Franco Rivero o el “afuera” que es “adentro”
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Alguna vez Franco Rivero me comentó que a finales de los años noventa escuchaba el programa radial “Pájaro de tinta” que se emitía los domingos desde Caá Catí. Si mal no recuerdo, por aquel entonces él vivía en Loreto o Santa Rosa. Lo cierto es que, según sus propias palabras, solía esperar con “ganas” los domingos para escuchar poesía o temas relacionados con la literatura. Como nota graciosa me comentó también que a veces la señal FM no llegaba bien y debía improvisar con una tacuara una especie de antena para que la voz de José Alarcón, Fabián Brizuela o la mía volvieran…
Ahora que me voy acercando a la palabra de Franco mientras cae la lluvia sobre los tejados de Madrid; ahora que el mate espumea y me restituye la pertenencia a la tierra, pero no a cualquier tierra ni cualquier pertenencia sino amoité: Corrientes, pienso en aquella tacuara, sola, hiriendo el cielo, faro llameante para el poeta naciente cuya sangre se agitaba con lo inapresable. ¿Cuándo, en qué momento su mirada empezó a inquietar a la lengua, esa tan servil como misteriosa? ¿Había acaso que exorcizar los pastizales, las chicharras, los caballos, los sapos amadores, los grillos para que no perturbaran su galope de niño-adolescente? Era tarde ya (y temprano) para Franco Rivero, el campo le había entrado “con el tabaco por la nariz/ después por las manos/ la vista/ hojas con venas/ nunca había visto/ las tocaba/ como quien no ve/ o no cree en lo que ve”… La poesía que le había llegado no por los libros sino por las polkas y chamamés que escuchaba desde niño exigían ahora otro camino: el inevitable río de la mano que escribe.
La poesía de Rivero trabaja con la voz, es decir, ésta siempre habla desde una intimidad, aunque los paisajes externos sustenten y maticen su pulso ardiente, recatado o doliente. El título de uno de sus poemarios, “Vos ahora voz”, perfila una poética que bien podría aplicarse a casi toda su poesía más allá de los “asuntos” con que va trabajando. Al igual que otros poetas correntinos, el paisaje no le es ajeno, de hecho, su plasmación se torna fundamental en los hallazgos poéticos, pero a diferencia “de la lírica del paisaje”, en el viaje interior de Rivero, al hacer suyo los paisajes sufren transformaciones de corte expresionista sustentadas por experiencias de la infancia, la adolescencia y adultez en el juego dialéctico amor-muerte. La experiencia poética surge así desde la experiencia de vida vivida-padecida humanamente. Este trasmitir emociones a través de la transfiguración del paisaje hacia una transfiguración más compleja que resulta acercarse a lo poético, lo hace casi siempre en clave narrativa, casi sin rupturas sintácticas cuyos ritmos o respiraciones acuden a la cesura del verso en lugar de la pausa de una coma o punto. La sencillez aparente de los poemas enmascara la complejidad del mensaje: (…) “a veces escucho una voz/ hago tanto silencio que el aire/ parece una mano/ la siento en el hombro”…
Todo aquello que se dice del “afuera” es territorio de la voz del instante amasada con paciencia, y ese “afuera” desaparece, se desvanece en otro territorio que se revela íntimo, frágil, tan frágil que es capaz de desatar un huracán: (…) “toco con mi piel la brisa que me toca/ si siento la piel del viento/ y la acaricio/ te habré de rozar el aire que toqué/ con mis dedos/ te llegará el sonido/ del amor/ con que te escucho”.
Muestrario mInimo
TETEU
las huellas que los teros
van dejando en la orilla
tienen movimiento
de garúa
son pájaros que llevan
la lluvia dentro
caminan y parece
que ha empezado a llover
PETY
a mí el campo me entró
[con el tabaco
por la nariz
después por las manos
la vista
hojas con venas
nunca había visto
las tocaba
como quien no ve
o no cree
en lo que ve
es tabaco
me dijo mamá
era la primera vez
que recuerdo llegar
a casa de la abuela
cuando la vi
ella tenía un cigarro
en la boca
y ese olor
fue como saludar a una planta
como si una planta
me saludara
años después
aún niño
toqué hojas de tabaco secas
el color era oscuro
las venas
estaban intactas
cuando fuimos a vivir
a casa de la abuela
ella me enseñó
a armar cigarros
las hoja más chica
son para hacer chiripa
me decía
las colocábamos después
en una hoja más grande
tené que enliarle parejo
me repetía a cada rato
después me mostraba
cómo se pegaba con engrudo
el borde de la hoja
para que el cigarro
no se desarme
también me enseñó a fumar
me gustaba recorrer el campo
a pie
vicheando
buscando nidos
y una vez
encontré un murciélago
en el tronco de un árbol
había un hueco
y él estaba ahí
como escondido
metí la mano
lo toqué
lo alcé
acaricié sus alas
fue como acariciar tabaco
alas como hojas con venas
hojas que son casi tela
hasta en el color
se parecían
me enamoré del murciélago
lo visitaba a diario
y a veces se lo llevaba a la abuela
para mostrarle sus alas
el parecido que había
qué cosa no
decía
no se animaba a tocarlo
anoche en caa catí
alguien sacó unos cigarros
como los de la abuela
después de cenar
el olor el color las venas
volvían a mí
la laguna era como un espíritu
de fondo
hubo guitarra
acordeón
y cajón peruano
para variar
mi chamigo fabián fumaba
con nosotros
lo miraba y pensaba
no le falta nada para ser
de acá
allá volví a ver
manos morochas que
se parecen a esas hojas
de tela casi
con venas como caminos
me enamoro
de esas manos
el día que ame
él las tendrá así
PULSO
la armonía es escuchar
[que un grillo
no se superpone a un sapo
ni a una rana
y uno entiende
sin dificultad
sapo
rana
grillo
yo
que no tengo armonía
algo que hago siempre
es acostarme de noche
boca arriba en la ruta
casi nadie pasa aquí
pero no hay silencio
y sobra vía láctea
acostado así
entonces mi corazón
late pequeño entre todo
y soy un anfibio
un insecto más
que entona
por instinto
mi soledad me vuelve afín
me pone en la misma dirección
que el campo
pulso del mundo
suena tan bien
lato tan bien de anfibio
o de insecto
en el mundo.
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