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Aquel trencito que algún día volverá por la trocha angosta

por ROBERTO CAPARA

de la Redacción

Visitar Santa Ana de los Indios Guácaras no es sólo hacer un repaso a un vigente pasado por las características que nos permiten conocer lo de antaño, pese a algunos “manchones” en el camino y dentro del poblado dado por el avance del modernismo y las bonanzas de quienes pudieron romper con el sempiterno cuadro del recuerdo.

Pero llegar hasta ese histórico pueblo que llena de paz y permite escuchar el movimiento de las hojas de los árboles, además de generar nostalgias por algo incluso no vivenciado que también genera indignación.

Y esto nace cuando uno llega a la plaza principal y se encuentra con la vieja locomotora y un par de vagones del evocado “Trencito Económico”, destruidos, desnudos, suplicando volver a ser.

En los últimos días, se conoció la inquietud para gestar su vuelta. Resolución que lo volverá a hacer desandar por esa trocha angosta e histórica que, con éxito, es utilizada por su hermano en el sur del país, convirtiéndose en un atractivo turístico.

No todos lo vimos andar. Ese “tranway” con una trocha de apenas 60 centímetros, acumuló innumerables recuerdos, pero también sirvió en su época para trasladar pasajeros y la producción de las granjas, algo que hoy muchos todavía se lamentan por ya no ser.

Un 5 de junio de 1977, se instaló en Santa Ana lo que hoy es un cuadro del olvido, de la desidia, la incomprensión y hasta de salvajismo. De esa despaciosa pero útil locomotora y sus vagones que fueron víctimas de los oportunistas y despiadados, quienes con sus maderas y hierros algo hicieron, apoderándose de lo que no les pertenecía, asestándole una agresión más al pasado.

Porque el Económico es de todos. Debió ser de todos, en especial, desde el momento cuando pasó a la historia, aunque suene a olvido. Cuando se lo mandó injustificadamente al destierro.

Cuando eso ocurrió, en la Patagonia quedó su hermano, como único Trencito Económico, tal se lo conoció, paseando a los turistas y hasta jugando a los mocitos, emulando a aquellas películas del far west.

Hoy, verlo transitar de nuevo al nuestro será un imposible, sobre todo cuando muchos otros trenes pasaron a desguace aunque se anuncie la ostentosa construcción del tren bala.

Revisando publicaciones de antaño, encontré una evocación subscripta por el poeta de las cosas nuestras, Franklin Rúveda, quien aquel 5 de junio recitó una poesía que hizo desprender lagrimones que bañaron su rostro y el de muchos quienes concurrieron al acto realizado en el viejo pueblo.

“No anduvo sólo por el campo. Transitó calles de la Capital, nos fa-miliarizó con traspatios del suburbio. Poseyó una ciudadanía de tranvía, más que de tranvía, de tranway, porque por esa posibilidad de parar en cualquier parte, se le asignó en su primitiva concesión”.

Recordó Rúveda en su escrito en una ocasional revista llamada “Nue-va Etapa” que tuvo un ramal al puerto Italia, en la costa de la ciudad sobre el río Paraná. Otro trayecto por calle San Martín con desvío en España para entrar al aserradero de Laudino Alvarez, y a una cuadra más de vía hasta Santa Fe. Otro ramal desde San Martín y Jujuy, por esa calle, hasta encontrarnos con la trocha del entonces Ferrocarril Nordeste. Todo por allá, en el mil novecientos veintitantos, cuando de los vagones de San Martín y Santa Fe, comprábamos mandarinas gigantes de General Paz. Anduvo siempre con lo insólito. Tanto que al desaparecer, nadie pudo asociar como él, lo real con lo novelesco.

El trencito económico sigue siendo un tema. Está en boca de quienes lo conocieron, anduvieron en él y hoy sonríen cuando recuerdan su simpática lentitud pero reconocen la utilidad que brindó y muchos lo añoran, mientras otros se dicen gustosos para que vuelva a recorrer, por lo menos los siete kilómetros anunciados.

“Es increíble lo que mezcló con la economía, la comunicación, la pa-ciencia horaria, la filosofía de la gen-te, la alegría excursionista, la despaciosa contemplación del paisaje”, escribió el poeta Rúveda, quien también dijo aquel 5 de junio que “este trencito reapareció reavivándonos nostalgias que se había llevado con él, memorias nuestras, paisajes que no fueron más como aquellos que miramos desde su ventanilla.

Valió para su vuelta un historial de servicios denodados, la guapeza rempujada desde asumidas limitaciones y hasta la aureola de una injusticia; él no quiso irse y lo llevaron; nosotros pedimos que lo dejen y lo trasladaron a escondidas”.

“Con el tren, nos habían llevado visualizaciones de nuestra provincia que habían sido únicas”. Verlo hoy en la plaza da tristeza, lástima, bronca. No camina, pero lindo sería verlo vestido para que, por lo menos, recobre su imagen. Esa que fue destruida por los seudos malevos. Despiadados ha-bitantes (¿necesitados?) de este suelo que no merecieron acercarse a la figura del “Económico”.

Y menos para destruir parte de la historia no tan vieja, de nuestra Co-rrientes.

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