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Un curso acelerado de economía

El modo de percibir el presente es dinámico. La perspectiva sobre lo que está ocurriendo se modifica y en la medida en que las necesidades propias se van presentando, esa mirada se transforma progresivamente. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

Hace sólo dos meses el mundo recibía infinidad de noticias sobre el coronavirus y decidía que no era demasiado relevante para que se le prestara atención. No solo los líderes subestimaron el impacto de la enfermedad. La gente también prefirió hacer caso omiso a la evidencia.

Con el diario del lunes algunos analistas superficiales pretenden endilgarle a gobiernos, científicos y comunicadores la responsabilidad de no haber dimensionado lo que ocurría, cuando nadie pudo visualizar lo que pasaba.

Así funcionan los seres humanos. Se equivocan y a veces aprenden. No siempre evitan tropezar dos o más veces con la misma piedra, pero habrá que reconocer que las lecciones se logran adquirir y suman experiencias.

En la misma línea de acción, hace sólo dos semanas, mencionar que la economía era la otra pandemia comparándola con la emergencia sanitaria suponía caer casi en un sacrilegio e insinuarlo era políticamente incorrecto. Frente a esta situación, habiendo procesado bastante información y analizado varias alternativas que permiten proyectar el futuro, todos hablan de cómo salir ordenadamente de este confinamiento insostenible.

Ya no existen dudas de que hay que flexibilizar y el debate sólo ronda en torno a cómo hacerlo, a qué ritmo y cómo minimizar los riesgos para que el sistema de salud no colapse y todo concluya con una tragedia humanitaria.

La sociedad no precisa ser experta para comprender ciertos mecanismos básicos. Eso es lo que está sucediendo en cada hogar, en cada empresa o institución y hasta le pasa al Estado en sus distintos estamentos. Se está tomando conciencia de que la economía es vital para las comunidades.

Estas jornadas han sido muy educativas. La abundancia de tiempo, el temor al enemigo desconocido, la incertidumbre general, el riesgo de perder la vida propia y la de los afectos invita a una multiplicidad de reflexiones.

Se han superado diversas fases iniciales. La negación y el enojo prácticamente han quedado atrás y todos asumen esta nueva realidad con cierta resignación. Ahora hay que concentrarse en cómo seguir para aceptar de este desafiante entorno y dar lugar a la necesaria adaptación.

La idea de restricción presupuestaria se ha asimilado rápidamente. Se debe administrar una novedosa escasez con la que nunca se había lidiado. Ya no están a la mano el crédito y otras variantes que permitían salir del paso.

La ecuación doméstica se ha alterado y entonces definir preferencias resulta imprescindible. Muchos individuos han entrado en conflicto entre sus supuestas convicciones y la factibilidad de implementarlas.

Los que antes se llenaban la boca afirmando que su prioridad serían los suyos hoy tratan de mantenerse alejados de todos y cuando distribuyen sus recursos se priorizan dejando de lado a los que desearían socorrer.

Se empieza lentamente a comprender que las empresas pueden abonar salarios solamente si producen generando riqueza y para eso deben mantener el flujo que permite que todo siga girando. Sin clientes no habrá ingresos y sin ellos, los que reciben remuneraciones no percibirán nada.

Para los ingenuos que creen que el Estado es el “mesías” también llegaron las sorpresas. La solidaria ayuda estatal para todos depende de los fondos disponibles que se alimentan de la tradicional voracidad impositiva.

Sin actividad económica no existen ni ganancias, ni ventas, y sin ellas no hay tributo que se pueda pagar. La disparatada visión que se apoya en que los gobiernos sostendrán a las empresas omite el detalle de que el erario público sin recaudar primero no puede repartir un sólo centavo después.

La ficción soñada se llama emisión monetaria. La fábrica de papel moneda ha acelerado para reemplazar al dinero jamás recolectado. Sólo se trata de una solución cortoplacista que pronto se convertirá en una bola de nieve.

La otra fantasía consiste en imaginar que los ahorros salvarán a los que más tienen y que ellos deben abandonar su avaricia para distribuirlos. Lo acumulado a lo largo de la vida se refleja en bienes y en cuentas bancarias.

Esas propiedades físicas tienen muy bajo valor cuando la demanda se desploma en esta clase de crisis. No parece ser este un momento en el que alguien piense en comprar un automóvil o un departamento.

Las reservas del sistema financiero suenan atractivas. Los que hayan logrado reunir algo allí deben de estar sintiéndose muy tranquilos, ya que lo hicieron justamente para poder soportar instantes difíciles como estos. Sería oportuno recordarles que si los que deben cancelar créditos o resúmenes de tarjetas de crédito no lo hacen y las empresas no consiguen cubrir sus saldos negativos en cuentas corrientes no habrá cómo devolver depósitos. Los bancos no tienen una caja fuerte con los ahorros de todos, sino que los han prestado a quienes ya mismo no tienen cómo cumplir.

Ayn Rand decía, que “puedes ignorar la realidad, lo que no puedes es ignorar las consecuencias de ignorar la realidad”. Se asiste por estas horas a una cruel y despiadada clase de economía para principiantes. Se puede aprender o desechar lo que ya resulta evidente. A tomar nota.

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