciones graves en la vida adulta.
La prevalencia de NAFLD en la población pediátrica experimentó un crecimiento sostenido en las últimas décadas. Según datos recogidos por Children (MDPI), en Estados Unidos la tasa de hospitalizaciones por hígado graso en menores de 18 años se triplicó entre 1998 y 2020, pasando de 47,4 a 161,3 hospitalizaciones por cada 10 millones de habitantes.
Aunque la mortalidad asociada disminuyó en ese periodo (del 3,1% al 0,2%), el número absoluto de casos sigue en aumento, reflejando el impacto de la epidemia de obesidad infantil. El estudio también revela disparidades étnicas: los niños hispanos presentan las tasas más altas de hospitalización, mientras que los niños afroamericanos, pese a tener menor incidencia, muestran la mayor mortalidad (2,1%).
En Irán, una investigación publicada en BMC Nutrition sobre 325 niños y adolescentes con sobrepeso u obesidad encontró que el 35% presentaba NAFLD, lo que confirma que la enfermedad afecta a una proporción significativa de menores en contextos urbanos y con estilos de vida sedentarios.
Factores de riesgo y mecanismos fisiopatológicos
El desarrollo del hígado graso en la infancia y adolescencia responde a una combinación de factores metabólicos, genéticos y ambientales. Children (MDPI) detalla que la obesidad, especialmente la acumulación de grasa visceral, es el principal factor de riesgo, con una prevalencia de NAFLD que puede superar el 90% en casos de obesidad severa.
La resistencia a la insulina, la diabetes tipo 2, la dislipidemia (niveles elevados de triglicéridos y bajo HDL), la hipertensión y ciertos polimorfismos genéticos (como PNPLA3 y TM6SF2) también contribuyen al desarrollo y progresión de la enfermedad.
El sedentarismo y una dieta rica en azúcares, especialmente fructosa y otros azúcares añadidos, agravan el riesgo. El estudio de BMC Nutrition analizó la relación entre el consumo de fructosa, la ingesta de diferentes tipos de fibra y la actividad física en niños con sobrepeso.
Si bien no halló una asociación significativa entre la fructosa y el NAFLD en su cohorte, sí identificó que el consumo elevado de fibra proveniente de legumbres y frutos secos se asocia con un menor riesgo de desarrollar la enfermedad.
Síntomas del hígado graso en niños y adolescentes
los síntomas aceptados por North American Society for Pediatric Gastroenterology, Hepatology and Nutrition son:
No suele dar síntomas (la mayoría es asintomática).
Cuando aparecen, son inespecíficos:
Fatiga,
Dolor abdominal en la zona superior derecha,
Sensación de llenura,
Malestar general.
En casos avanzados:
Enzimas hepáticas elevadas,
Acantosis nigricans (manchas oscuras en cuello/axilas, signo de resistencia a la insulina),
Signos de síndrome metabólico.
Consecuencias a largo plazo y complicaciones
El hígado graso no alcohólico en la infancia no es una condición benigna. Según Children (MDPI), la enfermedad puede progresar desde la simple esteatosis (acumulación de grasa en el hígado) hasta formas más graves como la esteatohepatitis no alcohólica (NASH), fibrosis avanzada y cirrosis.
Estas complicaciones aumentan el riesgo de insuficiencia hepática, hipertensión portal y carcinoma hepatocelular en la vida adulta. Además, la presencia de NAFLD en niños y adolescentes se asocia con un mayor riesgo de diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares, lo que incrementa la carga de morbilidad a largo plazo.
La adolescencia es una etapa biológica particularmente sensible para el desarrollo del hígado graso. Durante esos años, el cuerpo atraviesa cambios hormonales y metabólicos que aumentan naturalmente la resistencia a la insulina, facilitan el aumento de la grasa visceral y modifican el modo en que el organismo procesa la glucosa y los lípidos.
Según especialistas citados en Journal of Hepatology, estos cambios hacen que el hígado sea más vulnerable a la acumulación de grasa cuando los hábitos alimentarios y el nivel de actividad física no son adecuados.
Además, en esta etapa se consolidan los patrones de comportamiento que suelen mantenerse hasta la adultez:
Mayor consumo de bebidas azucaradas
Más tiempo frente a pantallas
Menor actividad física espontánea
Crecimiento exponencial del consumo de ultraprocesados
Por eso, hepatólogos y pediatras coinciden en que la adolescencia constituye una ventana crítica de intervención, en la que pequeños cambios pueden evitar la progresión hacia daño hepático en etapas más avanzadas de la vida. Lo que ocurre entre los 10 y los 18 años determina en gran medida la salud metabólica futura.
Evidencia sobre prevención y cambios en el estilo de vida
La prevención del hígado graso en adolescentes se apoya en la modificación de factores de riesgo, especialmente la dieta y la actividad física.
Un ensayo clínico aleatorizado publicado en JAMA demostró que una dieta baja en azúcares libres (menos del 3% de las calorías diarias) durante ocho semanas redujo significativamente la esteatosis hepática en adolescentes con NAFLD, en comparación con quienes mantuvieron su dieta habitual.
Además, los niveles de alanina aminotransferasa, un marcador de daño hepático, disminuyeron notablemente en el grupo de intervención.
Por su parte, BMC Nutrition destaca que el consumo de fibra de legumbres y frutos secos se asoció con una reducción del riesgo de NAFLD, mientras que la actividad física mostró una tendencia protectora, aunque no alcanzó significación estadística tras ajustar por otros factores. Estos hallazgos sugieren que la calidad de la dieta, más que la cantidad total de fibra, es determinante en la prevención de la enfermedad.
Desafíos y recomendaciones para la prevención en adolescentes
La intervención temprana es fundamental para frenar la progresión del hígado graso en la adolescencia. Sin embargo, existen barreras sociales y económicas que dificultan la adopción de hábitos saludables, como el acceso limitado a alimentos frescos y la falta de espacios seguros para la actividad física.
Children (MDPI) subraya la necesidad de políticas públicas que promuevan la educación nutricional, la reducción del consumo de azúcares añadidos y la promoción de la actividad física en escuelas y comunidades.
La evidencia disponible respalda la implementación de estrategias preventivas centradas en la reducción de azúcares libres y el aumento de fibra específica en la dieta, así como la promoción de estilos de vida activos. No obstante, los expertos advierten que se requieren más estudios longitudinales para confirmar estos resultados y evaluar su impacto a largo plazo en la salud hepática de los adolescentes.
El abordaje del hígado graso en la adolescencia, basado en la detección precoz y la intervención sobre la dieta y el estilo de vida, representa una oportunidad para modificar el curso de la enfermedad y mejorar las perspectivas de salud en la vida adulta.
Fuente: INFOBAE SALUD