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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

En memoria de Martha Feris de Machado

Familiares y amigos de Martha Elena Feris de Machado la recuerdan hoy, como todos los días, desde cuando decidió hacer el viaje más largo de todos: el viaje eterno.Ya han pasado tres años desde el día en que se produjo su deceso a causa de una enfermedad que se llevó su cuerpo, mas no su recuerdo ni su legado, que permanece en la casa que habitó con su esposo, Yamil Machado, con sus hijas y que luego, ya con los años, fueron también el refugio de los nietos. La casa que tantas anécdotas cobija, como las amistades que se forjaron al calor de sus conversaciones.

Martha Elena Feris de Machado fue esposa, madre y abuela, pero también docente, periodista y abogada. Fue defensora de Cámara del Poder Judicial de la provincia de Corrientes y una mujer sabia, que entregó su conocimiento, generosamente, a quien se lo pedía. Martha estuvo casada con Yamil hasta su muerte. En el medio pasaron 46 largos años, cuatro hijas y siete nietos que fueron siempre para ella una debilidad.

Martha Elena Feris era hija de don Gabriel Feris, reconocido hombre público en el ámbito provincial y nacional, una vez vicegobernador de Corrientes; y de doña Elena García, gran docente, de esas de vocación. De ambos heredó el amor por la docencia, por las letras, por la justicia y por la solidaridad. De sus padres también heredó una clara inteligencia, una memoria prodigiosa y un enorme interés por la cultura. Martha asumió siempre un espontáneo compromiso con la diseminación del arte, la literatura y las costumbres de Corrientes y del país. 

De hecho, al enterarse de la muerte de esta “gran amiga”, los señores Carlos Morales y María Luisa Garicoche le escribieron una carta. En ella decían, literalmente, que “resulta difícil describir a Martha, pues todo lo que se pueda decir de ella desmerece su extraordinaria personalidad y su lúcido razonamiento, del cual no hizo nunca alarde ni ostentación”.

“Portadora de ideas y sugerencias, enriqueció nuestra biblioteca y nuestros anaqueles con libros y películas argentinas memorables, nuestras vidas con largos intercambios sobre la literatura y el arte, y nuestras alacenas con dulces y artículos correntinos imposibles de encontrar en Montreal”.

Todos quienes la conocieron dicen justamente eso. Y hoy es el orgullo de la familia, el aliciente que hace falta para seguir adelante. Reconocen en Martha a una mujer de enorme cultura, enriquecida por la lectura y por largos y repetidos viajes por el país y el mundo, y que luego proyectaba en forma de recuerdos amenos y relatos memorables que despertaban el interés y la admiración de quienes la oían, la mayoría de las veces en reuniones privadas entre amigos.

Esa afición por los viajes fue quizá su hobby predilecto, pues para Martha “la felicidad tenía forma de avión”. De los viajes extraía no sólo vivencias, sino también información experimentada en primera persona. “Fue sin quererlo una embajadora itinerante de la Argentina, de Corrientes, de nosotros mismos”, dicen hoy sus hijas y esposo.

Largos se han hecho estos años para quienes la frecuentaron, no solo en el seno familiar. Su partida repentina, impactó fuerte y todavía es difícil asumir ese golpe para ese entorno que quedó huérfano. La tristeza, de todos modos, hoy se vuelve alegría en el recuerdo. De hecho, ella quería que la recuerden de ese modo, un poco como fue: entusiasta, emprendedora y optimista, aún en las circunstancias más adversas.

Martha Elena Feris de Machado siempre fue una agradecida a la vida, aún después de haber andado caminos con altos y bajos. Vivió intensamente, y se fue dejando un legado que sigue vivo. Y por si quedara alguna duda de la paz con la que partió, sólo basta con leer su epitafio. Ella misma lo mandó a escribir:

Muy cerca de mi ocaso, 

yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida,

ni trabajos injustos, 

ni pena inmerecida.

Hallé sin duda largas las noches de mis penas; mas no me 

prometiste tan sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas 

santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

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