Se recibió de maestra a los 19 años, Domingo Faustino Sarmiento le dio su primer puesto al frente de un grado en una escuela de varones, pero la historia de vida de esta mujer, recién estaba en los albores de su existencia.
En pleno siglo XIX, cuando el mundo ya giraba, aunque a paso lento, en la innovadora tropelía de avances que más tarde justificarían su acción, Cecilia Grierson hubo de solicitar un permiso especial para ingresar a la Facultad de Medicina de Buenos Aires y fue ella quien ejerció su propia defensa por escrito, anteponiendo su vocación por sobre todas las cosas. Su actitud, contraria a las normas morales y éticas de la época que delimitaban el espacio laboral para los hombres en la calle (oficinas, reparticiones públicas, emprendimientos privados, ejerciendo su profesión) y para las mujeres en el hogar, sin posibilidades de integración social, escudadas en un trabajo por más digno que este fuera, provocó rechazo, burla y crítica, tanto de sus compañeros como de sus superiores.
Pero su meta estaba definida y la hostilidad de un ambiente al que debió acomodar su servicio comunitario, no fue impedimento para desempeñarse como auxiliar ad honorem en la cátedra de Histología, adquirir el servicio de sirenas en las ambulancias (hasta esa fecha, exclusivo de los bomberos), colaboró con eficiencia en la “Casa de Aislamiento” (hoy Hospital Muñiz), durante la epidemia del cólera y fundó la primera Escuela de Enfermeras, basándose en informes de la “III Conferencia Internacional de la Cruz Roja, respecto a las escuelas de samaritanas.
En 1889, Cecilia Grierson recibió de la máxima autoridad de la Escuela de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, el título de médica cirujana e inmediatamente ingresó al Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía) e implementó el “Curso de masajistas”, una innovación que sentaría precedente en la kinesiología moderna.
La inquietud por relacionar a la medicina con otras disciplinas, la impulsó a crear la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, publicó un libro sobre la atención de heridos en accidentes y en forma paralela dictó clases de anatomía en la Academia de Bellas Artes, y atendió en su consultorio psicopedagógico gratuito dedicado a la niñez con retardo.
La mayor parte del voluntariado de la doctora Grierson fue ad honorem. El reconocimiento a una vida de trabajo, de investigación, formación y vocación nunca llegó, ya que al solicitar la jubilación, sólo computaron 22 años de servicio en lugar de los 25 como médica y los 45 como docente. Nunca pudo ejercer una cátedra como docente y fue quizás este el mayor dolor que progresivamente la condujo a una pasiva y olvidada reclusión en la localidad de Los Cocos, Córdoba.
“No era posible que a la mujer que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de médica cirujana, se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser jefa de sala, directora de algún hospital o se le diera algún puesto de médica escolar, o se le permitiera ser profesora de la Universidad. Fue únicamente a causa de mi condición de mujer (según refirieron oyentes de los miembros de la mesa examinadora) que el jurado dio en este concurso de competencia por examen, un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor, un distinguido colega. Las razones y los argumentos expresados en esa ocasión llenarían un capítulo contra el feminismo, cuyas aspiraciones en el orden intelectual y económico he defendido siempre”, dijo entonces.
La doctora Cecilia Grierson mantuvo su espíritu de servicio hasta el final de sus días. Lleva su firma el documento mediante el cual dona un terreno al Consejo Nacional de Educación para construir en Los Cocos, una escuela y una casa de descanso para docentes. Quizás el merecido reposo para sus 75 años de trabajo.
Falleció en Buenos Aires el 10 de abril de 1934. Al año siguiente se impuso su nombre a la Escuela de Enfermería por ella fundada y en 1967 se emitió una estampilla de correo con su imagen.