Odín Fleitas: el dios nórdico olvidado
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Henos aquí ante un gran olvidado poeta vitalista. Un autor cuyas obras son hoy inhallables en librerías y bibliotecas de Corrientes, a pesar de su indiscutible trascendencia”, dice el poeta Alejandro Mauriño sobre Odín Fleitas. Y esta afirmación de Alejandro no es casual ya que desde hace algunos años ha sido él quien se ha convertido en el gran rescatador del poeta goyano.
Odín Fleitas sí ha tenido cierta trascendencia como letrista chamamecero, algunos de sus temas más famosos como “El tambor de Tacuarí”, “La calandria de Ñaembé” o los “Novios del malezal” han logrado popularidad al ser versionados por conjuntos de diferentes alcances y proyecciones. Pero al igual que sucedió con otros notables del folclore correntino y nacional como Sosa Cordero, esta circunstancia de algún modo debilitó la posibilidad de conocer aquella poesía escrita sin la intención de que fueran musicalizada, es decir valiéndose de recursos estrictamente poéticos capaces de prescindir del andamiaje melódico.
Casi el único poema que circula por la red es el titulado “Mujeres por caballos”, quizá por la gran verdad que trasmite y por la precisa construcción del artefacto poético: simpleza y agudeza más efectividad en los recursos utilizados se aúnan dando lugar a un texto antológico: …“El hispano cambiaba caballos por mujeres./¿Quién era el que ganaba?/¿Hubo en el canje usura?/El blanco recibía lujurias y placeres/y el indio aquel prodigio de la cabalgadura” (…) “Ni en España ni América/se sabe todavía/quién era el que ganaba,/quién era el que perdía”…
La tradición y nativismo que atraviesa parte de la obra de Fleitas deja lugar en ocasiones a un hondo lirismo que bien podrían sumarlo a los altos poetas correntinos aparecidos a partir de la década del 50. Muestra de ello son los poemas “El agua suelta pájaros” y “La noche que bajaron los ríos de la luna” que ya desde sus títulos nos sugieren un mundo sinestésico que acaso no defrauda. De cuidada forma, ambos textos despliegan fondos plagados de resonancias y hallazgos que despiertan emoción estética; baste con traer expresiones como: “Te hundes y es lo mismo. Naufragas para arriba, /(el cielo con yuyales de estrellas, tan baldío)”… o “Cabalgan tus insomnios suicidios en bromuro/y doce perros ladran tus cinco lunas yermas” para poner en mayor relevancia aquella declaración de principio del propio Odín Fleitas: “Yo soy aquel poeta que se murió cantando/la noche que bajaron los ríos de la luna”.
MUESTRARIO MINIMO
El agua suelta pájaros
El agua suelta pájaros. El viento bate peces,
sonámbula flotando su antigua vestidura.
Y sin pensar girando la ronda de los meses
con cada vez más nunca la fruta que madura.
¿De qué grupo sanguíneo vienes a la deriva
andando por el cable torcido de los ríos?
Te hundes y es lo mismo. Naufragas para arriba,
(el cielo con yuyales de estrellas, tan baldío).
El agua suelta pájaros, el viento bate peces
que anidan en el árbol de los escalofríos.
Dando vuelta la carne, mirando sus reveces
y haciéndole un bolsillo para los desvaríos.
Adónde nos llevaron los tornos del futuro.
Semejaste en la fiebre a todas las enfermas.
Cabalgan tus insomnios suicidios en bromuro
y doce perros ladran tus cinco lunas yermas.
La noche que bajaron los ríos de la luna
Lo dicho está sellado y espera tu respuesta.
Un halo a siempreviva se escapa de los poros.
Esta noche si quieres te llevaré a la fiesta
para bailar, al campo, por sobre tus tesoros.
No pienses más. Existe sobre todas las cosas.
Sabrás que el Universo de ti se desintegra.
Echa a volar al Norte tu par de mariposas
y ve pasar la vida con sus valijas negras.
Ya todo está que espera de azul y atravesado,
mientras se aquieta el día con su canción de cuna.
Yo soy aquel poeta que se murió cantando
la noche que bajaron los ríos de la luna.
De Cinco líneas pálidas rompieron la muñeca
Mujeres por caballos
La historia comienza así:
Ruiz Díaz de Melgarejo desollaba doncellas
y Domingo de Irala para hacer su serrallo,
elegía las indias más jóvenes y bellas
para hacerlas cautivas a cambio de caballos.
La historia sigue así:
El hispano cambiaba caballos por mujeres.
¿Quién era el que ganaba? ¿Hubo en el canje usura?
El blanco recibía lujurias y placeres
y el indio aquel prodigio de la cabalgadura.
No esperes Melgarejo hacernos tus vasallos
ni imponer tus blasones tan bravo como eres,
mejor que tú convencen al indio tus caballos
mientras te quita el sueño pensar en sus mujeres.
Yo vengo de una india que fue vendida así
y dentro tus ciudades por traicionar batallo.
Soy el hijo de una doncella guaraní
tasada por los hombres de Irala en un caballo.
La historia termina así:
¿Quién era el que ganaba?
¿Quién era el que perdía?
¿Quién era el que compraba?
¿Quién era el que vendía?
Ni en España ni América
se sabe todavía
quién era el que ganaba,
quién era el que perdía.
Y comenzó Amerindia a tener yeguarizos
y en el fuerte nacía la raza de mestizos.
La muerte de Mendoza
La fiebre le devora, hundido en su camastro;
la Magdalena avanza con fúnebre crujir.
Don Pedro de Mendoza se apaga como un astro
oscuro y silencioso, cansado de vivir.
El presbítero Antonio de la Fuente le reza
un responso. En las jarcias parece sollozar
el viento del Atlántico y hay algo de grandeza
como todas las cosas que pasan por el mar.
Así finó el magnífico Señor Adelantado
que no triunfó en la empresa pero en la gloria sí.
Fue triste, taciturno, fue noble, fue soldado
y amaba la quimera de tal manera así,
que el licenciado médico Hernando de Zamora
cuando se hundió el cadáver que nunca ha de tornar,
dirigióse a la gente de la nao que llora
diciéndole: ‘¡Sabedlo, don Pedro baja ahora
para fundar ciudades en el fondo del mar!’
Quizá en una Atlántida, profunda y misteriosa
deambule su figura de hispana majestad.
Y extraños habitantes se digan: ‘Es Mendoza,
un hombre de la tierra que soñó una ciudad...’
De Canto Litoral Indiano
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