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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La “cleptoizquierda” latinoamericana

Argentina, Brasil y Venezuela son tres países en los que la “nueva izquierda” en función de gobierno saqueó las arcas públicas. No es que los izquierdistas sean más deshonestos que los políticos de otras ideologías, es que con su política de agrandamiento del Estado, sus gobiernos disponen de más “cajas” de dinero público. Y la ocasión hizo al ladrón.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.blogspot.com

Para El Litoral

“A cuál es más culpar, la que peca por la paga o la que paga por pecar”.

Sor Juana Inés de la Cruz

El nuevo escándalo de la corrupción kirchnerista, el de los cuadernos, ha traído a escena un tema recurrente.

Independientemente de que son tan delincuentes los funcionarios que reciben la coima como los empresarios que la pagan, ¿quién construye el edificio de la corrupción en la obra pública? ¿A quiénes cargar la mayor culpa?

Creo más bien que, en este caso, no se aplica el concepto de Sor Juana Inés de la Cruz. La prostituta tiene el eximente de su necesidad vital, no es lo mismo que el funcionario que se llena los bolsillos con dinero ajeno y el empresario que corrompe por lucro.

Pero, entendámonos bien, el dinero del soborno no es del empresario corruptor, es del erario público, es plata de todos, sale de los fondos públicos sustraídos a través de los sobreprecios.

El periodista argentino Andrés Oppenheimer, en artículo publicado en el diario El Nuevo Herald, que denomina “Una receta contra la corrupción”, de fecha 6 de junio de 2015, a propósito de este tema, recuerda el viejo chiste sobre la corrupción en América Latina.

“Ambientado en una reunión de funcionarios de varios países, se les hace a todos la misma pregunta: “Honestamente: ¿cuál es su opinión sobre el problema del hambre en el resto del mundo?”. El funcionario suizo, asombrado, respondió: “¿Hambre? ¿Qué significa hambre?”. El funcionario cubano, igualmente perplejo, contestó: “¿Opinión? ¿Qué significa opinión?”. El funcionario estadounidense dijo: “¿El resto del mundo? ¿Qué significa el resto del mundo?”. Y el funcionario argentino dijo: “¿Honestamente? ¿Qué significa honestamente?”.

El chiste se ha actualizado en la Argentina con los escándalos de los bolsos y los cuadernos, un “revival” que nos debe hacer llorar más que reír.

Dijo alguna vez Simón Bolívar que “la destrucción de la moral pública causa bien pronto la disolución del Estado”. ¿A qué distancia de tiempo estamos?

Fruto de la casualidad o la causalidad, en los dos países más importantes de América del Sur, Brasil (Partido de los Trabajadores) y Argentina (Frente para la Victoria) y en Venezuela (Partido Socialista Unido), el robo descarado de fondos públicos se desató con gobiernos autotitulados “de izquierda”, la nueva izquierda latinoamericana o socialismo siglo XXI. De allí el neologismo de la “cleptoizquierda”.

En algunos casos la metodología es similar, pero en realidad la matriz procedimental y sustancial del escamoteo planificado se desarrolló de manera algo distinta en los tres países.

Haciendo una comparación topológica de la manera que fluía el dinero sucio en los tres países, tenemos:

a) En la Argentina, la corrupción se presentó con una topología de árbol, “todos a uno”, multiplicidad de emisores, un único receptor. La pareja presidencial daba la orden, la diversidad de destinatarios la tomaba (empresarios, jefes de piqueteros, Hebe de Bonafini y Sueños Compartidos, Milagro Sala y la Túpac, manejadores de subsidios, gobernadores e intendentes beneficiarios de obras), recaudaban y retornaban en forma de bolsos u otras maneras al único receptor. Ello funcionaba sin contratiempos con un Congreso escribanía y un Poder Judicial temeroso (y una parte, cómplice). El enriquecimiento ilícito estaba ubicado casi centralmente en el único receptor, el resto se quedaba con porciones en el revoleo.

b) En Brasil, la conformación topológica fue multilineal, de “todos a todos”, es decir que el receptor es toda la clase política, oficialismo y oposición, que se alimentaban del sistema corrupto, y los emisores fueron centralmente la empresa estatal Petrobras, también Odebrecht y casi todas las que hacían trabajos públicos. El Congreso fue cómplice, pero el Poder Judicial actuó como correspondía, tener en cuenta los casos del mensalao y el lava jato.

c) En Venezuela, el diseño corrupto era más mezclado, algunas veces “uno a algunos” (Pdvsa a la boliburguesía, a los funcionarios, a los militares, a Cuba, a la Argentina con Antonini Wilson), otras “algunos a algunos” (funcionarios, militares, familiares, enganchados con defraudaciones millonarias en servicios y obras, y el gran negocio del cambio de dólares que llegó a cifras escandalosas). Un poder militar totalmente cómplice, una Asamblea Nacional fraudulenta y adicta y un Poder Judicial al servicio de Chávez y Maduro.

El resultado concreto es que los tres países, gobernados por los “nuevos izquierdistas latinoamericanos”, fueron el escenario principal de una corrupción desatada jamás vista.

¿Es la corrupción una cuestión ideológica? ¿Son los izquierdistas más corruptos que los liberales? ¿Ser liberal significa ser honesto y ser izquierdista, ladrón?

Ejemplos sobran de que la honestidad, o mejor dicho la corrupción gubernamental, no es una cuestión de ideología. Fueron calificados como corruptos los gobiernos derechistas de Menem en Argentina y Fujimori en Perú, no así el de Piñera en Chile. La gran corrupción en los gobiernos izquierdistas de Lula y Dilma en Brasil, de Néstor y Cristina en Argentina, de Chávez y Maduro en Venezuela, no tuvieron su paralelo en los gobiernos de la izquierda uruguaya y chilena.

La venalidad no es una cuestión de ideología, sino de comportamiento personal. El hacerse del dinero ajeno, especialmente del dinero público, en última instancia tiene que ver con la naturaleza humana.

Pero -siempre hay un pero- la corrupción es casi connatural con las administraciones izquierdistas por una simple razón de oportunidad. Así como el hábito hace al monje, la ocasión al ladrón.

La izquierda siempre ha propugnado el agrandamiento del Estado, su intervención en muchas áreas de la vida privada, una maraña de regulaciones, estatización de muchos sectores de la economía, manejo de subsidios sociales y de tarifas de servicios públicos.

Un Estado grande, más que grande, gordo, con presencia de funcionarios públicos interviniendo y manejando grandes sectores de la economía, con jugosas cajas presupuestarias a disposición, con un control relajado o inexistente, es casi un silogismo de libro cuya conclusión es cantada: una corrupción fenomenal.

Es por ello que no hay comparación entre la corrupción del menemismo “neoliberal” (como es peyorativamente calificado) y el kirchnerismo del “socialismo siglo XXI”. Este, seguramente, por mucho tiempo figurará en el Guinness y difícilmente los de esta generación veamos ya a gobiernos que le disputen el cetro.

“Kirchners” pueden haber en todos lados, en cualquier país, en muchos gobiernos, en ideología diversa, pero “kirchners” en gobiernos de izquierda es una combinación letal para la integridad del patrimonio público.

Es cierto, la metodología de Néstor y Cristina ya venía desde la provincia, cuando todavía no reivindicaban los derechos humanos ni eran de izquierda.

Pero un avaro que se precie, un acumulador serial, un adorador de cajas fuerte, un planificador diabólico, sabía que la mayor magnitud de los nichos nacionales precisarían de un Estado de izquierda que incremente exponencialmente las fuentes, los montos y el manejo indiscriminado.

La “cleptoizquierda” está dejando Latinoamérica, dejando un tendal de corrupción y desgracia en los pueblos.

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