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“Querida madrecita, hoy tengo el mayor agrado de escribirte…”

La madre guardó por décadas esa carta de abril de 1982. La tenía en una antigua valija, que de un día para el otro se transformó en una especie de cofre del recuerdo, de tesoros de la memoria. 

Los trazos gruesos de una birome azul, casi desbordada de tinta, eran de su hijo Rafael. En esos momentos el muchacho hacía la colimba en el Regimiento de Infantería N° 12 de Mercedes y no se imaginaba que en días más lo llevarían a Malvinas. Y menos que meses después se encontraría en medio del infierno de la guerra hasta perder la vida en el final del conflicto bélico con Gran Bretaña. 

La carta quedó en la vieja maleta, atesorada por la madre. Nadie más supo de ese escrito. Años después, ya fallecida ella, alguien de la familia descubrió el escrito de Rafael del 82 en que cuenta sus primeras experiencias en un contexto de guerra y los abraza a la distancia. Además, saluda a sus padres y a cada uno de sus hermanos y parientes cercanos, con un fragmento especial dedicado a la abuela Eugenia. Es que él y su hermano Félix fueron sus “hijos mimados”, según recordó este último. “Cuando la leo, me emociono mucho”, alcanzó a decir con la voz entrecortada.

“Sra., Gregoria B. de Barrios. Itatí. Correspondencia del Soldado 3414”, se lee en el hoy amarillento sobre y en el que predomina también un sello que, debajo de la estampilla, dice Mercedes y al pie, Ejército Argentino. 

Está fechada el 10/04/82, pero entienden que se recibió varios días después, cuando el soldado ya estaba en Malvinas.

“Estimada querida madrecita, hoy tengo el mayor agrado de escribirte esta carta para hacerte saber de nosotros, que andamos todo bien, gracias a Dios y la Virgencita de Itatí y así les deseo a ustedes también y espero que al recibir mi carta se encuentren todos bien de salud y así yo me quedaría muy contento con ustedes”, escribió Rafael en la primera hoja de cuaderno escolar. 

La letra es bastante prolija al principio, pero después, seguramente ya con los preparativos para viajar a Malvinas, comienza a hacerse más intenso el trazo y con ello varias palabras se hicieron casi indescifrables.  

“Bueno mamá y papá, espero que no se desesperen por nosotros porque no nos vamos al sur, pero los otros soldados fijos si se van y nosotros nos quedamos en el cuartel a practicar el desfile para el 20 de junio”, contó el conscripto que evidentemente aún no estaba notificado del traslado a la zona de guerra. 

“Bueno, mami -continuó-, quiero saber cómo anda la abuelita Eugenia y don Carlos Quintana. Bueno, muchos saludos para todos, saludos para todos los conocidos (...) y Julio. Bueno, para todo los hermanos y hermanas que se acuerdan por mí, y para mi cuñado y cuñada por parte de mi hermano y de parte de su hermana (...)”, mencionó. 

Sobre el final de las dos carillas en que escribió a su madre, Rafael Barrios se despide con algunas frases no muy claras para la lectura, pero que, sin embargo, dejan entrever el sentido: un hasta pronto y todo su cariño para con la familia. 

“Bueno mamá y papá y hermanos, que (...) Chau mi madre y padre, muchos saludos para mi sobrina y sobrinito que tengo, y para Félix y Titi, y para Luisa y (el) cuñado Moncho. Saludos a todos los muchachos. Bueno abrazo, abrazo, abrazo”, finalizó ya con letras inclinadas hacia la derecha y por fuera del último renglón, casi cayéndose de la hoja. Estaba ya lejos de la prolijidad inicial, pero con toda la efusividad del aprecio a su gente. 

Es que de esa manera Rafael es recordado: como un hijo, un hermano, un tío, nunca olvidado. Siempre presente, como su letra indeleble al paso del tiempo, en una epístola preservada como un tesoro por su madre. 

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