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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Reguemos la felicidad

A la felicidad se la persigue, y desde chiquitita hacemos lo imposible por encontrarla. Está en nosotros y la posibilidad de tenerla, teniendo la certeza de que hemos hecho el buen camino.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

La felicidad no se recupera. Cuando se la vuelve a tomar, ya no es la misma. Si bien diferente por la desconexión de los tiempos, ya que cuando se apresta a retomar ya no es la misma. No están dadas las mismas circunstancias y motivaciones iniciales que cuando la dejamos. De que su estado es motivante, pletórico, estimulante, claro que sí pero no como la primera vez. El momento ya es otro. Han sucedido muchas cosas mientras tanto. La escena cambió, pero no por ello deja de ser importante poder hallarla y celebrarla.

Recuerdo los sueños que acompañaban cada uno de ellos, cada conversación. Teníamos héroes para cada cosa. Una historieta bastaba para que se encendiera esa usina de imaginación incansable. El placer de poder ceder con el cambio del Tib Bit, Patoruzú o las modernas de Oesterheld, el gran guionista argentino en cualquiera de sus revistas producidas por Editorial Frontera. O, bien el cine: Gary Cooper, Randolph Scott, John Wayne o Kirk Douglas eran capaces de “llevarnos” por el Gran Cañón del Colorado, o el Valle de la Muerte, para vernos como tales y poder ser felices. Más grande, así como el cine en sus primeros momentos, la radio encendió las ganas de escucharla, donde las voces por esa gran capacidad profesional, nos hacían vivir los comerciales que salían de tandas ricas en sonidos vendedores. Actores desplegando personajes de todas las índoles de historias, en programas donde cada uno se diferenciaba del anterior y del que venía después. Quizá la producción no conocía del ocio, y pensaba, buscaba, no escatimaba esfuerzo alguno por lograr siempre algo diferente. Voces de los actores Eduardo Rudy, Alfredo Alcón, Oscar Casco, o narrador increíble como Julio César Barton, no tenían desperdicio, o la voz comercial de Ford, Ricardo Jurado. Todos perseguían lo que en la vida común buscamos afanosamente, poder encontrar la felicidad, asirla, sostenerla todo lo que podemos haciendo lo que mejor convenga para que habite por siempre en nuestras vidas. Es casi como el amor, no toda vez es para siempre: se la pierde, se la recupera, se la fortalece, se debilita, hacemos las cosas al revés y no como se debe. Bueno, la televisión sentó para siempre la inmediatez del “vivo y en directo”, donde las cosas son como eran, aunque Nicolás “Pipo” Mancera sentara fehacientemente que lo que estaba ofreciendo no era un tape (una grabación), sino era en “vivo y en directo” lo que le sumaba verosimilitud a su programa televisivo “Sábados circulares de Mancera”. O, el “Doña Rosa”, con que Neustand, el filoso periodista, hipotéticamente conversaba y ponía a su criterio una de las tantas situaciones espinosas que hacían imposible acercarse a la felicidad, fácil y domesticada, porque entonces como siempre el estado y sus políticos han sido de terror.

Los tres medios (cine-radio y televisión), siempre incidieron en esa búsqueda alocada por encontrar como fuere la felicidad, por lo menos en nuestra niñez, así como en la adolescencia. Ya, grandes la realidad le ponía palos en la rueda a los sueños, porque la felicidad en realidad era esquiva, costosa, y además comenzábamos a comprender que la vida cotidiana era muy dura para algo tan sencillo como la imaginación. Ese rayo de esperanza que, cuando pequeños como una varita mágica lográbamos todos los imposibles, o por lo menos así lo creíamos en alocados sueños.

Después de los flamantes 18 años, nos empezamos a acostumbrar a la tarea cívica de votar. Pero en esa jerga, siempre ganaba del opuesto y a la corta o la larga íbamos aprendiendo cómo son los políticos argentinos. Locos por el sillón, la abundante dieta, las relaciones que suma mucho más. Y, la justicia. Y, la inseguridad. De pronto como los sueños idos, como si se corriera un telón, quedaba develado el sinfín de cosas que inciden en un estado para que la felicidad no sea plena. Marchas, contramarchas, cánticos, pancartas, vítores, revoluciones, paros, nuevos ricos, en fin toda la cara mala de una Argentina que le cuesta ser feliz, si hasta las ganas de abrazar nuevamente los sueños que nos acercaban a la felicidad se diluyó. Y, cuando menos lo esperábamos, de repente como la “Guerra de los Mundos” de H.G.Wells, en la zaga súper moderna de Steven Spielberg y Tom Cruise, la versión más avanzada y reciente, la peste del contagio en cadena.

No obstante la gravedad ya en realidad, como en un aparente sueño de terror, los políticos discuten, denuncian, se afanan a pesar de la indefensa población mundial, se esfuerzan sin importar los caminos de llegar al poder, como sea, cueste lo que cueste. Los robos, el femicidio, las carátulas que siempre condenan a la víctima e invierte los roles, como los ataques y manoseos por parte de delincuentes sin principios ni piedad que son noticias cotidianas. El dinero que no aparece por parte de quienes delinquieron y crecieron estrepitosamente. Todo esto mientras el anciano se “guarda”, pero cómo hace para procurarse el sustento y los remedios de no tener posibilidades laborales ni edad. Si uno mira ya no con ojos de sueños que nos hacían felices, lo que sucede rompe con todo, es brutal. Mucho más dramático que cualquier película de todas las que he visto. Me pregunto ya perdido, con la lírica e inteligente visión del dibujante argentino, Joaquín Lavado “Quino”, autor de la internacionalmente conocida “Mafalda”, si buscamos un lugar en  la huerta, cambiamos la tierra y plantamos una semillita de felicidad, será que logramos que germine y se erija, erecta, bien saludable y verde, como para dar muchos frutos cuando su sombra nos cubra... El pensamiento, la imaginación, esa fuerza capaz y primigenia que nos impelía lanzarnos a un futuro comenzaba siempre con un sueño, con un objetivo, un ideal que luego daríamos forma hasta hacerlo posible. Ese sueño mágico se evaporó porque lo malo lo suplió, evitando el mundo posible pero tan evasivo hoy, que es el de la realización. 

El de estar felices con nosotros mismos, porque nada pudo hacernos cambiar. Hay un vals popular que se estrenó en el año 1943, de Francisco Canaro e Ivo Pelay, que lo interpretaron los grandes, Troilo y de Angelis, y luego todos los demás y sintetiza el sentir de la imaginación, por alcanzar esa difícil felicidad de siempre soñar para procurar su materialización, soñándola para que su advenimiento se produzca: “Soñar y nada más”. “No despiertes si vives soñando / y en tu mente hay torrentes de sol; / si en tus sueños se encienden suspiros / que te cercan y acallan tu voz. / Soñar y nada más, / con mundos de ilusión…/ Soñar y nada más.” / Más adelante proporciona más formas de seguir soñando de la mano del autor: “Volar a las estrellas / de divinos resplandores / y, en esa eternidad, / vivir un ideal… / ¡Soñar y nada más..!” / La música también conduce a no abandonar la brega, que en idioma cotidiano busca lo mismo que todos, ese sueño que transforme el deseo en realidad, para vivir mejor, fortalecer un país que siempre está gateando como un niño sin poder tener la suerte de caminar firme, decidido a cambiar de verdad. 

Será que ahora podamos plantar una semillita de felicidad, regándola, mimándola para que sus frutos nos cubran de esperanza, y su cuerpo ya árbol nos proteja de verdad.

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