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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La angustia ciudadana detrás del dilema electoral

Todos los analistas plantean escenarios diversos de cara a los próximos comicios. Sin embargo, la sociedad aún no logra salir del impacto recibido, evalúa la incómoda transición que se avecina y tiene temor sobre las derivaciones que podría traer consigo cualquier resultado. 

Es sabido que existe un evidente divorcio entre las preocupaciones de la política y las de los ciudadanos. Los medios de comunicación se hacen eco de las primeras con enorme énfasis y las segundas pasan desapercibidas.

Al hacer un repaso de los titulares más significativos de los principales diarios y portales digitales, de los canales de televisión y las radios, casi todo hace referencia solamente a los pronósticos electorales.

Hoy pareciera que los circunstanciales estados de ánimo de los líderes, sus cambiantes estrategias y las chances de acortar diferencias o mantener esa distancia alcanzada en las primarias, es lo único que los desvela.

Claro que esos asuntos son relevantes y que de ellos se desprenden consecuencias innegables. Es obvio que cada uno de esos aspectos tendrá una incidencia en los sucesos que acaecerán muy pronto, cuando la batalla de las urnas establezca un veredicto dibujando un horizonte inexorable.

Lo alarmante es que no se pueda aportar algo más de claridad a esas personas que están transcurriendo un pésimo momento. Los que perdieron a sus afectos en la pandemia o la padecieron de un modo cruel están devastados y merecen tener muchas respuestas.

Los que se quedaron sin empleo o vieron diezmados sus ingresos, los que tuvieron que cerrar sus emprendimientos o perdieron ventas al punto de que ahora solo pueden subsistir, necesitan que alguien los escuche.

Están observando todo. No precisan que se les cuente mucho acerca de la realidad porque la perciben a diario.  Están expectantes, pero no desde lo partidario, sino que son absolutamente conscientes de que el desenlace de esta elección se reflejará ferozmente en sus vidas y eso les genera pesar.

No los mueve una curiosidad intelectual o académica. No están atados al equipo ganador o al perdedor, sólo esperan ver una luz al final del túnel para encaminar sus energías hacia aquello que les brinde oportunidades.

La descripción de las penurias no es suficiente para entender lo que está pasando. Hace falta un poco de empatía para ponerse en el difícil lugar de los que más han soportado y todavía no han logrado reponerse.

Los políticos no pueden asumirlo. No han tenido pérdidas patrimoniales gigantescas y salvo excepciones tuvieron la bendición de no perder seres queridos en el peor momento de esta calamidad sanitaria.

Los empleados estatales fueron los grandes privilegiados durante meses. Sin obligación de ir a trabajar muchos de ellos recibieron sus salarios puntualmente mientras otros gozaban de horarios reducidos, asuetos temporarios y múltiples ventajas que el resto jamás pudo disfrutar.

Los trabajadores de la salud recibieron aplausos, las fuerzas de seguridad un merecido reconocimiento y cada uno de los trabajadores que puso el cuerpo en esta catástrofe fue valorado por la sociedad como corresponde.

Sin embargo, no ha sido la misma la actitud con el empleado del supermercado o de la farmacia, con el transportista de alimentos y tantos otros que estaban en la trinchera cuando el resto pudo resguardarse. Esos se arriesgaron cuando casi nadie lo hacía y esto se pasó por alto sin pudor.

Aquellas imágenes ahora parecen demasiado lejanas, pero el daño económico, psicológico y social que se ha producido en la comunidad no lo puede reparar nadie a estas alturas. No existe estadística que pueda reflejar esas sensaciones dolorosas que han atravesado millones de familias.

Hoy, tras muchos meses de angustia profunda, cuando lentamente empiezan a retomarse las rutinas de ese tiempo olvidado, todo pretende reducirse a un proceso electoral en el cual el país se juega el futuro.

Es cierto, es un instante bisagra. La política es parte de la vida cívica y negarlo sería muy temerario. Pero vale la pena detenerse para mirar alrededor y no perder de vista esa realidad que está ahí, aunque muchos prefieran mirar al costado. En pocas semanas se definirá parcialmente el rumbo de la nación. El dictamen de los votantes marcará el sendero y los dirigentes tendrán que decidir si toman nota de esas opiniones o se hacen los distraídos.

Será el turno, nuevamente, de los que conducen, de los que fueron elegidos para gobernar y de aquellos que han sido seleccionados para controlar a los que mandan. Tendrán que definir acciones para lo que resta de este mandato presidencial que hoy está siendo cuestionado por sus errores e interpelado a hacer lo que debe hacer para salir de este inmenso pantano.

Mientras tanto, quizás tenga sentido darse cuenta de lo que ha ocurrido y acompañar moralmente a los que más sufrieron, a los que no bajaron los brazos a pesar de la tragedia y de los insultos proferidos por una clase política insolente que no ha sido capaz aun de pedir disculpas por tantos atropellos a la libertad y por sus agraviantes actos de indisciplina moral.

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