La consigna de la cuarentena parece ser reinventarse. Y eso fue lo que hizo Matías Pedemonte, bailarín y coreógrafo, que se vio forzado a suspender las clases de baile, a causa de las restricciones impuestas por la cuarentena, y se animó a retomar una pasión que creía olvidada: la pintura. Lo que comenzó como un pasatiempo y una alternativa ante la falta de trabajo, hoy se convirtió en su nuevo modo de vida.
Matías tiene 36 años, y es oriundo de Corrientes, pero desde los 19 vive en la Ciudad de Buenos Aires, a donde viajó para cumplir su sueño de ser bailarín. Llegó a la gran ciudad luego de obtener una beca para estudiar comedia musical en la Academia de Julio Bocca. Pasó momentos felices, y otros no tanto, pero reconoce que la “resiliencia” es una de sus características. Desde hace 12 años que daba clases de baile en un estudio de Recoleta, pero la cuarentena modificó todos sus planes.
Desde marzo cuando inició el aislamiento social, preventivo y obligatorio Matías colgó sus zapatos de danza y puso en pausa su vida como bailarín y coreógrafo para sumergirse en el mundo de la pintura, una veta artística que creía olvidada. Pero nada fue premeditado, sino más bien, surgió de la curiosidad e impulsado por la necesidad de “reinventarse”.
“Cuando arrancó todo esto, yo estaba recién operado de una lesión cervical. Debía hacer reposo absoluto por lo que no podía ni siquiera imaginar volver a bailar. Veía que mis colegas empezaban a dar clases online y yo me preguntaba ‘ahora qué hago””, recuerda Matías
La respuesta a la incertidumbre llegaría a partir de un pedido particular de una amiga. “Hace algunos años, le hice un cuadro de su perro. Y hace un tiempo, me volvió a contactar para pedirme que le hiciera uno nuevo, con sus otras mascotas, y así comencé. Ese fue el disparador”, contó
Matías siempre tuvo un vínculo muy especial con la pintura, aunque se define como “un caradura” porque nunca estudió: “De chico pintaba pedazos de mosaicos para juntar dinero para los videojuegos. Les robaba las pinturas a mis hermanas y me las arreglaba con eso”, relató. Y añadió: “Arranqué de caradura, y con la práctica mejoro la técnica y cada vez me sale más rápido”.
El primer cuadro que pintó fue en homenaje a su perro Alan. Un Golden que lo acompañó durante muchos años de su vida, por lo que quiso inmortalizarlo en un retrato. Sin pensar que luego se convertiría en su marca registrada como pintor.
Con el transcurso de los meses, se generó un gran “de boca en boca” y el trabajo de Matías no paró de crecer. Cada vez fueron más las demandas y los clientes, por lo que tuvo que montar un estudio en su casa de Villa Urquiza, y comenzar a abastecerse de los elementos necesarios. “Dividí el departamento en dos y armé mi atelier. Tengo bastidores, pinturas, acrílicos, papeles para embalar. Fue la demanda lo que me llevó a armar todo esto”, comentó.
Según comentó el artista, luego de su aparición en la pantalla de eltrece las consultas y pedidos no pararon de crecer, y sus cuentas de Instagram (@matiaspedemonteok) y Facebook se vieron colapsadas. “La semana pasada despaché un pedido de 35 cuadros. Tengo la agenda completa hasta septiembre, inclusive. La verdad todavía no lo puedo creer. Incluso mi familia, que está en Corrientes, se sorprendió”, reconoció emocionado. Y agradeció a todos los que confían en su trabajo: “Cada uno que me pide un cuadro, luego me recomienda y se va generando una cadena re linda”
Es así que, lo que comenzó como un hobbie, cinco meses después se convirtió en su nuevo modo de vida. De bailarín a pintor. Aunque, Matías prefiere evitar las etiquetas y se define como “Correntino inspirado en el arte de la danza y la pintura”. Por el momento, solo pinta mascotas, pero no descarta expandirse en un futuro. "Lo seguiré haciendo desde mi arte, pero sin presión.La idea de los cuadros fue también encontrar un vínculo cercano con la gente, y que se emocione con lo que hago, sinceramente, me mata. Es una manera de trascender", concluyó.
Con información de TN.com.ar.