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Jugarnos en cuero propio

Jugarnos en cuero, porque en él reside lo más íntimo a flor de piel, muy por debajo de símbolos paganos de una simple camiseta, mucho más internamente próximo a la verdad. Es la fuerza, el movimiento que el pecho pone en movimiento, donde músculos y voluntad en directo energizan el tesón que al transpirar son absorbidos por la camiseta. Derruida y descolorida ante los embates de las luchas, del fragor por un país al que tanto le cuesta llegar por la inmoralidad de muchos.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Dejemos de lado esa obligación idiota de pertenecer a uno u otro bando, Boca o River, Peronistas-Radicales, siempre en actitud separatista, opuestos a cualquier cosa, conformando dos grupos bélicos, preparados para enfrentarse, para pelear, pero no para discutir en tono bajo, respetuoso del disenso, buscando afanosamente consensuar, coincidir y poder celebrar juntos como un solo equipo el triunfo de la comprensión.

Las políticas de este país siempre han sido nocivas por su manejo de choque, repletas de adversidades lograron el desorden que hoy determina que muchos minimicen la corrupción, rompiendo el récord de actitudes inverosímiles: bolsos, containers, cuyas altísimas cifras alteran contar billete por billete, hoy se pesa. Tratando de justificar lo injustificable, en total desvarío del paroxismo, se exime de toda culpa igualándola con la mala gestión que pone en jaque la economía reinante y sus excesos en la puja por domar la inflación, restándole a lo primero la menor responsabilidad, como si robar fuera lo correcto. Es decir, dejando de lado los robos de dinero del Estado, convencidos de que robar es lo que todo funcionario debe hacer, justificando como si eso bastara para tapar con las manos la real dimensión del fraude, o movilizando la desidia de mirar para otro lado, como si con eso solamente basta para no castigar a quienes infringieron y ser procesados con la sentencia que corresponda. Esa mirada para otro lado. Esa distorsión de cambiar el sentido de las cosas, haciendo como el ñandú con la cabeza metida bajo tierra, como si taparnos los oídos o los ojos fuera suficiente para pasar por alto lo que corresponde de castigo según y conforme lo determine la evolución de la justicia. Sin olvidar los desvaríos del Estado separadamente.

Casi resulta coincidente con lo dicho por el semiólogo italiano autor de la novela “El nombre de la Rosa”, Umberto Eco, con respecto a las nuevas vías comunicacionales; por un lado, progreso; por el otro, redes “minadas” con relatos distorsivos. “El siglo de la comunicación transformó la información en espectáculo y arriesgamos a confundir actualidad con diversión”. Es casi una continuidad del relato que conocimos, ese discurso utilizado hasta el cansancio donde las cosas cambian de dirección, proyectadas a producir un choque que modifique la verdad, hasta que todo lo prohibido se convierte en actitud cotidiana de libertad plena. No prestar atención a que se han robado el país entero como encomiable conducción, hasta imaginar desde la negación que seguramente la búsqueda de containers enterrados en el Sur argentino se debe pura y exclusivamente al propio Gobierno que lo ha puesto allí repleto de dinero, para inculpar de un hecho supuesto que tiene correlación con lo expresado por algunos obreros de Lázaro Báez. Tenemos una imaginación pródiga, rica en crear mundos paralelos cuando en ello se afecta a líderes de nuestros colores defendidos, tratando de acallar la vieja costumbre de manejar plata del Estado como propia. Personas afectas a la política o al sindicalismo que lograron acceder por esa puerta amplia y generosa, lograron en breve tiempo posicionarse, viajar hasta la desmesura, poseer flotas de vehículos de alta gama, transformarse del día a la mañana en magnates con el aporte no avisado, no advertido, ni concedido de todos nosotros mientras los aplaudidores fieles, festivos, divertidos, consagran cualquier cosa con tal que siga la “fiesta”.

A propósito de estos extremismos argentinos que se parecen mucho a la demencia, el escritor Ernesto Sábato escribió en el prólogo de su libro “Sobre héroes y tumbas” algo que nos emparenta por contagio de generaciones, la contradicción y zozobra: “Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que el mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades”. Uno en este país trata de razonar, pero siempre la sinrazón nos obliga a cambiar de dirección, y en ese alocado desvarío solamente lo más aptos logran salvarse, el resto siempre arañamos desde las profundidades, desesperados y buscando la esquiva justicia que se pierde y desdibuja como una silueta lejana, un bulto imaginado, algo aún no aprendido. 

Albert Einstein, ese hombre que supo tener un sabio pensamiento en las ciencias y el humanismo que también le atraía, desvelaba y preocupaba, se animó a expresar sus ideas más profundas.  Decía que “para alcanzar cualquier objetivo hace falta alguien que piense y que disponga. Un responsable. Pero de todos modos hay que buscar la forma de no imponer a dirigentes. Deben ser elegidos”. Porque los que a “dedos” son, siempre resultan canallas.

Las historias escritas por los pueblos son historias sagradas. Se parecen mucho al juego de once contra once. O con mucho menos cuando lo hacíamos en el campito y nos agarrábamos sin camisetas uniformes ni colores, solamente con garras, con el deseo ferviente de ganar como sea, pero sin saltar el alambrado. En ese momento los equipos desaparecían, éramos solamente chicos aferrándonos a un triunfo. Defendíamos el cuero. Esa propiedad del cuero propio, porque allí éramos todos poniéndole el cuerpo. Oponentes, pero con reglas.

Este país, más que colores, necesita luchar en cuero propio, porque debajo de la camiseta hay un corazón que late y sueña. Es un ciudadano jugándose el todo por el todo que, ante cualquier falta, sabe que ¡tarjeta roja y afuera! 

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