Por José Ceschi
¡Buen día! El teniente se dirigió al nuevo recluta: “Así que se queja de haber encontrado un poco de tierra en la sopa...”. “Sí, señor”, responde el soldado. “¿Se incorporó al ejército para servir a su tierra, o para quejarse de la comida?”. “Para servir a mi tierra, señor: no para comérmela”...
No sabemos cuántos saltos de rana tuvo que hacer el colimba por esta ingeniosa respuesta, pero seguramente a nosotros nos ha hecho sonreír.
La vida del soldado tiene sus penurias. La de Jesús también las tuvo. Alguien asoció las dos ideas y compuso este:
Soldado ¡acuérdate!
“Soldado, cuando pongas el casco de acero en tu cabeza, acuérdate de que Cristo, tu hermano, también fue coronado de espinas.
Soldado, cuando cargues la pesada mochila sobre tus espaldas, acuérdate de que Cristo, el Buen Pastor, también cargó la pesada oveja pecadora sobre sus hombros, pero contento de llevar este peso por amor a ella. Soldado, cuando pongas tu fusil en tu hombro derecho, acuérdate de que Cristo, el Redentor, recibió sobre ese mismo hombro la cruz salvadora de los hombres.
Soldado, cuando marches fatigosamente por largos caminos, acuérdate de que Cristo, el Divino Infante, caminó también a lo ancho de su patria para ayudar a sus hermanos.
Soldado, cuando te detengas para hacer un alto en el camino, acuérdate de que Cristo también se detuvo en el pozo de Jacob para recibir su alimento: cumplir con la voluntad del Padre.
Soldado, cuando te arrastres entre las espinas del campo, acuérdate que Cristo también desgarró sus carnes en las caídas en el camino del Calvario. Soldado, cuando, cansado en tu puesto, abras tu cama donde dormir, acuérdate de que Cristo no tuvo nunca un puesto donde reclinar su cabeza.
Soldado, cuando estés de servicio, acuérdate de que también Cristo vino a servir y no a ser servido. Soldado, cuando la guardia de la noche se te haga eterna, acuérdate de que Cristo, el Hijo de Dios, velaba las noches en oración cerca de su Padre.”
¡Hasta mañana!